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El universo de Antonio Gramsci

Por: Antonio Leal L. Ex presidente de la Cámara de Diputados, Director Escuela de Sociología y Post grados Ciencia Política y Filosofía de la Universidad Mayor


Hace 81 años muere, después de 11 años de rigurosa prisión, Antonio Gramsci, una de las figuras más relevantes del pensamiento político del siglo XX. El Tribunal Especial Fascista para la Defensa del Estado, lo condena a 20 años, 4 meses y 5 días de prisión, bajo la arenga del Fiscal Michele Isgró: “por veinte años debemos impedir a este cerebro que funcione”.

La vida de Gramsci fue trágica, no sólo por la cárcel y la destrucción gradual y dolorosa de su cuerpo, sino, también, por su enorme soledad privada y, especialmente, política, derivada, esta última, de una elaboración contracorriente, original, alternativa al marxismo-leninismo, – transformación que sufre el pensamiento de Marx con la elaboración de los marxistas rusos y, sobretodo, después de la muerte de Lenin- contraria, en sus fundamentos, a las concepciones estalinistas y a muchos pasajes de la política de la Internacional Comunista y que supera, en un nuevo tiempo y escenario, muchas de las propias tesis de Marx, especialmente en el ámbito de la política pura y de los fenómenos superestructurales.

El Gramsci de los Cuadernos de la Cárcel (2), es un teórico incómodo dentro del comunismo oficial. Su marxismo, como el de Korsch y el de Lukács , fue elaborado en el ámbito del renacimiento del hegelianismo, de la supremacía de la política y de la subjetividad y en crítica con las teorías del “objetivismo científico” que establecía la ineluctabilidad del cumplimiento de las “leyes históricas”.

Ello fue posible porque, desde su génesis, el pensamiento de Gramsci no es fundativamente monocultural, sino que se sitúa en el ámbito de tres ases ideológicos principales, que en sí mismo le confieren originalidad creativa y lo ligan a lo más avanzado de la cultura contemporánea: el filón idealista –con Hegel, Croce, Gentile- , el filón revolucionario dialéctico –con Marx, Labriola y Lenin- el filón voluntarista –con Sorel y Bergson . Es decir, el marxismo de Gramsci recorre un camino propio, se entrelaza firmemente a la cuestión nacional, a la historia, que es releída en clave de filosofía de la práctica, y se liga con espíritu crítico a lo más avanzado de la cultura de su época.

De allí que los Cuadernos de la Cárcel se articulen a través de un estudio y un cronograma inédito: El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce; en los Intelectuales y la Organización de la Cultura; el Resurgimiento; Notas sobre Maquiavelo, sobre la Política y el Estado Moderno; Literatura y Vida Nacional; Pasado y Presente; contenido de una investigación completamente atípica para un pensador político que sin embargo, a través de estas vertientes culturales reorganiza la estrategia de las transformaciones y las características de una nueva sociedad para el Occidente desarrollado.

De esta forma Gramsci se vincula críticamente a la cultura europea, en especial, al idealismo clásico italiano y al liberalismo, que ya incorporaba las conquistas democráticas, que Marx había conocido sólo incipientemente, analizando la historia de Italia, de Europa y el naciente modelo norteamericano de desarrollo del capitalismo moderno, y, a la vez, el capitalismo en una fase de su desarrollo 60 años después de El Capital de Marx y 30 años después de El Desarrollo del Capitalismo de Lenin en Rusia.

Gramsci tuvo a su alcance un material teórico e histórico muy superior al de Marx y pudo verificar, en la práctica, los límites de algunas de las tesis de los creadores del “socialismo científico” y pudo cambiar el significado de otras a la luz de los nuevos acontecimientos y de su investigación histórica. Ciertamente, el mundo de Gramsci, no era ni el de la guerra civil en Francia, ni el de la comuna de París, ni el del triunfo social demócrata alemán en las elecciones de fin de siglo, que determinaron, en gran medida, las diversas fases de la reflexión de Marx y de Engels sobre el Estado.

No era, tampoco, el clima insurreccional de la Revolución de Octubre, ni el de la guerra civil y de las tareas de la Nueva Economía Política rusa, como tampoco el de un Estado milenariamente totalitario, como el del zarismo, por el cual no había pasado, ni pasaría durante los 70 años del comunismo soviético, ni la Revolución Francesa, ni las conquistas, valores, principios y formas de organización de la democracia representativa.

