Por: Carlos Cantero O. Geógrafo, Master y Doctor en Sociología. Académico, conferencista y pensador laico chileno. Consultor y Asesor sobre adaptabilidad a la Sociedad Digital y Gestión del Conocimiento
Lo humano emerge en el lenguaje, en conceptos bien definidos, que dan sentido a la comunicación entre individuos, en un tiempo-espacio específico. Lo conceptual constituye una cuestión fundamental en la conversación o relación que permite construir realidades.
De hecho, considero que somos seres de programación semántica. Si no existe el concepto preciso, es difícil entender una realidad y más aún comunicarla. Somos lo que son nuestras relaciones y comunicaciones, desde donde surge la coordinación de coordinaciones, las peticiones, los compromisos, las promesas, la apertura de posibilidades, los potenciales futuros relacionales de cada presente.
La sociedad actual está marcada por la crisis, elementos dinámicos y auto constitutivos, sincrónicos, es decir, que se producen al mismo tiempo que otro fenómeno o circunstancia, en perfecta correspondencia temporal. Y, fenómenos diacrónicos, cuando su evolución se estudia a lo largo del tiempo, en la relación evolutiva, histórica o consecuencial. Esta distinción en los fenómenos es relevante para filósofos como Ferdinand de Saussure, Jacques Lacan; Jean Paul Sartre, que enfatizaron esta complementariedad, que ahora resultará esencial para entender el proceso que vive nuestra sociedad.
La referencia al lenguaje como constructor de la realidad y la importancia de la conceptualización en la comunicación para caracterizarla, tiene importancia cuando queremos comprender la crisis, en sus dos dimensiones: lo estructural y la contingencias, en el proceso de cambios vertiginosos, que generan la inestabilidad de los límites, hasta el punto de normalizar lo que es completamente anormal o ilícito, en el proceso de viralización de conceptos debilitados por un materialismo exacerbado (neoliberalismo extremo).
En la sociedad emergente hay una perdida de sentido conceptual y valórico acelerado, los conceptos son relativizados, su significación, vigencia y valor son debilitados, cuestionados por el nihilismo (o ausencia de valores) que caracteriza la Sociedad del Desdén. Se van olvidando -o poniendo en desuso- conceptos, generando procesos sincrónicos (causales) y diacrónicos (consecuenciales) que impactan en la sociedad.
Este proceso -desde una perspectiva socio-cultural- es lo que ocurre con el concepto “lenidad”, cuya significación, uso y vigencia esta debilitado, lo que impacta en la sociedad y sus realidades. Es decir, en el proceso se difunde, viraliza o contagia una falta de rigor para exigir el cumplimiento de los deberes y el castigo de las faltas.
La laxitud en la vigencia del concepto genera opacidad para establecer límites, una actitud social de indulgencia, permisividad con las ofensas, benevolencia en las sanciones, juzgando sin severidad los errores u omisiones. Lo mismo se observa con conceptos como “connivencia”, que refiere a complicidad entre dos o más personas; disculpar errores, abusos, fallas o culpas. Desde una perspectiva religiosa una excesiva misericordia o absolución de los pecados, en especial el perdón, que caracterizan lo religioso en nuestro caso las iglesias. Otro concepto afectado en sentido inverso es cohonestar, es decir, dar apariencia de honesto, justo o razonable a lo que no lo es, constituyendo una acción facciosa o de bandos, una complicidad por complacencia.
En el lenguaje de la Masonería este proceso se observa en torno a la precisión y vigencia del concepto tolerancia. Se observa una causal diacrónica, consecuencial en la relación con los otros, el límite de la libertad propia en la relación con los otros. Una excesiva permisividad borra los límites de lo prudente ante las faltas u omisiones. ¿Dónde está el límite del respeto hacia los otros? ¿Dónde el reclamo de justicia se transforma en injusticia? ¿Cuál es el límite para que la libertad no se transforme en libertinaje?
El proceso que describo está completamente normalizado en la televisión y explica el acelerado deterioro socio-valórico que nos ha llevado a la degradación que se evidencia con asuntos tan graves como: la corrupción; los fraudes; asociaciones ilícitas; la violencia; el daño al medio ambiente; la narco-delincuencia; incluso, el nobel cicariado -o asesinato por encargo- que debuta y se institucionaliza. Todo este proceso ocurre con la lenidad y la connivencia de los medios y las autoridades, es muy evidente la mutua orquestación en la cultura de farándula que adormece las consciencias.
En este punto surge la convicción de la importancia de establecer y respetar los límites, el resguardo de la vigencia de los valores, el respeto por las tradiciones, los usos y costumbres, que se arrastran desde el fondo del tiempo (Old Land Mark; Albert Mackey, 1856) que actúan como hitos, referencias, mojones demarcatorios, asociados a las antiguas y universales costumbres, reglas de acción que constituyen normas. Son grandes principios fundamentales tradicionales, usanzas, prácticas y peculiaridades, que se observan meticulosamente, sin esfuerzo o acción consciente, de la misma manera que respiramos.
La crisis de nuestra sociedad se evidencia cuando en el proceso de cambios no existe una adecuada articulación causal y secuencial, un equilibrio entre el conservar y el cambiar lo que debilita la vigencia de los principios, introduce opacidad al sistema valórico, flexibiliza los límites hasta el punto que las palabras pierden su sentido para las personas y las instituciones dejan de cumplir su rol. ¡De tal forma que el lenguaje construye, en ocasiones destruye la realidad, cuando no la modifica!
¿Será razonable que la sociedad, sus instituciones y liderazgos sigan impávidas, perplejas ante el proceso de descomposición? ¿Es aceptable que esta generación y sus instituciones éticas, filosóficas y espirituales se declaren ineptas, acicateadas por niños y niñas al estilo de Greta Thumberg? ¿Será para tanto el grado de descomposición, complicidad, lenidad, connivencia y tolerancia de miembros de nuestra generación?.-
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