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El fallo de La Haya: Se nos reconoce el derecho, pero también el “deber” soberano sobre Antofagasta

Por: Bernardita Espinoza V. Ingeniero Civil Industrial. Universidad de Chile


Con motivo del fallo del tribunal de La Haya, conocido el reciente 01 de octubre de 2018, donde se ha rechazado la demanda de Bolivia por una salida soberana al mar en la Región de Antofagasta, en la República de Chile, vengo a escribir estas líneas para recordar a los chilenos que tenemos la soberanía sobre la Región de Antofagasta desde la firma del Tratado de 1904.

Ahora bien, he sido testigo con desazón de la despreocupación y el notable abandono de dicha región, así como del resto del territorio anexado en dicha ocasión, vale decir, del abandono e incumplimiento de nuestro deber de ejercer soberanía, por décadas, sólo mitigados por fugaces intereses, cuando estamos en época de elecciones y cuando este tema de la demanda boliviana ha tenido tribuna mediática.

Y es que, como lo he dicho en mis columnas anteriores (verlas en www.poderyliderazgo.cl ), Chile se encuentra asolado por un Centralismo vergonzoso, que se erige sin duda, como la mayor de las desigualdades de nuestra patria, pues es transversal a la Sociedad y el espectro político. Lamentablemente, esta problemática no tiene, ni la tribuna, ni el rechazo, ni la atención, que tienen otras injusticias y desigualdades latentes en Chile, y ¿por qué? Porque toda dicha atención se concentra en las problemáticas de los votantes de la Región Metropolitana.

Asimismo, quisiera que este riesgo que enfrentamos, de ver vulnerada nuestra soberanía en la Región de Antofagasta, soberanía ganada mediante la sangre de héroes de la Patria, como mí tío bisabuelo en segundo grado, Ignacio Carrera Pinto, nos haga reflexionar respecto que no hemos reafirmado solo nuestro DERECHO a ejercer nuestra soberanía en la zona, sino que también nuestro DEBER de hacerlo con la diligencia, responsabilidad y empeño que respete el mérito de quienes lucharon por ella. Pues, cuando un territorio se incorpora al territorio nacional, no se trata de anexar un pedazo de tierra y desplegar fuerzas militares para hacernos del poder en la zona.

No pues! estamos en el deber de desarrollar, fomentar y procurar que el territorio sea parte del país con equidad territorial, que sus habitantes vivan con el bienestar que les corresponde como chilenos, con las mismas oportunidades y acceso a salud, educación de calidad e infraestructura que el resto de Chile, independiente de los recursos que la zona pueda entregar.

Y así lo entendió en su momento, el Gobierno de José Manuel Balmaceda, a través del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, quien como última acción para ejercer soberanía, envío a mi bisabuelo Ramón López Pinto (a quien cumplo con dar su merecido homenaje hoy), en 1889, a una campaña de nivelación de la escolarización de las entonces provincias de Tarapacá, Antofagasta, Arica y Tacna y Antofagasta, apenas unos años concluida la Guerra e inclusive antes del tratado de 1904, tarea que mi bisabuelo concluyó en 1907. El arribo de López Pinto, implicaba la culminación del proceso de apropiación administrativa de las nuevas provincias, siendo el último aparato público en hacerse presente en la zona.

No obstante lo anterior, la lucidez y fluidez administrativa demostrada por Chile en el siglo XIX, en cuanto a comprender la importancia de llevar bienestar, mediante educación, salud a los nuevos ciudadanos chilenos y desarrollo a los nuevos territorios, ha ido quedando en segundo plano, frente a la loca carrera por los votos que ha implicado en las últimas décadas un aumento considerable del Centralismo y la concentración de la atención política y de la inversión en Infraestructura, Salud y Educación en la Región Metropolitana de Santiago.

Esta dura e injusta realidad, además es inconcebible, toda vez que el  aporte a Chile de parte de la Región de Antofagasta,  que se ve hoy reflejado en gran parte del desarrollo e inversión en la Región Metropolitana de Santiago, ha sido infinitamente mayor, que el aporte que ha recibido de Chile, en estos más de 100 años de historia como parte de nuestro territorio. Acá nuevamente insisto mi punto repetitivo, el abandono de las ciudades mineras de la Región de Antofagasta, como Calama, María Elena y Tocopilla, es vergonzoso, inexplicable e inaceptable.

Espero, entonces, que esta nueva oportunidad de mirar hacia Antofagasta, hacia nuestro Norte Grande, hacia esa rica Región Minera de cuyos recursos tanto hemos usufructuado, que esta nueva oportunidad de tener la atención de la ciudadanía, de tener de nuevo la oportunidad de ejercer con propiedad y responsabilidad nuestra soberanía en la zona, con la misma responsabilidad y diligencia que lo hicieron nuestros ancestros en el Siglo XIX, la tomemos con realismo y entusiasmo, y no sea en cambio un efímero destello de preocupación patriótica, que pase raudo sin dejar una verdadera enseñanza  que derive en medidas presupuestarias, de planificación y administrativas que permitan que dichas Regiones, anexadas a nuestro territorio con heroísmo, no sigan en el total y vergonzoso abandono que hoy las asola.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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