Gramsci comprende, ya antes de la elaboración de los Cuadernos de la Cárcel, que el camino de los soviets, en Europa Occidental, era inviable y que la Revolución y la idea misma del socialismo debían situarse en el desarrollo de la sociedad civil y el paso de las contradicciones que se dan en la esfera de la estructura a una sede más compleja y articulada: el bloque histórico. El joven Gramsci, en su primer aprendizaje filosófico, recibe, sin duda, el impacto cultural, a su llegada como estudiante de filología en Turín, de la utopía liberal y comienza una búsqueda intelectual que lo lleva al marxismo pero recorriendo el hegenialismo antipositivista de Croce y Gentile, del voluntarísmo ético de Bergson, de los valores de la razón de Rolland y del sindicalismo antideterminista de Sorel.

Este recorrido del joven Gramsci acompañará su elaboración madura de los Cuadernos de la Cárcel en prisión. Gramsci que como veremos impulsó en 1919, en homología a los soviets rusos e inspirado en las esperanzas que abría la Revolución de Octubre, la creación de los “Consejos de Fábrica”, que conmovió las fábricas de Turín y del Norte de Italia durante el período del “bienio rosso”, comprendió tempranamente que después de la derrota de los tentativos revolucionarios en Alemania, Baviera, Austria, Hungría, la Revolución Rusa, no obstante su impacto mundial, era una situación particular, que de ninguna manera podía convertirse en un modelo y que era necesario repartir desde el Occidente para configurar una nueva estrategia que valorizara las peculiaridades y la historia de cada nación, la cultura, la dimensión ético-espiritual, el individuo, la continuidad del conocimiento, de la historia y la discontinuidad que implicaba la configuración de las transformaciones.

 

Todo ello, comportaba, no sólo una visión alternativa a la del leninismo y de la experiencia rusa, sino además, el enriquecimiento y la superación del marxismo, al menos en la parte más determinista del historicismo de Marx y de sus seguidores en el ámbito de la estrategia revolucionaria, y la redefinición y creación de un horizonte teórico nuevo capaz de indagar, ya no sólo en la fase del ascenso del movimiento obrero y de la crisis del capitalismo, sino, también, y muy especialmente, en este nuevo fenómeno llamado fascismo y en la nueva fase expansiva del capitalismo determinadas por el Fordismo y el Taylorismo en Estados Unidos, que Gramsci apreció como el elemento más progresivo de la economía y que le llevó a pensar, como una de sus más agudas intuiciones, que era el “Americanismo” y no la economía de guerra estatal de Stalin lo que definiría el futuro productivo y tecnológico de la humanidad.

Es así, entonces, que mientras la Internacional Comunista teorizaba sobre el social-fascismo, Gramsci proponía para Italia la Asamblea Democrática Constituyente como la salida al fascismo; mientras la Internacional Comunista hablaba en los años 20 de la crisis global y definitiva del capitalismo y de la inminencia del socialismo, Gramsci hablaba de una nueva fase de expansión capitalista y de la necesidad de preparar al movimiento obrero para operar en las nuevas y “complejas trincheras” de la ideología y de la cultura, y veía como signo de progreso la racionalización de la industria norteamericana.

Mientras la Internacional Comunista, en una larga fase, impulsaba el asalto al poder, la instalación de la dictadura del proletariado y la violencia como método, Gramsci hablaba de construir la hegemonía del sujeto histórico para acceder a la sociedad civil y al Estado a través del consenso y de las mayorías; mientras la Internacional Comunista ubicaba todos los fenómenos de la vida humana en el ámbito de las clases y transformaba las necesidades políticas en razones éticas, Gramsci elaboraba una idea de transformación que liga estrechamente, ética y política en la dimensión de un moderno universo social.

Sin embargo, su vecindad política con Lenin y su aguda polémica con la socialdemocracia, impidió que Gramsci pudiera apreciar la elaboración que desarrollaban los teóricos de la II Internacional, y especialmente de Kautsky15, el principal teórico de ella. Massimo Salvatori en “Kautsky e la Rivoluzione Socialista”, sostiene que tanto Gramsci como Kautsky coincidían en la valorización de las condiciones democráticas para alcanzar el socialismo.

