Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política
Al cambiar nuestro modo de vida y adoptar la Vía de la Simplicidad para vivir mejor con menos mercancías, debemos reorganizar los recursos que tenemos a nuestro alcance e incorporar nuevos indicadores que sean de utilidad para saber si estamos o no en la dirección correcta.
Recordemos que en nuestra visión partimos del supuesto de que no habrá ningún cambio significativo en nuestra sociedad mientras los estantes de los supermercados y los centros comerciales estén repletos de mercancías. El verdadero cambio tendrá lugar con la llegada de la Era de la Escasez que ocurrirá a partir de la conjunción de tres fenómenos: el agotamiento de las energías fósiles, las consecuencias dramáticas del cambio climático y la reducción de la biocapacidad del Planeta, lo que provocará una crisis alimentaria producto de la escasez de agua.
Esta situación llegará de forma repentina para nosotros, probablemente, en los próximos 10 o 15 años. Sin embargo, no será repentina para quienes poseen el poder mundial, económico y político. Por eso mismo, no llama la atención que el Foro de Davos -que se realiza en estos días en Suiza y que reúne a la máxima dirigencia económica mundial- haya mencionado en su informe anual las cinco principales amenazas para las actividades económicas de los próximos años y que tres de esas amenazas sean de origen ambiental. Tanto es así que la primera en considerarse para el año en curso es la ocurrencia de “fenómenos meteorológicos extremos”. Para los que piensan que la Era de la Escasez es pura imaginación nuestra y que no va a llegar nunca, lamentamos señalar que 9 de cada 10 empresarios y expertos consultados en dicho Foro Mundial manifestaron su preocupación por el “declive económico” que tendrá lugar en los próximos años.
Sin embargo, no hay que pensar que la ciudadanía va a reaccionar masivamente ante esta situación por más que la anunciemos. El sociólogo Raúl Sohr, en su último libro “Desastres: una guía para sobrevivir”, menciona una encuesta realizada recientemente en Italia en la que se señala que frente a desastres de cualquier índole solo del 10 al 15 por ciento de las personas mantienen la calma; el 70 por ciento pierde el control y entre el 10 y el 15 por ciento restante, se paralizan. Desde nuestra óptica, es muy probable que esta misma proporción se mantenga frente a los acontecimientos que se aproximan.
Sin lugar a dudas, el acto de simplificar nuestra forma de vivir nos prepara mejor para enfrentar los acontecimientos que se avecinan y, en este punto, la gestión de los recursos con los que contamos se transforma en un asunto vital.
El presupuesto económico actual sirve para desenvolverse en la economía de mercado y la sociedad de consumo en la que vivimos. Este presupuesto se traduce en la existencia del dinero que disponemos para nuestros gastos y eventualmente inversiones, pero debe ser modificado para poder desarrollar una estrategia de cambio que nos permita abandonar, de forma progresiva y sostenidamente, la sociedad de consumo.
A medida que se vaya agudizando la crisis y se avecine la Era de la Escasez, deberán surgir nuevas formas de confeccionar nuestro presupuesto que nos permitan comenzar a transitar por la Vía de la Simplicidad. Un buen ejemplo de esta situación lo revela el anuncio oficial de las autoridades de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, que debido a la falta de agua estiman quedarse sin ese recurso vital en abril de 2018 y para sobrellevar la situación la población local deberá reducir drásticamente su consumo a 25 litros por día. No se trata de una situación menor; al contrario, afecta a más de cuatro millones de personas.
En este nuevo presupuesto indispensable para la Vía de la Simplicidad, el principio es claro: cada ser humano y/o núcleo familiar deberá administrar sus prioridades de consumo sin traspasar su cuota de carbono (CO2) a emitir y ajustar su Huella Ecológica en función de la biocapacidad disponible en su territorio o país.
Por ejemplo, la Huella Ecológica per cápita de Chile es de 4.35 hectáreas globales mientras que la biocapacidad de nuestro país, per cápita, es de 3,7 hectáreas globales. Es decir que cada persona que vive en Chile deberá reducir la demanda de recursos que le hace a la tierra y los desechos que genera para salvar ese déficit (-0,7 hectáreas globales) y dejar de sobreexplotar la capacidad ecológica del territorio. A este mismo cálculo lo podemos hacer con nuestra Huella del Carbono (las emisiones de CO2 que son producto de la quema de combustible fósil) o con la Huella Hídrica (que mide el volumen total de agua dulce que utilizamos para producir los bienes y servicios que consumimos).
En el futuro inmediato, nuestro presupuesto individual o familiar deberá contar, por lo menos, con tres grandes componentes:
El componente financiero tradicional como disposición de monedas nacionales y cuyo monto deberá ir sistemáticamente decreciendo para ser sustituido por el uso de nuevas monedas locales y sociales que permitan el intercambio directo de bienes y servicios.
Un presupuesto que nos permita gestionar nuestra Huella del Carbono –es decir, las emisiones de CO2 que realizamos con nuestras actividades diarias- y cuya magnitud sea realmente un aporte a la descarbonización del Planeta.
Un presupuesto para nuestra Huella Ecológica que nos permita salir de la situación de “déficit” ambiental en la que actualmente estamos para solo consumir elementos tales como agua y alimentos que la naturaleza pueda volver a reproducir en sus ciclos biológicos.
En este contexto, de cada uno de nosotros dependerá ser parte o no de ese 10 por ciento de las personas que se preparan para enfrentar de la mejor manera el incierto futuro que comenzaremos a transitar producto de una civilización que llega a su fin como ya ha ocurrido tantas otras veces en la historia. Al mismo tiempo, cada uno de nosotros conservará el legítimo derecho a no hacer nada y engrosar de facto ese contingente del 85 por ciento de las personas que seguramente se paralizarán o huirán a cualquier parte del globo ante la ocurrencia de un evento dramático. De todas formas, nada sería tan nuevo; solo que las escenas del Titanic –barco que la ciencia y la tecnología del momento calificaron como la nave que no se hundía- volverían a repetirse.
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