Por: Esteban Valenzuela V. Vice Presidente de la Federación Regionalista Verde Social
Vuela al sur profundo, a los fiordos, al bosque húmedo, a los ríos torrentosos, a los hielos eternos, al viento que curtió su cara de joven ingeniero pionero, a su Aysén Amado, a su Patria verde patagónica en expansión, la que salió del enclaustramiento y le gritó al mundo que un modelo de desarrollo sustentable en el respeto al edén era posible con empoderamiento a los territorios y su autonomía.
Antonio fue más allá del regionalismo y el 10 de septiembre del 2000 aceptó la invitación a formar LOS FEDERALES, que hicimos con Diego Benavente a Barrueto por la centro izquierda y a Horwarth por la centro derecha, para a crear un movimiento transversal que luchara por la igualdad integral de los territorios que tenía como fundamento la democracia y la autonomía.
Vestido de negro, Antonio supo ser minoría profética, ser un díscolo acérrimo o un virtuoso articulador de bancadas regionalistas, aunque molestase a los aparatos de la derecha y la Concertación. Él sabía la diferencia entre un feudal caudillo regional que pide para sí en la personalización del poder en redes clientelares versus el intelectual y el político activista que se juega por la emancipación territorial y el empoderamiento de un colectivo. Así comenzó a reclamar por la falta de elección de intendentes, por la concentración de los fondos culturales y de transporte en Santiago, por la ausencia de planes de descontaminación en regiones, por el necesario pago de las empresas en los lugares donde producen o extraen devolviendo valor estructural y no limosnas de cooptación banal.
Una y otra vez durante una década, protestando a veces con un puñado de personas, como hombre consecuente de una rebeldía mayor por el bien de Chile y su diversidad.
Hasta el día en que despertó Calama, Freirina, Magallanes y Aysén defendió su categoría de uno de los siete territorios prístinos del mundo y se opuso tenazmente a las megahidroeléctricas. Se unió a los sindicatos y a los empresarios turístico, al Obispo Infanti y a Tompkins, a Pato Segura y Miriam Chilble, a los pescadores y los colonos del fin del mundo.
Antonio reconocía que junto a los mapuches se había logrado poner la fuerza de las regiones para empujar las reformas que aprobó el Senado a fines del 2017, con protagonismo indeleble de él… en sus últimos actos de congresista.
En la última conversación me habló del “presente”- quizás cansado de promesas o sabiendo que la hora del viaje venía- y reímos para empujar la elección de gobernadores regionales apuntando a los que seguían negando la democracia territorial. También le dije que ya no estaba tan “anticomunista”.Una noche me confesó que sus abuelos habían sido rusos blancos perseguidos por los bolcheviques, y se largó a contar las leyes que había aprobado con la centro izquierda y en oposición a los sectores más conservadores de la derecha, a la persecución de su hija por defender a ex lautaristas falsamente acusados en el caso bombas, a la decencia de la Presidenta Bachelet que había apoyado nuestra idea común de impulsar universidades públicas en O Higgins y Aysén, así como el apreciado proyecto de un programa permanente de inversiones y conectividad para las zonas extremas que hoy es una realidad.
Siete veces honor para Antonio Horvath, el amigo, el afable, el transversal, el patagón, el verde, el federal, el consecuente, el político de la fraternidad de los territorios liberados.
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