Sin embargo, la fuerte crítica de Lenin en el “Renegado Kautsky…” y la división comunista con el socialismo italiano hizo que Gramsci no se ocupara de las tesis del marxista alemán aún cuando existían importantes reflexiones que los acomunaban. La verdadera interlocutora alemana de Gramsci fue Rosa Luxemburgo aún cuando el pensador sardo mantuvo una permanente valoración respecto de ella pero, también, una tenaz crítica a lo que consideraba sus posturas extremistas.

Kautsky planteó la teoría de la supremacía de la clase obrera, renunciando explícitamente al concepto de dictadura del proletariado explicado como una formulación de Marx que no implicaba una forma de gobierno sino, más bien, decía Kautsky, a un estado de cosas. Kautsky reemplazo dictadura del proletariado por supremacía o dominio del proletariado, se apoyó en las formas más abiertas de la elaboración de Marx, y sostuvo que el Estado no se destruía, como planteaba Lenin, sino que cambiaba su contenido, se vaciaba su contenido burgués y se utilizaba de otro modo. El sostenía la tesis del desgaste de la supremacía de la burguesía y rechazaba la vía insurreccional y el asalto al poder.

Kautsky y la socialdemocracia no adhirió y fue crítico de la revolución bolchevique ya que esta liquidaba la democracia y el pluralismo y transformaba la dictadura del proletariado por la dictadura de un partido. La elaboración de Kautsky llevó a la socialdemocracia alemana plenamente a la democracia, al Estado de Derecho, a la lucha parlamentaria y se diferenció completamente de aquella de la Internacional Comunista. Sin embargo, entre la elaboración de la estrategia revolucionaria para occidente de Gramsci y la Teoría de la Supremacía Política de Kautsky habían vasos comunicantes importantes que la división entre ambos sectores impidió que se juntaran en una visión que habría servido a Gramsci para avanzar plenamente en una estrategia democrática del socialismo y no en las dos fases en que el estructuró su pensamiento.

La investigación que Gramsci lleva adelante desde la cárcel está determinada por un paulatino desapego a la experiencia rusa, ajena a la cultura europea, y por su fuerte contradicción con el autoritarismo de Stalin cuyo régimen era considerado por Gramsci ya en 1929, como “cesarista regresivo” calificativo que también usaba para nominar nada menos que al régimen de Mussolini. Es decir, percibía nítidamente la regresividad de Stalin que conducía la experiencia socialista a un fracaso inevitable, mucho antes que los mayores intelectuales europeos lograran siquiera imaginarse la dimensión de la transformación totalitaria que produciría el dictador comunista georgiano.

Los Cuadernos  y las Cartas de la Cárcel  entregan no sólo formas útiles o abiertas de preocupación respecto de lo que ocurría en la URSS, sino además, un método interpretativo sobre el estalinismo. Gramsci nunca nombra a Stalin directamente, más bien el aborda las raí- ces del estalinismo y, con su elaboración, busca contrarrestar no solo la influencia, que consideraba nefasta, del estalinismo en la teoría marxista sino, más en general, la elaboración determinista, religiosa, de Bujarin y de los manualistas rusos que codificaron el marxismo.

Señalaba que la exacerbación del “estatismo” en lo político y en lo econó- mico sólo conduciría a una creciente concentración del poder, a un Estado de funcionarios “elemental, pobre y autoritario” cuyas características estaban más ligadas al viejo Estado zarista que al Estado expansivo que el capitalismo creaba en occidente. De igual manera, en el período, formuló una dura crítica a los rudimentarios y sesgados métodos de la planificación económica del socialismo que inspirados en los economistas oficiales, Lapidau y Ostrovitranov, se llevaban adelante, produciendo la colectivización forzada del campo, las grandes migraciones de pueblos enteros que Stalin trasladó brutalmente y el exceso de planificación económica centralizada que a partir de ese momento caracterizó no sólo la experiencia rusa sino toda la vida de los “comunismos reales” que se desplomaron a partir del 89.

La elaboración de Gramsci fue considerada tan lejana al marxismo “oficial” que este comenzó a ser estudiado en la URSS solo con el advenimiento al poder de Gorbaciov. Habían pasado casi 70 desde la Revolución de Octubre antes que se reconociera el aporte de Gramsci en el centro del comunismo mundial.

