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El virus del populismo se extiende en el mundo

Por: Antonio Leal L. Ex Presidente de la Cámara de Diputados, Académico de la Universidad Mayor


En Europa, el término se utiliza para definir la ola de partidos de extrema derecha que alcanza crecientes posiciones de poder e incluso en algunos países ya encabeza gobiernos, inspirada en un neofascismo que revive aspectos de los regímenes totalitarios de los años 30.

Ellos van desde el Frente Nacionalista francés a los Auténticos Finlandeses pasando por el Amanecer Dorado en Grecia y Jobbic en Hungría que incluso exhibe milicias militarizadas parecidas a los camisas pardas de Mussolini.

La identidad del populismo neofascista se expresa en el culto al líder, obsesión con la idea de salvar a la patria de múltiples riesgos globales y locales, victimismo nacionalista, rechazo a las organizaciones internacionales y a su regulación, anti – inmigración, xenofobia y racismo encubierto o expreso, odio a todo lo diverso, defensa de los derechos de los “ciudadanos nativos” y reivindicación de la soberanía nacional.

En varios casos, como ocurre con el Partido Nacional Democrático alemán, es abiertamente antisemita y reivindica la expansión territorial. Es decir, mitos de pureza racial, rituales políticos y símbolos crípticos.

El Frente Nacional francés de Marine Le Pen, que hereda de su padre el liderazgo, ha vencido en las últimas tres elecciones presidenciales en primera vuelta y se posiciona como alternativa también al establishment tradicional, tanto de derecha como de izquierda ganando adeptos en los jóvenes desilusionados con el sistema y en antiguos centros obreros donde las posturas anti – inmigración hacen sentido frente a la llegada de mano de obra barata, la reducción de salarios y el desempleo.

La novedad reside, respecto del fascismo y el nazismo de los años 30, en que todos estos partidos y movimientos surgen, promueven sus ideas y sus posiciones políticas dentro del marco democrático que es justamente el que les brinda legitimidad y los presenta, crecientemente, como alternativas viables de gobierno.

Si el fascismo clásico fue ultranacionalista, anticapitalista, antiliberal y antimarxista y su propósito fue destruir la democracia desde dentro para crear una dictadura moderna desde arriba, el populismo neofascista mantiene, atenuándolas, algunas de esas premisas y una fuerte retórica que transforma a sus líderes en pequeños Mussolini, pero quiere instalar una democracia excluyente cerrando el paso a las posturas liberales del siglo XXI en el ámbito de las reivindicaciones de género, diversidad sexual, ambientalismo, diversidad de formas de vida, reemplazando la hegemonía de la derecha tradicional a la cual penetra y desarticula, colocando el integrismo religioso e ideológico como dominante de una nueva ética inspirada en la exclusión de la autonomía de las personas para decidir sobre sus vías, que es la verdadera libertad del siglo XXI, la pureza y el orgullo racial y en un discurso donde el líder es la expresión y la voz del pueblo mismo, lo encarna.

Un autoritarismo que no se convierte, al menos por el momento, en una dictadura, pero que busca instalar, aún con los instrumentos primarios de la democracia, sus connotados principales.

Son partidos que trabajan ideológicamente con el miedo, las frustraciones de las personas y el desprestigio de la política y de sus instituciones, con las crisis financieras del modelo económico, en una población que vive despojada de certezas y de la protección del capitalismo estatal, indignada con los fenómenos de corrupción de los políticos y la falta de ideas de la política, la “privatización” excluyente de la democracia y, en especial, la ausencia de alternativas desde la izquierda, y que orientan el descontento hacia el odio, el racismo, la xenofobia, la intolerancia, logrando conectarse con el malestar de amplios y transversales sectores de la población que perciben a la globalización y al modelo económico gestionado por las fuerzas políticas tradicionales, como las causas de su desmejorada situación.

El populismo avanza por el miedo de la población al futuro y la retórica neofascista, con fuerte expresión en las redes sociales, ya no vive oculto en el submundo, sino que se convierte en parte del discurso cotidiano normal.

Las cuestiones identitarias, que antes pesaban en la decisión electoral, hoy se vuelven frágiles, volátiles y el electorado nómade porque va de un lado a otro de acuerdo a las promesas que se le ofrecen y de esta temporalidad se nutre el populismo neofascista. El populismo crece frente a una derecha a la cual el neoliberalismo y el dominio psicosocial de las lógicas del mercado despoja de su atractivo liberal y republicano, frente a un centro político que solo existe sociológicamente, pero desprovisto de toda idea cultural que lo proyecte y a una izquierda incapaz de formular una propuesta de sociedad después de la caída de los socialismos reales y del agotamiento de la experiencia del Estado Benefactor de la socialdemocracia.

Avanza en el marco de la crisis y la desconfianza generalizada de la política y al desprestigio de los políticos vistos por la opinión pública como entes lejanos a la sociedad y repleto de privilegios y prebendas.

Ello se ve respaldado por las posturas y la acción política de Trump en el mundo, en su desapego al multilateralismo, en su intento de debilitar las instancias internacionales y desconocer sus acuerdos, en su lejanía con los principios de la globalización, cuyo principal impulsor paradójicamente fue EEUU, en la promoción al culto de su personalidad y la idea de la nación renacida.

