Por: Antonio Leal L., Ex presidente de Cámara de Diputados, Sociólogo, Master y Doctor en Filosofía, Post Doctor en Pensamiento Complejo
Hace 202 años nace Carlos Marx cuyo pensamiento revoluciona la historia y la cultura moderna.
¿Cuánto de su profusa elaboración está muerta – como su autor y como el comunismo realizado que surge y termina con el siglo XX – y cuanto de ella sigue siendo una fuente de estudio y de inspiración de la liberación humana y de las complejidades de este siglo?
Hay que partir reconociendo que la elaboración de Carlos Marx, y con ello el marxismo, ha sido, no la única, pero si la principal tradición de la cultura socialista y de la izquierda al menos hasta el derrumbe de los “socialismo reales”. Esto, porque el marxismo supera la versión de la crítica social típica de la Ilustración y combina crítica y proyecto, generando así la perspectiva del movimiento, de una tradición política autónoma y respondiendo, de manera racional, a las ansias de transformación social. Marx descompuso y recompuso todo el saber de su tiempo en un nuevo mosaico teórico que llamó socialismo científico, el cual debía abrir puertas a lo que Engels llamó el reino milenario de la libertad.
El marxismo, que reemplazó al iluminismo como base teórica de la izquierda, fue muchas cosas a la vez : una ciencia de la historia, una teoría de la alienación del hombre bajo el capitalismo, un estudio sobre el funcionamiento de la economía capitalista, una teoría del Estado y de la revolución y una gran utopía.
La gran utopía marxista está ligada a dos grandes principios de la tradición cultural de la historia de la civilización occidental: El principio judeo-mesiánico, es decir, la vía de la salvación, la tensión hacia lo absoluto, el deseo de cambiar el estatuto ontológico de la realidad.
Marx entrelazó estas dos tradiciones de la civilización occidental y trató de demostrar porque ambas trabajan por producir el mismo fin: la liberación de la humanidad de la miseria y de las penurias. La originalidad de Marx consiste, precisamente, en mantener inalterados los ingredientes esenciales del mesianismo revolucionario, insertándolos en una teoría del cambio social de sello iluminista. Contempla también el elemento comunitario, el principio de la comunidad de bienes, que tienen –desde Platón en adelante, pasando por el Renacimiento, es decir a partir de la recuperación de la cultura clásica- todas las utopías políticas: las descripciones de las ciudades ideales.
El marxismo es una filosofía que refleja fielmente su época y por tanto, como hemos dicho, es racionalista, coherente, en tanto busca dar una explicación sea a los problemas de la historia que del pensamiento humano y es, a la vez, predictiva, es decir actúa en función de grandes predicciones sobre el desarrollo social.
Esto obviamente determina el alto grado de predictividad del comunismo y por ende la contradicción latente entre ciencia y especulación. Aquí está, en el ámbito político, una de las mayores debilidades del marxismo, porque Marx se equivocó al creer que el capitalismo agotaría rápidamente sus posibilidades expansivas e innovativas y dedujo, de manera determinista, que las grandes revoluciones se producirían justamente en aquellos países que preveía estaban en su punto de ruptura, de choque inevitable entre el desarrollo tecnológico del propio capitalismo y sus relaciones humanas de producción. La historia, que está sujeta, como lo demuestran las Ciencias Sociales, a connotaciones mucho más amplias y complejas, desmintió una de las principales tesis de Marx.
Esto, porque Marx concibió la historia universal como una sucesión de modos de producción, los cuales se disponen en escala por lo cual el elemento decisivo del progreso es el desarrollo de las fuerzas productivas. Por tanto, es necesario subrayar –y este dato no siempre ha sido puesto de relieve en la vasta escolástica marxista- que Marx utiliza la teoría de la revolución social como el elemento desencadenante del desarrollo acumulativo de las fuerzas productivas. Así lo señala claramente en La Ideología Alemana:
“Si la revolución aparece como fuerza motriz de la historia es únicamente en cuanto auxiliar del progreso económico, a título de partera de las nuevas formas de organización económicas creadas en el interior de la vieja sociedad”.
En el Prefacio a la Crítica de la Economía Política, Marx es aún más explícito: “Ninguna sociedad desaparece antes de haber realizado y agotado la totalidad de sus capacidades productivas”.