Hay que tener claro que Gramsci, era y lo fue siempre, un pensador marxista, que estudió a Marx en la universalidad de su pensamiento y asociado a la historia que a este le tocó vivir. El perteneció al núcleo de los pensadores más abiertos de la “belle époque” del marxismo y compartió, con énfasis, tiempos y realidades diversas, con Lukacs y Rosa Luxemburgo, altos niveles de autonomía y de elaboración que se diferenciaron definitivamente del marxismo-leninismo que se transformó en la doctrina oficial de los partidos comunistas de todo el mundo. Su elaboración se inscribe en la corriente que coloca de relieve el factor de la subjetividad, de la espiritualidad, de la ética, de la estética, estableciendo un nuevo nexo entre sujeto y objeto, entre medio y fin, que permite descubrir en ellos profundas categorías que nunca fueron parte de la tradición marxista clásica: solidaridad, rechazo a la indiferencia, catarsis, eticidad, valor de la cultura nacional en la configuración de la estrategia, entre otros conceptos nuevos y perdurables en el tiempo. Tal vez una sola cita de Rosa Luxemburgo permita graficar la lejanía de reflexión de estos pensadores con la experiencia que por 70 años fue el modelo socialista mundial.

Ella escribe en 1919, a escasos dos años de la instalación del poder ruso y aún vivo Lenin, desde la Cárcel de Breslau donde es asesinada ese mismo año: “Una privación de derechos que no es una medida concreta para un objetivo concreto sino una regla general de efecto duradero, es una improvisación de un camino sin salida…la libertad no es producto de ningún concepto fanático de justicia, sino que se debe a que todo lo instructivo, integral y purificador en la libertad política depende de esa característica esencial y su efectividad se esfuma cuando la libertad se convierte en un privilegio”

Estas expresiones de Rosa Luxemburgo coinciden netamente con las que Gramsci expresa en su Carta al Comité Central del Partido Comunista de la URSS28. Esto muestra no sólo el coraje intelectual de Gramsci, sino su capacidad de visión política que le permitió diferenciarse radicalmente de ese marxismo y crear una nueva visión dentro del marxismo, en buena medida más allá de él, y un nuevo léxico de la política. Muchos estudiosos han calificado a Gramsci, Bobbio entre ellos, como el “teórico de la superestructura”. Como veremos esta calificación es útil pero reductiva ya que Gramsci es el teórico del bloque histórico y siempre subraya el significado de la interrelación entre ambas esferas, es más se siente incómodo en esta definición, va mas allá y establece que el propio proceso productivo es necesario enmarcarlo no solo en la visión de la economía sino también en el de la filosofía de la praxis.

Dicho esto, lo cierto es que Gramsci reconceptualiza y reubica formulaciones filosóficas y polí- ticas anteriores para determinar un nuevo escenario cultural. Desde el punto de vista metodológico, Gramsci supera una forma de aproximarse a los problemas que fue típica de una parte de la izquierda: ver la realidad filtrada por un conjunto de pre-supuestos más que como un proceso de descubrimiento de las novedades. Gramsci es un crítico implacable de las tesis preconstituídas, de los “objetivismos” y de los “determinismos” económicos que caracterizaron una parte importante de la elaboración del marxismo clásico.

El busca desentrañar el saber, el conocimiento, a partir de los procesos y de las complejidades analíticas que detrás de ellos se encierran. Pero, además, busca establecer la supremacía de la razón para comprender la conflictualidad, las contradicciones, los aspectos globales, la visión de conjunto de los fenómenos y su proyección, la nacionalización de los procesos que apunta a la creación de una voluntad colectiva como base de la hegemonía en sus diversas fases, que es justamente lo que permite pensar la “gran política” que es el verdadero objetivo filosófico de Gramsci. Son notorias la novedad y la flexibilidad de los instrumentos en las categorías gramscianas y la forma no definitiva con que cada uno de ellas son presentados por Gramsci. Hay núcleos del pensamiento de Gramsci, como bien lo subraya Giuseppe Normanno, que se transforman en un patrimonio no solo del marxismo y de la cultura política italiana, sino del pensamiento político en general y que constituyen una parte esencial de lo que presento en este documento.

