Por: Antonio Leal L. Ex Presidente de la Cámara de Diputados, Académico de la Universidad Mayor
Marc Augé es uno de los principales antropólogos del mundo, fue Director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, autor de numerosas obras, la última de ellas “Las Pequeñas Alegrías”, La Felicidad del Instante, que nos explica porque, en un mundo desprovisto de grandes épicas y plagado de virtualidades, necesitamos de esos momentos repentinos que se impregnan en nuestra memoria, como simplemente tomarnos un café con nuestros amigos.
Los “no lugares” y la “sobremodernidad” son parte de los conceptos que ha creado el antropólogo francés Marc Augé para analizar las características del mundo del siglo XXI marcado por la globalización y la extensión del mercado como modelo económico único y el de las democracias representativas como sistema político predominante. Los no lugares, que son los grandes templos del desarrollo acelerado del mercado, su oferta de espacios públicos que reemplazan a los de la modernidad dotados de intensa posibilidad de sociabilidad, son lugares de anonimato, lugares de tránsito que ocupamos: hoteles, carreteras, malls, lugares circunstanciales definidos por el paso de los individuos pero donde no se registra memoria, ni historia, ni tampoco posibilidad de relacionarse y ni de construir identidades.
Augé expresa que en la sociedad de mercado las personas viven en la ilusión de ser el rey, pero, dice, es un rey desnudo al cual todos quieren vestir, alimentar, sanar, embellecer, según el alcance de sus medios. Es decir, ese individuo tiene una connotación de instrumento para el mercado y no de ciudadano con su identidad e historia.
La vida de los “no lugares” da paso a un no tiempo, es decir al presentismo, y a lo no real, a la virtualidad, factores que marcan la cultura de la sociedad del siglo XXI. En la modernidad, nos dice Augé, la historia alcanzaba sentido, significado y dirección.
Los no lugares, el espacio de la sobremodernidad en cambio, ya no sugieren tiempos históricos ya que tiempo y espacio – que eran dimensiones medibles y que daban espacio a la reflexión – son consumidos velozmente por la enorme secuencia de acontecimientos presentados por la TV e Internet como una súper abundancia ambiental de información e imágenes que no se logran interpretar en un contexto social e históricamente asimilable y diferenciar de aquello que es ficción y construcción virtual.
Es esta temporalidad la que Augé, desde la antropología social y la filosofía, analiza profundamente en su libro “¿Qué pasó con la Confianza en el Futuro? Afirma que el propio porvenir ha desaparecido tanto en las conciencias individuales como en las representaciones colectivas. Vivimos un tiempo incierto que nos ancla a la temporalidad, a lo cotidiano, a las aspiraciones próximas, donde los proyectos de futuro y la confianza en él se han desvanecido.
Desde la caía del muro de Berlín, que simbolizó el fin del comunismo como megarelato y como alternativa, se escribe otra historia completamente distinta a la del siglo XX y a la del capitalismo y la sociedad del industrialismo. Una historia que se acelera con cambios tecnológicos y científicos tan radicales que en pocos decenios sobrepasan a los que vivió la humanidad por milenios.
Augé describe como las transformaciones tecnológicas harán del cuerpo humano un lugar apto para soportar de manera duradera la ingravidez, para integrar elementos mecánicos y electrónicos – más allá del dominio cotidiano del celular, de las computadoras, de los audífonos de los cuales dependemos hoy físicamente en un plano de insinuación íntima – en el propio cuerpo humano y aumentar su capacidad de memoria, de inteligencia y acercarse al hombre biónico.
Este fenómeno se acentúa con la miniaturización de la electrónica y con la plurifuncionalidad de los instrumentos que se transforman en verdaderos “injertos electrónicos”. La ciencia ya puede intervenir para producir cambios predeterminados en la especie humana y se acentúan, no solo éticamente, los riesgos existenciales y esenciales en la vida.
Ello se desenvuelve en un escenario global, sin las fronteras de los Estado/Nación sobrepasadas por el mercado que ubica y mueve servicios, finanzas, información, imagines instantáneas, bienes, cada vez más personalizados, que se incorporan a la vida cotidiana de los individuos en todo el planeta.