Es decir, Marx sustituye la filosofía hegeliana de la historia como “progreso de la conciencia de la libertad”, por lo que él llama “ciencia positiva de la liberación de las clases explotadas” mediante el desarrollo continúo de las fuerzas productivas. En la teoría sociológica de Marx, por tanto, la historia está dominada por el principio de la continuidad y, por ende, la humanidad sólo puede enfrentar con éxito aquellos problemas que las condiciones materiales hacen posibles y solubles. En definitiva, la historia marcha en función de incrementos acumulativos y las rupturas son sólo momentos excepcionales, y sólo cuando maduran las condiciones objetivas.
Esta visión de la historia, sobre la cual se construye el socialismo marxista, se inspira en la filosofía del progreso dialéctico de la especie humana, que es fuertemente determinista, y en una interpretación de los estadios del desarrollo de la historia según categorías económicas y no según categorías políticas. Marx, no estudia una filosofía política propiamente tal, y no se ocupa tampoco de la historia de las instituciones.
El marxismo, para muchos, ha sido mucho más que una ideología y una filosofía, ha sido credo existencial y religioso. En Marx, la libertad de los modernos era una superestructura de la cual ocasionalmente se podía prescindir en función del objetivo del poder y del socialismo económico. Hay que decir claramente que Marx se propuso no sólo trascender del capitalismo, sino también la sociedad.
Este determinismo se debe en parte al hecho de que Marx traslada la historización del conocimiento ontológico, la teoría del ser, a la historia y con ello subordina, también en esta, los fenómenos superestructura les y espirituales.
Gramsci, colocaba de relieve en sus Cuadernos de la cárcel, cómo el “elemento determinista, fatalista, mecanicista haya sido un aroma inmediato de la filosofía de la praxis, una forma de religión y de excitación. Cuando no se tiene la iniciativa en la batalla política, se termina por identificarse con una serie de derrotas, y el determinismo mecánico se transforma en una fuerza formidable de resistencia moral, de cohesión, de perseverancia paciente y obstinada. To estoy derrotado momentáneamente, pero las fuerzas de las cosas trabajan para mí en el largo trecho. La voluntad real se transforma en un acto de fe, en una obligatoria racionalidad de la historia, en una forma empírica y primitiva del finalismo apasionado que aparece como un sustituto a la predestinación de la providencia de las religiones confesionales”.
Lo efectivo es que las principales tesis de Marx y sus previsiones entraron en una profunda crisis: Para Marx el conflicto entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que se transforman en un obstáculo para la expansión de las primeras, es la médula de la maduración de las condiciones objetivas para el paso de una sociedad a otra y, en particular, del capitalismo al socialismo. Marx no prevé el dinamismo que, en el capitalismo, adquieren las relaciones de producción, las que han demostrado saber adecuarse a la expansión de la ciencia y del desarrollo tecnológico desde la primera a la cuarta gran revolución industrial, que hoy incorpora la informática, la cibernética y el láser.
Marx estimó que ya a la fecha del Manifiesto Comunista –y ésta podríamos calificarla como la gran ilusión del 48- estaban dadas las condiciones objetivas del desarrollo del capitalismo. Pero la verdad es que cuando Marx y Engels escribían la necrología del capitalismo, éste estaba aún en sus inicios.
El gran desarrollo productivo al cual se refiere Marx en el Manifiesto Comunista y en el Capital, son las máquinas a vapor, las hilanderías de Manchester, el ferrocarril, las máquinas que podías moldear y cortar el hierro en bruto. El carbón, el hierro, y los ferrocarriles eran los grandes índices de industrialización de aquellos decenios. Ni el acero, ni la electricidad, que eran los dos principales agentes de la segunda revolución industrial, figuraban aún en el balance de Marx. A la fecha de su muerte, la producción de acero no llegaba a Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos, juntos, a medio millón de toneladas. En 1910 ya se producían 53 millones de toneladas y nos encontrábamos aún, en la infancia de la industrialización y del mercado mundial.
Medio siglo después del Manifiesto Comunista, Engels diría: “La Historia ha demostrado nuestra equivocación y la de todos aquellos que pensaron de manera análoga. Ha demostrado, claramente, que el estado del desarrollo económico en el continente se hallaba muy lejos todavía de estar maduro para la suspensión de la producción capitalista”
Por tanto, la primera conclusión de Marx sobre la maduración de las condiciones objetivas y la crisis ineluctable del capitalismo resultó precipitada e irreal, e incluso, inexacta en la lógica del propio marxismo, dado que la formación de las condiciones objetivas – Prefacio a la Crítica de la Economía Política- adviene sólo cuando se han agotado la totalidad de las capacidades productivas, y esto está en abierta contradicción con la tesis del estancamiento de la economía pre capitalista y capitalista. En efecto, ninguna de las revoluciones que Marx conoció se produjo como consecuencia de la superabundancia de las fuerzas productivas que se habían acumulado y, por ende, por el conflicto entre fuerzas productivas y relaciones de producción.