El primero está constituido por la dialéctica entre estructura y superestructura, por la importancia de las culturas nacionales, por la fuerza de la subjetividad colectiva, por la acción política de las masas. La segunda, está constituido por la supremacía de la política y por la constitución de los subalternos como fuerza no solo dominante sino dirigente. Nace la valoración de la irrupción de las masas en la historia que se transforman en protagonistas de la construcción de lo nuevo. El tercer núcleo es la constitución de una nueva visión, no catastrofista, de las crisis endógenas del capitalismo y de sus eventuales salidas. Todo ello, y la posterior elaboración de sus dirigentes e intelectuales, permitió al Partido Comunista Italiano transformarse en la mayor fuerza comunista y en gran parte de la izquierda mundial, ya que la visión realista de Gramsci, contraria al espontaneísmo como al verticismo monolítico y burocrático, ha permeado su devenir político, intelectual y la elaboración de su estrategia democrática en el curso de los decenios posteriores. El marxismo de Gramsci no es solo previsión morfológica o un instrumento de análisis económico del cual derivan el resto del aparataje ideológico, sino que es la asunción moral, la voluntad colectiva de la acción, sin la cual el marxismo de los primeros decenios del siglo XX corría el riesgo de devenir en pura metafísica.

La categoría ética se transforma en Gramsci en un imperativo categórico de la construcción de la hegemonía. Otro aspecto que subyacemos en este trabajo dentro de la originalidad del pensamiento gramsciano será su realismo historicista como una visión integral de la vida y de la política ubicada en una consideración de los procesos singulares, nacionales, en los cuales las clases subalternas construyen su hegemonía. Esto permite a Gramsci superar sea una metafísica espiritualista, derivada esencialmente del idealismo de Hegel y de Croce, que la metafísica materialista que construye un principio dialéctico apoyado solo en los principios materiales.

Por ello es que el realismo histórico de Gramsci, en los Cuadernos, se liga a Maquiavelo, a su consideración de la autonomía de la política e introduce las consideraciones del florentino dentro de su filosofía de la práctica inspirada en Marx, lo cual se constituye en una inspiración en la creación de la concepción del bloque histórico. Es la ética, a su vez, lo que permite a Gramsci, en esta proficua relación teórica con Maquiavelo, no subsumirse solo en la política como táctica en la configuración de su estrategia.

Es, como veremos, la polémica con el antipositivismo lo que impulsa a Gramsci a concebir la realidad, sea natural que política, como continuamente modificable por la cultura, por la voluntad, por la conciencia, por la acción, lo cual permite colocar la subjetividad en el centro de la elaboración gramsciana. Pero, además, es evidente que su incursionar prevalentemente en la superestructura, en los fenómenos de la cultura, de los aparatos ideológicos y de la espiritualidad de la sociedad, tiene que ver con el hecho de que para Gramsci el socialismo como objetivo histórico es mucho más que un sistema econó- mico o político; es antes que nada, un valor moral profundamente liberador.

Por ello la visión sobre la ideología deja de ser en Gramsci un factor negativo o neutro y se transforma en un factor positivo. Es el propio Gramsci quien señala “que un potencial error en la consideración del valor de las ideologías se debe al hecho de que se da el nombre de ideología tanto a la superestructura necesaria de una determinada estructura como a las elucubraciones arbitrarias de determinados individuos. El sentido peyorativo de la palabra se ha hecho extensivo, y eso ha modificado y desnaturalizado el análisis teórico del concepto de ideología.

Sobrepasa, por tanto, una visión reduccionista y economicista del término, en tanto pura especulación incapaz de cambiar la estructura, y deja con ello de ser una mera apariencia para convertirse en un factor esencial de una estrategia revolucionaria. Esto permite a Gramsci, como lo analizaremos en este trabajo, ligar la ideología, la voluntad subjetiva que de ella surge a partir de la asimilación de la filosofía de la práctica, con la hegemonía e instalar los elementos intelectuales y morales, y no principalmente la fuerza, en el centro de su estrategia política para occidente.

