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[Opinión] La (Des) Inteligencia en Chile: Estallido Social

Por: Carlos Cantero O., Doctor en Sociología, ex Senador de la República.  Sergio Salinas C., Doctor en Estudios Latinoamericanos


¿Era previsible los que sucedió el “Fin de Semana Negro” en Chile? La respuesta es sí. Esa es la obligación legal de la Agencia Nacional de Inteligencia, adelantarse a estos hechos. ¿Cómo es que no fue posible detectar esta molestia ciudadana? Y, si es efectivo lo que señaló el Presidente Piñera, de una (guerra) agresión planificada desde el extranjero. ¿Cómo es que aún no se destituye a los responsables de la Inteligencia por ineptos? Habría bastado la lectura de algunos libros, tener expertos, o un par de Millennials con formación académica y habríamos tenido capacidad de respuesta al desastre. Pero, no fue así, sucumbimos a la endogamia y el amigismo en el Servicio de Inteligencia.

El escenario que nos ocupa no es nuevo, estalló en Europa y el Medio Oriente, el año 2011 con las llamadas movilizaciones de los “Indignados” y las “Primaveras árabes”. Nuestro servicio de Inteligencia, al perecer, no aprendió nada de las consignas que se levantaron el 15 de marzo del 2011 en España, luego de convocar por Internet a masivas movilizaciones por parte de un grupo de cinco personas. Una consigna decía: “Lo que los partidos políticos no dan, por indiferencia o apetencias, hay que buscarlo por uno mismo” (líderes del movimiento de “indignados” o 15M España).

Desde la academia -observando el proceso chileno- en la última década, hemos caracterizado la Sociedad del Desdén: abusos, impunidad, ruptura de los límites éticos, el desprecio hacia el ciudadano, la corrupción pública y privada, la ruptura de la democracia al no respetar la soberanía del pueblo, un doble estándar de la justicia, un ambiente de violencia normalizada, una profunda fractura generacional con los Millennials, entre otros temas que hoy pasan factura.

El estallido social de la ciudadanía chilena fue explosión de rabia e impotencia, de repudio al modelo de desarrollo, a la mala distribución de los beneficios del progreso. A ello se sumó la crisis institucional y el mal manejo político, que no es de ahora sino que viene desde hace años. Este ambiente es un peligroso caldo de cultivo, para el desorden, el debilitamiento institucional, la anarquía del lumpen y el establecimiento definitivo del narcotráfico.

Los llamados nuevos movimientos sociales más que guiarse por las grandes definiciones político-ideológicas, empiezan a hacerlo por aspectos micro y locales, que podemos definir como las cuatro “G”: Generación, Género, Gustos (o necesidades) y Geografía, con todo lo que cada una de estas categorías implica. Ello determina lógicas diferentes de acción colectiva: la del informal, vinculada a la supervivencia y la del formal, asociada a la calidad de vida. La nueva modernización construye lazos más débiles entre sociedad civil y Estado, favoreciendo una cultura más pragmática e individualista entre los ciudadanos “indignados”. Su sentido de comunidad está profundamente debilitado (destrucción del mobiliario urbano) aunque no su espíritu gregario en torno a las cuatro “G”.

En cuanto a las formas de organización destaca su creciente autonomía en relación con los sistemas políticos institucionales, más bien se reconoce un desprecio transversal a la política y los partidos políticos, la superación del enfoque binario: de buenos y malos, amigos y enemigos. Hay una manifiesta independencia respecto a la política convencional, se supera la democracia representativa por expresiones de democracia participativa y directa, lo que pone de relevancia las actividades locales, la preferencia por la actividad de base, marchas, concentraciones, conversatorios y petitorios, con organizaciones de estructura y formato digital.

Los nuevos movimientos más que por organizaciones formales están protagonizados por redes o bloques móviles, como una estructura nodal y, en casos de mayor complejidad (por coordinación) y estructura de HUB, se observa una estructura neuronal. Grupos que comparten una cultura de movilización y una identidad colectiva, que son capaces de superar a los partidos políticos y a las instituciones policiales y de inteligencia, especialmente si estas instituciones están pobladas de nativos analógicos y deben confrontar a nativos digitales.

Podemos hablar de redes latentes, que están allí, sumergidas, invisibles, que adquieren notoriedad en la fricción de la movilización. Esta forma de organización no es instrumental, sino un objetivo en sí misma. Estos procesos traen a la memoria el pensamiento de Marshall McLuhan, “el medio en el mensaje”, otros agregan y el masaje. En la forma, magnitud y energía del movimiento social se encuentra el mensaje y constituye un desafío simbólico a los patrones dominantes derivados de la Modernidad. La elección de los medios y medias (TIC) de lucha constituye una finalidad política en sí misma.

Dentro de los grupos movilizados existen sectores más radicalizados y violentos, que se mimetizan dentro de la gran masa del movimiento, como lo demuestra la experiencia internacional, constituyendo una minoría antisistémica, donde confluyen sectores ideológicos, anarquista, eco terroristas, entre. En el caso de Chile, se observan dos grupos importantes, aquellos anárquicos que agitan las movilizaciones sociales y participan de saqueos y aquellos grupos, bandas o pandillas vinculadas al narcodelito, que es de toda evidencia están en Chile en total impunidad, haciendo ostentación de su fuerza con balaceras y arrojados soldados en distintos sectores poblacionales. Estos grupos intentan aprovecharse de estas movilizaciones masivas y democráticas.