A 173 años del Manifiesto Comunista resulta absolutamente evidente la improponibilidad de esta tesis cardinal de Carlos Marx.
De otra parte, Marx tiene una visión bipolar de la estructura de los grupos humanos en la sociedad. En el Manifiesto Comunista señala: “la historia de las sociedades que han existido es la historia de la lucha de clase. Amos y esclavos, señores y siervos, patricios y plebeyos, maestros y agremiados, capitalistas y proletarios…”.
Hay que decir, en primer lugar, que patricios y plebeyos no eran clases correlativas en el sentido marxista del término y que la propia burguesía es una clase nueva, no ligada al modo de producción feudal y, por tanto, quien hace la revolución francesa no es la clase vinculada a la producción anterior, ni tampoco ésta proviene de la clase denominada del feudalismo. Marx señala que “el feudalismo tenía también du proletariado, la servidumbre, que contenía todos los gérmenes de la burguesía”.
Es claro que más que dos clases opuestas se trata de dos sociedades distintas que se constituyeron, al mismo tiempo, en la anarquía del siglo IX y avanzaron juntas hasta 1789. Es errado señalar que la servidumbre contiene los gérmenes de la burguesía. El oficio independiente, desde donde proviene efectivamente la burguesía, se desarrolló fuera de los marcos de la economía patrimonial. Ya en la era de Bizancio el emperador romano Lecopeno reivindica la necesidad de mantener la propiedad individual de los pequeños productores contra las acciones concentradoras de la “clase fundamental”, es decir de los señores feudales.
También, la tesis de Marx de la consecuencia proletarización creciente de la sociedad se ha demostrado inexacta.
Marx establece una correlación entre el rol revolucionario del proletariado y el rol innovativo de las fuerzas productivas y en virtud de ella le concede al proletariado una palingenética misión histórica universal. Marx no tuvo suficientemente en cuenta las clases medias y el impacto que éstas tendrían, desde el punto de vista económico, social y político, en el creciente desarrollo de las fuerzas productivas y del mercado capitalista.
Contrariamente a lo planteado por Marx, la tendencia es a la disminución numérica del proletariado, pero también a la reducción de su rol en la producción y en la formación global de la riqueza. El actual modelo provoca dispersión de los pobres, los cuales no se proletarizan en un sentido industrial y no adquieren, ni la conciencia de clase, ni de la psicología que Marx le atribuyó a este fenómeno. La pauperización no es sinónimo de proletarización. Tampoco todo trabajo asalariado del capitalismo actual es signo de proletarización.
Resulta evidente, entonces, que la relativización moderna del número y del rol del proletariado no puede no afectar a una teoría construida esencialmente sobre la base de la extensión y de la capacidad liberadora del proletariado. El marxismo se autoconsideró la conciencia madura y la ciencia de la clase trabajadora industrial, pero el proletariado que Marx describió en el siglo pasado, en las actuales sociedades del capitalismo desarrollado, – supuestamente para las cuales Marx escribió su teoría- ya no existen: fuerza social cohesionada, alienada, sujeta a todo tipo de privaciones, interesada sólo en abolir radicalmente las relaciones económicas y sociales existentes, poseedora nada más que de sus cadenas.
Hay que tener presente, además, que la tasa de ganancia no se produce sólo a través de la plusvalía. Ha cambiado la base de su teoría económica que Marx asimilo de la escuela clásica de Adams Smith y de David Ricardo, es decir, la teoría de la plusvalía como índice exponencial del grado de explotación de la clase obrera. Si desaparece el trabajo, en el sentido manchesteriano tradicional, seguirá existiendo el valor añadido, pero esto no es lo mismo que la plusvalía. En la era de la informatización y de la robótica, el rol de la inteligencia es crucial en la formación dela riqueza.
Marx lo previo en el Grundrisse, como hipótesis, pero finalmente, en su elaboración global, hizo la opción del modelo económico capitalista concurrencial que se le presentaba en su realidad. Podemos decir que uno de los mayores límites de la visión social de Marx es que define su esquema puramente en el ámbito del industrialismo.
