Por: Manuel José Pau. Consultor asociado CLA Consulting
De manera insistente, y casi como un mantra, se escucha que la única solución posible al conflicto es el diálogo, especialmente en los tiempos de crisis que hoy vive nuestro país. Se trata de una palabra que, si bien llama a la calma y a la reflexión, no siempre se practica. Es más, no pareciera atrevido plantear que, a varios, más allá de lo políticamente correcto, les produce verdadera tirria, recorriéndoles un sentimiento de escozor profundo por la médula espinal. Sino ¿cómo se explica el estado del conflicto en Chile?
Para algunos, los que hoy enfundan la pancarta y dejan los pies en manifestaciones de consignas furiosas, la antipatía proviene de promesas incumplidas, donde el llamado al diálogo simplemente les evoca una maniobra evasiva de autoridades y jefes.
La experiencia les ha enseñado que se trata de una táctica astuta para “embolinarles la perdiz” para que nada cambie. Una aspirina que con cinismo permite mantener el statu quo.
Para los más conservadores esa tirria puede provenir de otro lado. Se trata de una experiencia subjetiva que refleja los paradigmas de cómo entendemos la autoridad como concepto: desde niños vamos aprendiendo que los que tienen la razón son los adultos, los profesores, el jefe, o los que creemos tienen más experiencia… y desde ahí hay un solo paso a entender el diálogo como una debilidad que atenta contra esa autoridad que se cree poseer. Así, abrirse al diálogo parece ser percibido como una pérdida de poder y de control que llevan a juegos de suma cero.
¿Cómo hacemos entonces para dialogar si unos no confían y para otros representa una amenaza? Por más obvio que parezca, el diálogo no consiste sólo en hablar y, menos, imponer. Se trata especialmente de escuchar y estar dispuesto a mirar las cosas de otra manera. El problema es que hoy nos centramos poco en escuchar y mucho en plantear nuestro punto de vista, sin aceptar que en el camino probablemente habrá que ceder.
Pues bien, aquello que suena fácil en el papel, no sólo es difícil, sino que conlleva pérdidas ¿Por qué hacerlo entonces? Hay muchas respuestas a ello – no sólo políticamente correctas –, pero en realidad la pregunta importante es más práctica que teórica ¿cabe otra opción en la actualidad?
El llamado a dialogar no es sólo a las autoridades políticas y la ciudadanía, es también un llamado a todas las organizaciones y empresas. El conflicto actual es de gran escala y creer que se solucionará desde el Estado es iluso y poco sostenible en el tiempo. Acá debemos mirarnos las empresas y repensarnos en el contexto que no hemos querido escuchar ni ver. Aunque de tirria.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.