Por: Carlos Cantero O. Master y Doctor en Sociología. Académico, conferencista y pensador laico. Fue Alcalde, Diputado, Senador y Vicepresidente del Senado de Chile
¿Qué rumbo seguirá Chile? La sociedad chilena está sumida en el pesimismo y frustración por el generalizado despliegue de la corrupción, el abuso, las faltas a la probidad y la impunidad que se extienden a todos los estratos socio-económicos.
Es una crisis que nos pone frente a los desafíos cívicos de un laicismo de última generación. La crisis derivada de los nuevos dogmas, no religiosos sino económicos, que oprimen a las personas; una crisis que vuelca nuestra mirada hacia los principios, hacia los valores éticos. Estamos en presencia de una nueva forma estructural de atropello a la dignidad de las personas.
Basta de negar la realidad o justificar lo injustificable. Son innumerables e inaceptables los episodios que a diario conoce la ciudadanía: desde el robo burdo hasta aquel de cuello y corbata.
Desde el usuario que elude el pago de servicios básicos hasta el empresariado que se colude para robar corporativamente; bandas de delincuentes que roban en la ciudad hasta aquellas mafias que de uniforme (con estrellas) asolan con deshonor instituciones tradicionales de la República.
La iglesia en total descrédito por esconder delitos sexuales (su basura debajo de la sotana). Como si esto no fuera suficiente, se agrega una penetración impresionante del narcotráfico y todas sus secuelas y “pirotecnias”.
En materia política es vox populi la asociación ilícita, el tráfico de influencias, el nepotismo y la endogamia socio-cultural. La justicia no es la excepción, en este cuadro de descomposición, se aprecia parcial, con evidente discriminación política, económica y cultural. En el último tiempo hemos sido testigos de sentencias paradigmáticas, incomprensibles, aberrantes. Dejemos la actitud hipócrita y asumamos que ¡Algo huele mal en nuestro Chile!
No vale aquello de: “mal de muchos”, que se constituye en un consuelo de idiotas, aquellos que no se comprometen en la cosa pública, en el sentido griego (idiotes / polites). El proceso que observamos en la sociedad chilena, en mi opinión, es la colisión de lo material y lo espiritual, son las secuelas del despliegue de un materialismo reiteradamente denunciado, del culto al valor del dinero en detrimento de la dignidad humana, que se hace intrínseco al modelo de desarrollo. Constituye la expresión de un neoliberalismo extremo y descontrolado, la degeneración del modelo desarrollado por la Escuela de Chicago.
Dejo constancia que no promuevo un modelo alternativo de corte socialista ni socialdemócrata. Muy por el contrario, reclamo el retorno a la ECONOMÍA SOCIAL DE MERCADO, que fue la concepción original. Soy partidario de un modelo de desarrollo económico que equilibra mercado y Estado.
Lo creo válido para promover el crecimiento económico, de la competencia, pero, con espacios de colaboración (solidaridad), el individualismo, pero, con sentido de comunidad, el emprendimiento lucrativo en armonía con el altruismo. Desarrollo económico que reclama innovadores de mercado y los innovadores sociales, que pide eficiencia, creatividad, imaginación y excelencia en el mercado, pero, también en el Estado, que exije probidad en el hacer público y privado.
Donde crece el mal, también se encuentra el remedio. En ese materialismo también puede florecer lo social, donde prima el individualismo también germina el altruismo, donde hay corrupción se puede imponer la probidad. El remedio está en volver a los principios, a la promoción de valores, al compromiso ético. Combatir la estupidez materialista y el idiotismo consumista, promoviendo pensamiento crítico; enseñar a la gente a gestionar sus emociones, para que no sea víctima de la manipulación que se hace de sus deseos y seudo necesidades o necedades.
A grandes males, grandes remedios. Chile requiere un liderazgo ético, que hoy no se aprecia en la política partidista. Un liderazgo que confronte la corrupción y promueva la probidad, que supere el compadrazgo, la endogamia y el nepotismo valorando el mérito y la excelencia. Uno que sea capaz de superar la mediocridad conformando equipos calificados y eficientes, que mida sus logros con métricas claras y transparentes.
Se requiere una política que entienda el desarrollo como el adecuado equilibrio entre crecimiento económico, equidad social y estabilidad política. Se buscan políticos que valoren el compromiso, la dignidad, el mérito y la probidad. Se busca liderazgo ético para inspirar al mercado y sus emprendedores, al Estado y sus servidores, y a la sociedad civil entendida como ciudadanos y no como meros consumidores.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.