Charles Tilly[1] señaló que los ataques dispersos son una forma de violencia colectiva que se manifiesta cuando en el curso de una interacción bien extendida, de pequeña escala y generalmente no violenta, un cierto número de participantes responde a los obstáculos, los desafíos o las restricciones con actos que provocan daños. Entre los ejemplos están el sabotaje, los ataques clandestinos esporádicos a objetos o lugares simbólicos, el asalto a los agentes del gobierno y los ataques incendiarios. En el caso de Chile en un par de horas destruyeron su red de transporte subterráneo y la red de abastecimiento de sus productos de primera necesidad en el hogar. Estos ataques dispersos se caracterizan por una baja centralidad de las interacciones violentas, y cuyos protagonistas se movilizan a través de redes pasivas: “comunicación de carácter instantáneo entre individuos atomizados que se establece por el reconocimiento tácito de una identidad común y que está medida por el espacio”.

Es decir, todo estaba dicho, no son extranjeros ni extraterrestres. Esto constituye una grave falla, no solo en la anticipación de esta crisis, sino que en su lucha contra el terrorismo anarquista y la lucha contra el Crimen Organizado que se ha extendido, incluso a nuestras autoridades, como lo demuestran procesos judiciales en curso.

Recordemos que la ley N°19.974, titulada “Sobre el Sistema de Inteligencia del Estado y crea la Agencia Nacional de Inteligencia”, define a la Inteligencia (Artículo 2.a) como el proceso sistemático de recolección, evaluación y análisis de información, cuya finalidad es producir “conocimiento útil” para la toma de decisiones. En su artículo 8 señala que su función es disponer la aplicación de medidas de inteligencia, con objeto de detectar, neutralizar y contrarrestar las acciones de grupos terroristas, nacionales o internacionales, y de organizaciones criminales transnacionales. Pero aún más, también señala que debe disponer la aplicación de medidas de contrainteligencia, con el propósito de detectar, neutralizar y contrarrestar las actividades de inteligencia desarrolladas por grupos nacionales o extranjeros, o sus agentes. Las investigaciones, la construcción de escenarios, el uso del método prospectivo propio de la Inteligencia, falló completamente en Chile.

Los hechos del “Fin de Semana Negro”, que dan lugar a este comentario, eran de toda evidencia, se anunciaron profusamente, se difundió calendario con horarios y lugares incluidos, lo que se verificó un día antes en un dramático ensayo. Una vez más los militares darán un respiro al caos. Pero, será algo transitorio. Los pilares estructurales de nuestra institucionalidad y su modelo de desarrollo están colapsando. Esa es la causa basal de esta erupción social, la presión social reclama por un modelo de desarrollo pleno de iniquidad, que exige demasiados sacrificios a amplios sectores ciudadanos y los beneficios se concentran en muy pocos.

Esta situación se desbordó por ineptitud política, insensibilidad social y excesivo estado de confort de la élite política y económica. La reacción política (especialmente en el gobierno) fue tardía y fuera de la realidad. La estrategia comunicacional del gobierno fue completamente equivocada, intentando generar una imagen de ataque externo, cuando las debilidades son internas. En las primeras reacciones el gobierno enfatizó la violencia, el caos y la anarquía, desentendiéndose de las causas que generaron el cuadro: abuso e impunidad, un modelo que distribuye iniquidad, que ha sobre exigido a sus clases medias por imperio radical del modelo neoliberal. Es de perogrullo señalar que nada justifica la irracionalidad y la violencia destructiva.

No hubo la necesaria y temprana reacción de auto reconocimiento de dura situación socio-económica, declarando la voluntad de corregir, de escuchar a la sociedad civil, de respeto a la democracia, es decir, a la voluntad popular. Cuidado que esto no ha terminado. Los muros institucionales están fracturados. Si no se toman las medidas adecuadas, es decir de correcciones estructurales al modelo de desarrollo, todavía se puede derrumbar la débil estructura y allí conoceremos el verdadero caos.

Por lo mismo, propusimos tempranamente -ante el grave cuadro de descomposición institucional- la necesidad de asumir y reconocer la crisis social que afecta gravemente la calidad de vida de los chilenos. Repudiando el nivel de abuso e impunidad en un modelo de desarrollo que multiplica la iniquidad.

Todos los liderazgos de nuestro país deben volcar sus capacidades para hacer que las instituciones funcionen y cumplan con su misión de servicio, en el marco del derecho, eficiencia y oportunidad. Promoviendo la paz y el respeto mutuo. No debemos olvidar que además de la Sociedad del Desdén estamos inmersos también, como lo señalan varios académicos, en la Sociedad del Riesgo. Como señala Delpierre, “el espíritu humano fabrica permanentemente miedo[2]”. Este miedo se ha incentivado con el desarrollo de la civilización, desarrollo del que no son ajenos los mass media: paradójicamente, conforme han aumentado y fortalecido las técnicas de control de la realidad, mayor ha sido el desconocimiento sobre las consecuencias de esas técnicas, lo que Ulrich Beck ha llamado “el desconocimiento de la futura tasa de riesgos[3]”, situación que suscita incertidumbre y, por tanto, miedo.   Es urgente promover el fortalecimiento de la inteligencia en Chile.

[1] Tilly, Charles. Violencia colectiva, Barcelona, Editorial Hacer, 2007.  [2] Delpierre, G., Le peur et l’être, Toulouse, 1974, p. 15. [3] Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo global, Madrid, Siglo XXI, 20


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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