Como lo dice el propio Gramsci y aquí se resume toda su visión del rol positivo de la ideología en la construcción y permanencia de la hegemonía, cuestión clave y original de su elaboración, “ un grupo social puede, y en verdad debe, ya ejercer “liderazgo” antes de ganar el poder de gobierno (esta es en verdad una de las condiciones principales para ganar tal poder),subsecuentemente llega a ser dominante cuando ejerce el poder, pero aún si lo tiene firme en sus manos ,debe también continuar liderando”, por tanto ejerciendo hegemonía ideológica y ética, es decir un nuevo tipo de dominación consensual.

Es en este punto en que en este trabajo insertamos el rol de los intelectuales a los cuales Gramsci dedica una importancia desconocida en el marxismo clásico. Bien lo subraya el sociólogo Jorge Larraín “la filosofía de la praxis fue desarrollada por los intelectuales, como todas las concepciones del mundo, pero es necesario hacer tres modificaciones. Primero, el intelectual orgánico es creado como tal por la clase y no puede haber una distinción absoluta entre intelectuales y no intelectuales. Segundo, no se trata de introducir desde el principio una ciencia creada separadamente sino que de renovar y hacer crítica una actividad que ya existe. En otras palabras, la filosofía de la praxis no constituye una conciencia absolutamente deficiente sino que reconoce y expresa una voluntad colectiva, una orientación que está ya presente en la clase. Tercero, la filosofía de la praxis , la ideología proletaria puede ser vivida como una fé y como un buen sentido que es informado por elementos filosóficos fragmentarios”

Esta afirmaciones son importantes y coinciden con la presentación que hacemos de estos temas en este trabajo. Destaca el rol de los intelectuales en la formación de la ideología proletaria y vemos como para Gramsci todos son intelectuales aún cuando no todos ejercen esta función; filosofía de la praxis como fe o como buen sentido, como señala Jorge Larraín, es decir, el proletariado nutre su conciencia de la filosofía de la praxis pero ella está mezclada con el sentido común preexistente y, por tanto, si bien ello contribuye a su recepción, a la vez, la hace imperfecta a raíz de esta mediación. Hay una contaminación de la propia filosofía de la praxis puesto que ella misma es fruto de la historia y se mezcla con las costumbres, los sentidos comunes, hasta construir una voluntad colectiva nacional y popular, que es el objetivo de la hegemonía.

La elaboración de Gramsci permite liberar a la ideología como fe. Gramsci busca crear militantes y revolucionarios conscientes y no creyentes, que ven en la propia filosofía de la praxis una concepción no inmutable sino inmersa en la historia y por tanto susceptible de permanentes cambios. Esto significa, después de la Revolución Rusa y de su impacto teórico, volver al estado laical el marxismo y en verdad toda la elaboración de Gramsci está marcada por este esfuerzo.

En esta perspectiva se coloca este trabajo, discernir sobre la originalidad de Gramsci y de su elaboración, de la forma como este coloca caminado de pié el marxismo después de su paso “ruso” y lo traslada a occidente, aprendiendo, cotejándose y diferenciándose con lo que surge de la Revolución de Octubre y creando o reinterpretando un conjunto de categorías políticas y filosóficas, un verdadero léxico gramsciano, que engloban los conceptos de bloque histórico, sociedad civil, hegemonía, guerra de posicionamiento, intelectuales orgánicos y tradicionales, fascismo, revolución pasiva, catarsis, moderno príncipe y muchos otros términos con los cuales Gramsci construye una verdadera ciencia política y una teoría del estado, de la superestructura, completamente nueva dentro del marxismo y mas allá de él. Podemos hablar del aporte de la elaboración del teórico sardo como “supremacía de la política” porque ésta idea fuerza resume mejor que ninguna su contribución a la filosofía de la praxis y a la política.

Cierto, Aristóteles y Maquiavelo, liberan la política y Gramsci repite en su obra la expresión del filósofo griego del hombre como “animal político”. Para Aristóteles, que visualizó y determinó antes que nadie la autonomía de la política, la politicidad era natural – pasiva. Para Gramsci, más de dos milenios después, el hombre es esencialmente político porque en “la actividad para transformar y dirigir conscientemente a los demás hombres realiza su “humanidad”, su “naturaleza humana”.  Creo que este pensamiento de Gramsci lo dice todo respecto del peso de la subjetividad humana, de la construcción de identidad y de la realización personal ligada a las transformaciones sociales y políticas.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.

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