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[Opinión] El diálogo y la amistad cívica: base del entendimiento y de políticas públicas asertivas y factibles

Por: Luis Moncayo M. Director del Instituto de Políticas Públicas de la UCN, sede Coquimbo. Presidente del Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (CEAZA) y del Capítulo Regional de la Fundación Chile Descentralizado


Los últimos días hemos asistido en el país a una diversidad de eventos de connotación política y socio económica que ponen a prueba al país en su intento, universalmente aceptado, de avanzar  hacia un estado de desarrollo que responda a las necesidades, intereses y expectativas diversas de una sociedad que hace tiempo ingresó a la postmodernidad.

Por mencionar a algunos de estos eventos están la iniciativa denominada modernización tributaria, los cambios al sistema de salud pública y privada, la reforma al sistema previsional y la iniciativa denominada como modernización laboral. Detrás de estas iniciativas del Ejecutivo, que representan cambios y nuevas políticas públicas para dar cuenta de viejos anhelos y necesidades de mayoritarios sectores de la población, se ha instalado con fuerza la percepción de que ellas involucran decisiones universalmente aceptadas y decisiones que no siempre son compartidas por la mayoría de los chilenos y chilenas; en otras palabras, son la expresión de políticas públicas que representan un avance respecto a la situación actual y que también dejan pendiente algunos problemas públicos.

En lo político, estas iniciativas, a pesar de sus virtudes y limitaciones, se están convirtiendo en un campo de batalla donde el Ejecutivo sólo evidencia las virtudes de su iniciativa, y la oposición al Gobierno, sólo coloca el foco del debate público en las insuficiencias y limitaciones de ésta. En este marco ¿Es posible un diálogo? ¿Es posible concordar acuerdos básicos para avanzar en temas largamente sentidos por los chilenos y chilenas, separando las insuficiencias para dejarlas como desafíos pendientes? ¿Es conducente a un avance en el desarrollo de nuestro país encerrarse en posturas exitistas que sólo destacan las virtudes de una iniciativa gubernamental y por otra parte posturas que niegan “la sal y el agua” y que si reconocen una virtud en alguna propuesta gubernamental lo hacen instalando el argumento de que alguna “letra chica” debe estar detrás de lo que se propone?

Esta realidad que se está instalando con fuerza en nuestro país, se funda en que la realidad social o es blanca o es negra, en que la verdad está sólo al lado del que emite un mensaje y en que el adversario político nunca tiene la razón. ¿Es posible hablar de diálogo ante esta evidencia? ¿Es posible practicar la escucha del otro en este escenario que está viviendo el país?

Lo paradojal es que tanto oficialistas como opositores relevan el valor del diálogo en sus discursos, pero cuando las prácticas y conductas de los diversos actores públicos se alinean con el diálogo, la descalificación y otras diatribas emergen por doquier. Pruebas al canto: cuando los actores de un bloque político acogen alguna propuesta de su contraparte, la calificación de traición  a dicha conducta, surge ipso facto. ¿No ha ocurrido ello en el caso de parlamentarios democratacristianos que han valorado propuestas del ejecutivo estando disponibles para aún perfeccionarlas?  ¿No ha ocurrido lo mismo cuando el Ministro de la Secretaría General de la Presidencia ha hablado del valor de la amistad cívica señalando que “no todo tiene que ser confrontación” y se le ha calificado como “un lobo con piel de oveja”? ¿No ha sido la misma práctica de muchos actores políticos oficialistas la de descalificar cualquier iniciativa de la oposición sólo por generarse desde esta posición política?

Pareciera que en los momentos cruciales el diálogo es parte del olvido, porque para dialogar hay que creer en el diálogo y fundarlo además en la amistad cívica, entendida como una práctica y una virtud que ayudan a una mayor estabilidad y a un clima de cooperación entre los integrantes de la comunidad política, y que contribuye a una fraternidad civil, entendida como una forma política de amistad que propicia una mayor solidaridad y una mejor convivencia entre los ciudadanos.

Parece entonces evidente que nuestro problema país no es que no estemos claros en los problemas públicos relevantes de nuestra sociedad, ni en los cursos de acción que hay que seguir para superarlos, sino que no sabemos dialogar ni valoramos la amistad cívica. Esto no es un problema sólo de nuestro país y del presente, lo es también el problema de la actual Venezuela que desde hace mucho desestimó el diálogo y no conoce la amistad cívica, lo fue también el problema de Chile que culminó en el golpe militar, lo es también el problema actual de Argentina que posterga las necesidades básicas y urgentes de los argentinos.

Mientras no dialoguemos ni practiquemos la amistad cívica, cualquier iniciativa gubernamental será destruida, y si no rompemos los prejuicios que impiden a la derecha concordar coincidencias con la centro izquierda y que impiden a la izquierda dialogar con la centro derecha, avanzar en el desarrollo continuará siendo sólo un sueño. El camino de las naciones más desarrolladas del mundo es una evidencia que demuestra que el diálogo y la amistad cívica no son sólo una virtud ética, sino también un camino estratégico para hacer realidad las diversas utopías que conviven en una sociedad.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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