Por: Víctor Bórquez Núñez. Periodista y escritor
Primero, la historia. Una historia que es muy simple y real, basada en los recuerdos del abuelo del director, Alfred Mendes, quien nació en la isla caribeña de Trinidad y Tobago, se mudó a Reino Unido y se unió al ejército británico que luchó en el norte de Francia. Esto, como pretexto, para entrar de lleno a una de las películas más importantes de esta temporada, galardonada con el Globo de Oro a la Mejor Cinta Dramática en la última edición de este importante premio, antesala para los nominados al Óscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas.
Luego, los personajes principales; el soldado Blake (interpretado por Dean-Charles Chapman) y su compañero Schofield (George MacKay). Y los secundarios, entre los cuales figuran Colin Firth, en el papel del general Erinmore y Benedict Cumberbatch como el coronel MacKenzie. Todos ellos ficticios, creados especialmente para darle sentido a este relato monumental en su técnica y oficio cinematográfico.
Y por último, el contexto. De acuerdo a lo señalado por los especialistas, el combate mayor descrito en la pantalla podría corresponder a la batalla de Passchendaele o la tercera batalla de Ypres, que se prolongó desde el 31 de julio al 10 de noviembre de 1917. Este episodio recreado por el director Sam Mendes, debe ser apreciado en la gran pantalla, devolviéndole al cine su capacidad para evocar y emocionar.
Pero el detalle más interesante y cinematográficamente importante, es que el director Mendes apuesta a contar su extenso relato (119 minutos de metraje) en lo que parece ser un solo plano secuencia, aunque en verdad son dos con pequeños y sutiles cortes que casi ni se notan (tal como ocurría en “Birdman” y los filmes antes mencionados) y que dan la gran particularidad a “1917”.
Es ese elemento técnico que hace de este filme una experiencia necesaria de vivir: podemos haber visto muchas y buenas películas ambientadas durante la Primera Guerra Mundial, pero ésta definitivamente nos introduce de verdad en el campo de batalla, haciendo que nos agobie y fascine por partes iguales, siempre teniendo la sensación de que todo sucede en un único plano secuencia, que nos hace sentir la adrenalina de estar en las trincheras y experimentar de manera vívida la misión que reciben dos jóvenes cabos para evitar una masacre.
Si alguien quiere reprochar este exceso de estilo, asociado a veces a un mero lucimiento personal de los directores para asombrar algo gratuitamente a sus espectadores, el empleo de este plano secuencia eterno permite dar fuerza a los motivos de los personajes y subrayar la sensación de movimiento continuo para que los protagonistas completen la tarea asignada.
El primer acierto de Mendes es que su película no luce acelerada, se da el tiempo de mostrar, sugerir, revelar y hacer que los espectadores se adentren en el dolor de la guerra. Y luego, que en su segunda parte elevar el tono y hacer que todos se alucinen con la capacidad técnica de Mendes al trabajar con el plano secuencia hasta las últimas consecuencias.
Así, pueden existir dos mitades en ‘1917’ más o menos diferenciadas. En la primera mitad dos soldados emprenden viaje, implicados de diferente manera en la misión asignado: uno puede salvarle la vida a su hermano, el otro simplemente debe acompañarlo. De ese contraste, Sam Mendes, también coguionista de la película, retrata el lado más humano, pero siempre vinculado a la angustia de no poder tomar un alivio, un descanso, en una misión de todo o nada si quieren llegar a tiempo.
“1917” es la historia de una misión imposible y cómo va afectando a los dos encargados de llevarla a cabo. Esta primera parte revela una notable preocupación por conseguir el realismo buscado, lo que da paso a la segunda parte, que es la introducción directa en el campo de batalla. Y es aquí cuando todo el valor de la película se revela íntegra: se trata de una experiencia inmersiva inolvidable con un ritmo envidiable. O sea, cine en estado puro.
Y ojo que esa “introducción” a la guerra, con el protagonista saliendo al exterior para enfrentarse con un panorama alucinante, donde predomina el incendio, la niebla y la confusión de enemigos que se atisban pero no se ven directamente, es uno de los momentos más notables en cuanto composición de imágenes, empleo de la cámara circular y utilización de la banda sonora.
Y el desafío del director Mendes es que no se queda en la proeza técnica, siendo capaz de sobrepasar ese virtuosismo y lograr que los espectadores sientan el terrible clima de la guerra, la terrible experiencia de estar en un campo de batalla del cual no puede escapar, porque lo técnico -otra vez el plano secuencia- lo obliga a mirar y a quedarse en el lugar ya que no hay cortes que alivien la creciente tensión.
“1917” va a convertirse en una de las mejores películas del año, eso nadie lo discute y Sam Mendes vuelve a demostrar su capacidad como director, que primero le vimos en “Belleza Americana” y que años más tarde repitió en un filme de la saga 007, “Skyfall”. Ha logrado más que una exquisita proeza fílmica, una visión diferente de la guerra, sin exagerar los tonos, haciendo finalmente que sea el espectador uno más de los soldados que corren, tratando de lograr llegar con vida en una vibrante carrera contra el reloj. Un filme notable.