Por: Hugo Marambio M. Periodista. Director de www.enlalinea.cl
Aún recuerdo a Marcia, compañera de curso de básica que prefería jugar con los niños una pichanga en vez de hacerlo con sus amigas, quienes no dudaban en catalogarla de “marimacha”, término poco ortodoxo que identificaba a una persona del sexo femenino que actúa o se comporta como hombres.
La verdad es que lo único que hacía esta delgada niña de trenzas largas era entretenerse y aprovechar su habilidad y buen remate en un espacio que no encontraba en ese momento entre sus pares. Salvo excepciones, nadie ponía objeción a su participación en el partido que se jugaba en un gastado cemento, en el patio de la escuela. Quien caía al suelo se raspaba hasta el alma. Eso era seguro.
Era tal su talento, que superaba a varios del equipo. Eso le daba la ventaja para ser una de las primeras en ser elegida por los casuales capitanes que, tras el cachipum”, seleccionaban uno a uno y de manera equitativa a sus compañeros en el juego. Corrijo: era la primera en ser elegida pues era el estandarte del equipo, era la mejor del campo, era el orgullo de todos.
Alguna vez la misma Marcia nos confidenciaba su sueño que era jugar en el Municipal de Calama con la camiseta de Cobreloa (cómo lo hacían sus tres hermanos en la juvenil naranja). Y, por qué no, también hacerlo en el Nacional con la Roja de Todos.
El problema es que, salvo las competencias en el aniversario de la escuela o los esporádicos encuentros en el barrio, no eran muchas las instancias para desarrollar el juego. Para qué decir pensar en un equipo profesional si casi era un tabú pensar en un once femenino. Reitero, era de “Marimacha” eso.
Hoy Chile hace historia al debutar oficialmente en un Mundial femenino en Francia. Y los pasajes los ganó en cancha, jugando con rivales de nivel, en terrenos que antes eran exclusiva propiedad de los muchachos. Y lo mejor: demostrando técnica, conocimiento del juego, disciplina y amor por los colores que defienden. Pese a ello, no sólo deben derribar al rival que tienen al frente sino también mitos y prejuicios que, pese al paso del tiempo, se mantienen aún ocultos por ahí.
Marcia hoy está felizmente casada, tuvo tres hijas (ninguna futbolista) y sigue manteniendo el ángel y la belleza de aquella niña que no alcanzó a jugar en su querido Cobreloa ni en la selección chilena, pero que sí aportó su granito de arena para abrir un importante espacio, en tiempos difíciles, en un juego que supuestamente era de “marimachas”, pero que hoy disfrutan miles de niñas en el país y en el mundo, derribando un estigma social que atenta contra la igualdad. Con eso ya ganaron más que un partido de fútbol, más que un campeonato, más que una medalla olímpica, más que un título mundial.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.