Augé sostiene que surge una ideología de la globalización, una manera de ser, de pensar, que condiciona todos los aspectos de la vida humana. Positivamente surge también una conciencia planetaria, ecológica esencialmente, y que nos permite darnos cuenta que los recursos del planeta no son infinitos, como pensó el desarrollo capitalista, que este es un espacio reducido, una parte del universo, en riesgo y al cual los seres humanos tratamos mal.
El mundo global aparece como un gran espacio planetario abierto y de oportunidades, pero a poco andar nos damos cuenta que es un mundo de la discontinuidad y de lo prohibido. Nos damos cuenta que el espacio planetario existe pero que no existe un público planetario, un espacio público planetario donde se forme la opinión de los ciudadanos y que ellos son reemplazados por los medios y las redes que se transforman en las verdaderas plazas públicas postmodernas. Este público, al cual pensamos que las redes sociales liberarían al darle voz y protagonismo como transmisores de ideas y de posturas, es sobrepasado e invitados a consumir, acríticamente, las noticias y los acontecimientos del mundo como si fueran un gran espectáculo.
Para Augé vivimos en el reino de las imágenes que nos invitan a reconocer más que a conocer, a aprender de los otros. Mercado y redes digitales de la información y la comunicación acentúan la sensación del carácter hiperreal del sistema y la indistinción entre realidad y ficción. Todos los acontecimientos, y los productos, están mediatizados al punto que los medios y sus mensajes desempeñan hoy el rol de las cosmologías, es decir visiones del mundo que son a su vez visiones de las personas y que crean una apariencia de sentido, ligan las perspectivas, rearticulan el tiempo y el espacio, simbolizándolas. Y ese símbolo, es el del presentismo dado que los medios estructuran nuestro tiempo cotidiano, estacional, anual.
Por cierto, reconoce Augé, las cosmologías pueden tener un sentido liberador, pero, a la vez, pueden ser autoritarias dado que buscan explicar todo, se dirigen a todos, controlan todo, especialmente conforman la conciencia de los seres humanos y lo hacen alejando el tiempo, el espacio, la historia y la cultura.
Sin embargo, la visión antropológica de Augé no es la del conformismo. Rechaza el fin de la historia de Fukuyama y no cree que ella el término de ella se determine para siempre en la relación hegemónica de mercado-democracia representativa- y representación mediática. Ve el fin de una época como finalidad, como búsqueda y respuesta y, por ende, invita a pensar el tiempo como un desafío y una necesidad. Recuerda que Rousseau, Voltaire, Diderot, expresaron lo que era necesario comunicar para cambiar revolucionariamente el mundo de su época. Socializaron las ideas y las hicieron penetrar en el sentido común y en la filosofía cotidiana de las personas convertidas por la Revolución francesa en la primera forma de ciudadano moderno.
Cree que los hombres devienen, que el ser humano es obra del propio ser humano en proceso constante de elaboración. La política también. Rescata que el ser humano e por esencia un “animal político” en el sentido aristoteliano del término, cualesquiera sean las condiciones de subalternidad que enfrente no renunciará a pronunciarse y plantea que el objetivo es que, en esta realidad de un mundo y una sociedad compleja, puedan ingresar nuevamente en nuestra historia finalidades que nos liberen de la tiranía del presente, pero que no se conviertan en la fuente de un nuevo despotismo intelectual y político como los vividos en el siglo XX.
Tal vez, dice Augé, estemos aprendiendo a cambiar el mundo antes de imaginarlo, un existencialismo práctico. Plantea que se puede y debe ser reformista en el método, pero radical en el proyecto. Que la verdadera democracia no se agota en la democracia representativa en el ámbito político sino en los derechos de una ciudadanía que lucha por transformarla en relaciones igualitarias entre todos los individuos, entre todos los unos y todos los otros, simbolizando así el más amplio pluralismo de ideas, la más amplia autonomía de las personas.
Para ello, dice Augé, hay que superar la enorme pobreza en los actuales instrumentos del conocimiento social que impide concebir y estudiar la complejidad del mundo actual y coloca en el centro dos grandes ejes: la igualdad de sexos y la utopía educativa.
El riesgo mayor para Augé es que el mundo global termine dominado por una aristocracia del saber y una masa de miles de millones de seres humanos desprovistos de los nuevos conocimientos científicos y tecnológicos y llama a cerrar la brecha en un mundo donde progresa la ignorancia entre quienes manejan los saberes especializados y quienes no tienen acceso a ellos.
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