Trump crece a través de un discurso nacionalista extremo, su conservadurismo ideológico y un rechazo frontal a los inmigrantes y la falta de un liderazgo fuerte en los demócratas, a la altura de Clinton y Obama, hace predecir que Trump pueda ser reelegido y que esta política de enfrentamiento con los regímenes democráticos de Europa y del mundo se mantenga por 8 años.

Sin embargo, pese a su retórica violenta, Trump, que es un populista, es difícilmente calificable de fascista, en un sentido estricto del término, porque su política no se orienta estructuralmente dentro de la ideología fascista, como la de Bolsonaro y de muchos líderes de la ultraderecha europea, sino dentro de un concepto ultranacionalista donde EEUU es todo y porque opera dentro del sistema político norteamericano sin intentar destruirlo.

Por lo demás, el sistema político estadounidense es sólido, hay un Partido Republicano donde una parte de las mayores personalidades aborrecen a Trump y un Partido Demócrata fuerte y la mayor parte de sus instituciones miran con recelo a Trump y a su política.

Pero, sin duda, la presencia de Trump en la Casa Blanca es un estímulo a los partidos y gobiernos populistas neofascistas en el mundo y tienen una común sintonía en los asuntos internacionales.

En América Latina, el triunfo electoral del capitán Bolsonaro representa, por el peso de Brasil como potencia económica, un antes y un después del populismo neofascista. Éste concentra las características más notorias del neofascismo: violencia del lenguaje contra los opositores, retórica marcada por la xenofobia, el racismo, el rechazo a las instancias internacionales y a sus acuerdos, el integrismo cultural, el desprecio y la guerra contra la diversidad y el pluralismo, el despotismo en el plano de las ideas y su afán expansivo explícito hacia el conjunto del continente. Bolsonaro, pese a ser elegido dentro de las instancias y las reglas de la democracia, representa, tal vez como ningún otro régimen populista, una amenaza real para las instituciones democráticas toda vez que se propone como ideología y como práctica política un proyecto refundacional del sistema político y de la economía brasileña destinada a eliminar las políticas sociales instaladas por los gobiernos del Partido de los Trabajadores y a modificar de raíz la convivencia social en ese país.

Un modelo y un símbolo a seguir por las sociedades latinoamericanas en medio de la crisis, la desafección ciudadana, los límites y la debilidad de la democracia en el continente.

Chile no está ajeno a la tentación populista. José Antonio Kast y su Movimiento Acción Republicana representan expresamente el populismo neofascista y su apoyo estrecho a Bolsonaro y a sus ideas, como toda su práctica política e ideológica así lo ratifican. Kast punta, en primer lugar, a representar el pinochetismo que es mucho mayor al 9% obtenido en la primera vuelta de las elecciones presidenciales pasadas.

Su objetivo es desfondar a los partidos de derecha, en particular a la UDI, donde una parte de su base militante y de sus líderes continúan adhiriendo a la dictadura, y condicionar la política del propio gobierno de Piñera.

Después de la visita a Chile del diputado hijo de Bolsonaro invitado por la Presidenta de la UDI, Piñera comprendió que ese discurso extremo y las propuestas, ideas y acción política de Kast dañaban el matiz liberal democrático de su propia postura, que en buena medida ha sido el factor por el cual ha sido dos veces gobierno, y generaba un retroceso autoritario y anti liberal en los temas valóricos en el discurso de la UDI y de sectores de RN y se transformaba en un chantaje permanente a un gobierno que en su primer año no ha hecho bien las cosas.

De allí la decisión de Piñera de terminar con las ambivalencias y separar aguas diciendo que las posturas de Kast no tenían cabida en Chile Vamos.

Sin embargo, Kast, su racismo, xenofobia, anti política, anti elite, anti inmigración, su nacionalismo extremo, su conservadurismo integrista en todo lo diverso, gana adeptos en una derecha que nunca ha roto definitiva y públicamente con el pinochetismo y ello, que fortalece a Kast, creará graves dificultades electorales a la UDI y a la derecha en general porque Kast , como ocurre con el populismo neofascista en todo el mundo, avanza también en sectores donde prima el desencanto con el sistema y con la política y los políticos, crecerá en el temor de la población y se instalará como una alternativa dentro del sistema.

Por cierto, el populismo no solo se expresa en la ultra derecha sino también en sectores nacionalistas izquierdistas que crecientemente han radicalizado, donde son gobierno, sus políticas autoritarias y las condiciones para evitar la alternancia y generar un copamiento del Estado con nulo respeto a las reglas de la democracia, al pluralismo y a la autonomía de los poderes del Estado.

Pero este es otro capítulo, que tiene sus particulares características, y que crea a la izquierda democrática latinoamericana un costo de imagen de notorias proporciones frente al cual se requiere desalojar ambigüedades y extrema claridad política en el rechazo a esta nueva forma de autoritarismo mesiánico.

Frente al populismo neofascista hay que desplegar la unidad de todos los que creemos en los valores y reglas de la democracia, en la defensa de los DDHH que deben ser exigidos universalmente, en las libertades, cualquiera sea la ubicación política en que nos encontremos, y ella debe proponerse resolver los temas por los cuales el neofascismo crece en parte de la población que no es pinochetista ni antidemocrática y en primer lugar en reponer la calidad y el prestigio de la política, abordar democráticamente  la delincuencia, resolver políticamente el respeto de los derechos del pueblo mapuche y modificar el modelo económico particularmente en aquello que más inquietud, rechazo y temor crea en la población.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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