Por: Kattya Contreras Valdés. Activista feminista
Este fin de semana nos reunimos cientos de mujeres en las inmediaciones de la Universidad del Bío Bío ubicada en la ciudad de Concepción, fuimos alrededor de 600 mujeres las que llegamos de todo Chile a descentralizar la discusión del movimiento feminista, que desde hace semanas tiene movilizadas a miles de estudiantes de Chile.
En este encuentro conversamos en círculos mientras la energía fluía, y todas nos mirábamos, generando opiniones desde el respeto y sororidad, con un alto grado de intercambio de experiencias. Para mí fue algo muy importante y bonito, asumiendo mi condición de mujer mapuche, madre soltera, estudiante de escasos recursos e hija de un padre que fue preso político en democracia, por lo que desde muy niña me marcó la discriminación racial y política que sufrí, pero al encontrarme sentada con más mujeres que se reconocían como mapuches, lo cambió todo, pues mi lucha, era su lucha también.
Fui parte de la mesa “Mujer, cuerpo y territorio” con un enfoque de mujeres indígenas y migrantes, y la discusión que dimos, fue de recuperar nuestras raíces y descolonizar el feminismo. Además de reconocernos entre nosotras mismas, dejar de enaltecer a las figuras del feminismo europeo y gringo. Pues esto último, sin desmerecer la lucha que las compañeras han llevado durante siglos, se piensa y reflexiona a partir de que nuestros contextos territoriales y luchas son diferentes.
En el círculo, nos reconocimos como indígenas, lesbianas, estudiantes, madres solteras, activistas, trabajadoras, y en su gran mayoría mujeres pobres, sobrevivientes al sistema patriarcal, a la violencia institucional, y a la violencia del capital que día tras día nos empobrece aún más. Es por esto que me surge el cuestionamiento ¿Qué es ser mujer indígena en Chile?.
En Chile, durante siglos se ha abierto el camino hacia la discriminación y marginación hacia nuestra nación mapuche, muchos de nuestros familiares se cambiaron el apellido en un pasado, como mi bisabuelo, al que le avergonzaba ser parte de la cultura mapuche, llegando incluso a dejar Frutillar para partir de cero en Santiago, pero la violencia excesiva se da especialmente hacia nuestras mujeres indígenas, las que se ven expuestas a una serie de violencias, que no sólo recaen en violencia sexual y policial, sino que a una serie de discriminaciones de carácter étnico, que no les permite desenvolverse de manera normal, ni hacer uso de sus derechos cotidianos como personas normales, afectando así a niñas, mujeres de mediana edad y ancianas.
La situación particularmente en comunidades mapuches del wallmapu es preocupante y que producto de los allanamientos a comunidades que luchan por recuperar sus tierras y reconquistar el territorio arrebatado, estando más presente que nunca la Ley Antiterrorista del Estado, la que además de allanar a las comunidades que se encuentran en resistencia, impone el miedo, tortura psicológica y física, detenciones arbitrarias, asesinatos a los diferentes weichafe, las mismas desapariciones de estos y la militarización del wallmapu. Los hechos de violencia policial son reiterativos, con un uso desproporcionado de fuerza, que años tras año se repite, y que nuevamente afecta a niñas, mujeres y ancianas, dejándolas heridas, o directamente siendo encarceladas e inculpadas a través de montajes.
Desde mi infancia que fui víctima de la violencia institucional, todavía recuerdo a mis profesores marginándome por venir de una familia marcada de presas y presos políticos en democracia, además de mis compañeros denigrarme por ser una niña morena con rasgos mapuches. En varias ocasiones quise renegar de donde venía, para así evitar las humillaciones y los golpes de mis compañeros, quienes se encargaron de humillar y denigrar a muchas de mis compañeras por sus apellidos y ojos rasgados, pero a medida que fui creciendo, me fui vinculando con las ceremonias, rogativas, las plantas y la medicina ancestral, nuevamente reconociéndome a mí misma como una mujer de la tierra, llena de espiritualidad y con una fuerza de lucha, sintiéndome orgullosa de llevar el atuendo, al igual que todas las mujeres de mi familia, que actualmente llevan una lucha para preservar la cultura, la medicina ancestral, la lengua, y contra la represión y montajes hacia la nación mapuche.
Ser mujer e indígena en Chile indica la gran brecha económica y social que existe, siendo las más vulnerables dentro de la comunidad. No hay que olvidar además, la precarización laboral y educacional que la mujer vive, asimismo de la casi nula representación política a través de cargos regionales. A las mujeres indígenas, el Estado las maltrata, discrimina, y violenta, llegando incluso a encarcelarlas, como es el caso de la Machi Francisca Linconao, mujer defensora del territorio, la que en mayo de este año, fue absuelta del caso Luchsinger-Mackay.
A raíz de esto último, surge también la discusión de ser mujer, migrante y pobre, y las diferentes violencias a las que se ven expuestas aquellas mujeres, que viajan a otro país en busca de bienestar económico, y por necesidad. Estas no sólo se ven expuesta a la marginación social y discriminación racial, también se ven expuesta a violencia institucional, como lo fue el caso de Joane Florvil, mujer migrante haitiana, muerta en manos de la institucionalidad chilena, la misma que le quita a su hija acusándola de abandono después del asalto que sufre su esposo Wilfredo Fidele, también está el caso de otra mujer haitiana llamada Maribel Joshep a la que del Sename le quitaron a su hija, por dejarla al cuidado de una familia chilena mientras ella trabajaba, la que finalmente logró recuperar este jueves 7 de Junio, pero nuevamente vemos una acusación de abandono que se hace hacia una mujer migrante, pobre y negra.
No obstante, también mencionamos a las diferentes mujeres asesinadas en estos últimos años en Latinoamérica, partiendo por el feminicidio empresarial de Macarena Valdés, activista ambiental en Liquiñe, Chile, muerta el 22 de Agosto del año 2016, y de otras muertes de mujeres activistas que defensoras del territorio como lo es el caso de Marielle Franco, Concejala de Río de Janeiro, feminista, lesbiana y negra, asesinada en Río Janeiro en marzo de este año y Olivia Arévalo, mujer indígena que fue brutalmente asesinada en Perú en abril de este año también.
En esta mesa de trabajo, se conversó sobre las diferentes experiencias enriquecedoras de lo que conlleva ser feministas y reconocernos como parte del territorio, de querer rescatar nuestra cultura, de acercarnos a esta y seguir traspasándola a las futuras generaciones, y así mismo combatir el racismo, y las diferentes violencias que tenemos que experimentar y convivir. También se habló de la carga energética con la que tienen que cargan las mujeres migrantes, y del aislamiento que se produce muchas veces por la falta de comunicación, y del no entendimiento del idioma.
Finalmente, se propone un próximo encuentro en el wallmapu en el marco de la conmemoración de la muerte de la lamieng Macarena Valdés, para seguir con la descentralización de la discusión, con el objetivo de vincularnos y conocer todas las realidades que implica ser mujer, pobre, indígena y de la lucha de clases que se lleva a cabo actualmente en la Araucanía por el mismo conflicto mapuche.
Rescatar además la organización de las compañeras de la Universidad del Bío Bío en toma feminista que, pese a la masculinización que sufren en sus aulas, hicieron un gran esfuerzo por recibir a las más de 600 mujeres que llegamos desde todo el territorio a sus salas de clases a dar la discusión, brindándonos techo, calor, abrigo y comida, respetando incluso a las mujeres que somos feministas antiespecistas en sus menús, y logrando generar un espacio lleno de sororidad y de reflexión.
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