Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política
Nuestro sistema democrático tiene dos formas principales de participación. Es a través de ellas que mantiene su legitimidad y su capacidad de transformación. Por un lado, se encuentra la democracia representativa que da cuenta de la institucionalidad expresada en la Constitución y que fija las distintas formas de gobernancia. Y, por el otro lado, se encuentra la democracia participativa que engloba las distintas formas que tiene la comunidad para organizarse y velar por sus intereses específicos como las asociaciones, las juntas de vecinos, los sindicatos, iglesias u organizaciones no gubernamentales.
Este orden democrático es el que está en juego ahora y no sólo en Chile. El cuestionamiento parece tener un factor común: no puede ser procesado correctamente por la élite dominante y se ha transformado en una verdadera rebelión de las mayorías ciudadanas. Hay que abandonar el chauvinismo y mirar el mundo para darse cuenta que el estallido social de disconformidad con el orden establecido se está dando en todas partes, independientemente de la orientación de los gobiernos de turno. Hoy en día hay convulsiones sociales en Hong Kong, Cataluña, España, Irak, Ecuador y Bolivia por señalar sólo algunos casos.
Como lo hemos sostenido en otras ocasiones, estamos viviendo el inicio del colapso de nuestra civilización industrial debido a que la misma ya traspasó los límites ecológicos y sociales que permitían su reproducción y funcionamiento. Ya no se trata de saber cómo evitar que se produzca el desmoronamiento civilizatorio. Es demasiado tarde para eso. Ahora sólo podemos aspirar a enfrentar la situación y sobrevivir al colapso mientras se instala una nueva civilización cuyas características principales, en gran parte, dependerán de lo que hagamos hoy.
Esto es así porque las formas que encontremos para enfrentar el colapso nos llevarán en el camino de crear una nueva civilización más armónica -en donde los seres humanos se relacionen de otra manera entre sí y con la naturaleza- o nos deslizarán directamente hacia la barbarie. De allí que es clave encontrar esos mecanismos que nos permitan realizar grandes transformaciones sociales sin recurrir a la destrucción de la convivencia y es, en este punto, que creemos que se vuelven indispensables los medios no violentos de acción y resolución de conflictos.
Me atrevería a decir que gran parte de la situación que estamos viviendo se debe al fracaso de la democracia representativa acompañada por una crisis de la clase política en su conjunto que posterga o niega los problemas. Es en ese contexto que surgen las movilizaciones, las huelgas y las manifestaciones a través de las cuales busca expresarse la ciudadanía.
Pero el éxito o fracaso de esas movilizaciones depende de la cantidad de simpatizantes que se sumen hasta alcanzar un número crítico de personas que logran movilizarse permanentemente (y no ocasionalmente). Allí es donde se produce el punto de inflexión y tiene lugar el triunfo de estas posiciones.
En Chile, esa masa crítica de ciudadanos movilizados por el cambio fue alcanzada recientemente pero no se trata aún de un logro permanente: se puede perder la capacidad de movilización y el factor más importante que desmoviliza a los ciudadanos es la violencia.
Una investigación realizada por las académicas María Stephan y Érica Chenoweth concluyó que la masa crítica que debe ser capaz de movilizarse para lograr cambios sociales representa el 3,5 por ciento de la población. Al mismo tiempo, esa investigación analizó unas 323 campañas ciudadanas violentas y también pacíficas que desafiaban al poder constituido en busca de concesiones económicas, sociales o políticas. Todas esas campañas tuvieron lugar entre el año 1900 y el 2006. La investigación demostró que el 53 por ciento de las campañas realizadas con métodos no violentos tuvo éxito. En cambio, sólo alcanzaron el éxito el 26 por ciento de las que optaron por métodos violentos. Entonces, es innegable la no violencia es nuestra mejor alternativa para lograr cambios sociales profundos.
Ante un escenario donde la democracia representativa está profundamente cuestionada por la ciudadanía (en el caso de Chile además la clase política está completamente deslegitimada) y no logra el sistema procesar las demandas ciudadanas, las movilizaciones sólo se podrán imponer si logran mantener la adhesión de las mayorías y anular los medios violentos de expresión que yacen en su seno.
Por más grande que nos parezca este estallido social es probable que sea mucho menor al que tengamos que enfrentar como sociedad cuando la crisis climática sea evidente para toda la población. En este escenario ya no será la calidad de vida la que estará en el centro de las demandas sino que será la supervivencia misma de la población.
Necesitamos realizar con urgencia una gran campaña de educación cívica en el uso de medios de manifestación y expresión ciudadana que se basen en la no violencia activa. De esta forma comenzaremos a prepararnos para abandonar una sociedad basada en el consumo y en lucro y comenzaremos a transitar la vía de la simplicidad: al eliminar lo superfluo podremos distribuir mejor las riquezas que como sociedad hemos generado.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.