Por: Gonzalo Martner F. Ex presidente del Partido Socialista. Economista y académico de la Universidad de Santiago de Chile (USACH)
Hay quienes con justa razón han reaccionado con ira contra los senadores que no se presentaron a votar. El enojo se vincula con la idea que el ausentismo no puede tener justificación frente a los altos salarios de los parlamentarios y al rol de interés general que deben cumplir.
En nuestra cultura de origen colonial, el comportamiento extractivo no solo se verifica con los recursos naturales sino también con el Estado: el Estado no es para servir el interés general o a algún colectivo relevante por razones de justicia, es para extraer de él todo lo que se pueda para fines propios (personales, de grupo o corporativos).
Cambiar esa cultura solo puede encaminarse en momentos como el actual en que cunde el hastío general con el gobierno y la representación política. La nueva constitución a lo mejor fijará nuevas reglas para profesionalizar radicalmente el Estado en base a competencias y no influencias y para remunerar a los altos cargos y a los representantes elegidos como a cualquier profesional y no como a un gerente de empresa transnacional, como terminó ocurriendo en Chile.
Esto supondrá que en la Convención Constitucional se sume dos tercios para aprobar normas que superen el ethos extractivista y el clientelismo estatal como punto de partida para crear una nueva cultura de servicio público, en la que el que quiera acumular dinero no se aproxime a la política o a los órganos del Estado.
Pero ojo: el tema es que los senadores que no se presentaron no es que solo estuvieran de vacaciones o en actividades distintas de aquellas por las que se les paga, sino que tienen una posición política a favor de la represión de la rebelión social. Y prefirieron mostrarla como ausentismo antes que de frente. Esa es otra parte de nuestra cultura: el comportamiento ladino.
Los que han optado por encastrarse en las redes de privilegios (parlamento, directorios de AFP, de bancos, etc) y vienen del mundo de izquierda o progre, ya no reaccionan frente a las violencias primitivas o de delincuencia común como antes: condenándolas como daño ilegítimo a otros, pero también haciéndose cargo de sus causas y de las políticas que permiten hacerles frente más allá de la represión, concibiendo la acción policial con proporcionalidad, sin dañar indiscriminadamente a las personas y no como contribución a espirales de violencia, o a crearlas como hace hoy Carabineros con sus copamientos y castigos ilegales contra el derecho a manifestarse.
En estos temas, los que no se presentaron o se abstuvieron parecen más bien haberse pasado simplemente a la derecha y a la defensa de privilegios desde el ángulo del orden. Allá ellos. A uno le gustaría, sin embargo, un poco más de franqueza en vez de contribuir todavía más al desprestigio de la política practicando el ausentismo.
Este comportamiento no lo podemos aceptar los que nos identificamos con la izquierda que va de frente, con el partido del movimiento y de la lucha contra los privilegios, no con el partido del orden que protege a los privilegiados.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.