No reconoce las contradicciones transversales que crecientemente ocupan un espacio fundamental en la sociedad, y no avizora los nuevos sujetos sociales que hoy resultan claves para un proyecto de cambio.
De todo ello se desprende que hay, al menos, dos tesis fundamentales del marxismo que han entrado en desuso: la lucha de clases – señalaba Marx en su famosa carta a Waidermayer – conduce inevitablemente a la dictadura del proletariado. Esto es una aberración, no ocurrió en ninguno de los países capitalistas de la Europa Central previstos por Marx y donde se consumó, en virtud de la “revoluciones” impuestas por la URSS, se transformaron en totalitarismo. Marx, afirmaba que.
“La dictadura del proletariado conduce a la desaparición del Estado y de las clases, al mundo de la asociación de los productores y de la autorregulación”.
La experiencia de los socialismos reales es, en cambio, la globalización del estatismo y el surgimiento de una clase singular, no prevista por Marx: la burocracia. La desaparición del Estado es naturalmente, una gran utopía lo cual denota, sobre todo, la enorme falencia, en los clásicos del marxismo, de una teoría del Estado, de las instituciones y del derecho. Podemos decir, que la ficción de la emancipación humana del proletariado que emancipaba a todos, se adjudicó en la práctica la prerrogativa de despojar a otros grupos humanos de sus derechos civiles y políticos.
Es obligatorio preguntarse a este punto, con franqueza, cuánto hay de Marx en las experiencias totalitarias del “comunismo real” que se derrumba con la caída del muro de Berlín y cuanto de Lenin y de la rusificación del marxismo que se experimenta con la Revolución de Octubre y en la experiencia de buena parte del reduccionismo comunista y de la izquierda posterior en el mundo.
Aun cuando Marx no desarrolla de manera sistemática una teoría del Estado, ya en el Manifiesto Comunista podemos encontrar algunos de los elementos centrales del comunismo que desapareció: El poder político, el Estado no es otra cosa que “la violencia organizada de una clase para la opresión de otra”. La revolución exige “la conquista del poder por el proletariado”. El éxito de la revolución, que significa la desaparición de la sociedad burguesa, da inicio al fin progresivo del Estado que se extingue “con sus clases y sus antagonismo de clase, y dará paso a una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será el libre desenvolvimiento de todos”.
Por cierto, Lenin en las condiciones de una revolución contra El Capital, como la llamará Gramsci, radicaliza los conceptos de Marx y la tiranía stalinista hace lo suyo y sume la utopía marxista en el totalitarismo. Pero los elementos centrales ya están presentes en la insuficiente elaboración de Marx sobre el Estado, en el sujeto revolucionario cuya dictadura, que debiera ser liberadora para todos, niega el pluralismo y la diversidad de las formas de vida, en el dogma científico en que se convierte su doctrina. Todo ello hace que el decurso de la Revolución de Octubre, que por cierto cambió el mundo, y del comunismo realizado no sea una traición a Marx sino una continuidad radicalizada y convertida en una verdadera religión de sus propias teorías centrales.
No podemos soslayar que toda la elaboración de Marx está hecha en el período de la Europa pre democrática, donde aún no se establecía el sufragio universal. Marx y, sobre todo, Engels que le sobrevivió, introdujeron correcciones importantes en el último período valorando el ejercicio de la democracia electoral, y la búsqueda de mayorías políticas, sobrepasando la visión de la época del Manifiesto Comunista. Sin embargo, lo que ha prevalecido es la parte más radical de su elaboración y debemos constatar que la teoría de la revolución de Marx, que comprende el asalto al poder y el conjunto de su programa político, es, obviamente, irrealizable.
Prevaleció la idea de Marx de que solo el comunismo representaba la verdadera y única democracia, de lo cual se desprendía un profundo desapego por los institutos y por toda la formalidad derivada de la mejor tradición del liberalismo democrático. De aquí proviene el pecado original de la desafección, en la tradición de una parte de la izquierda especialmente en los años 60 – 70 , por la democracia formal y en definitiva por las libertades, concebidas solo como “de parte”.
A todo ello hay que agregar que otros de los grandes límites del marxismo es el determinismo del macroconflicto ser/espíritu, en la historia: es decir, ausencia de una concepción autónoma de una superestructura y, en particular, de la sociedad civil y de la sociedad política, más allá del dato económico fundamental y de la simple representación de los interese de las clases.
Para Marx, el centro de su visión científica de la sociedad consiste en demostrar que religión, cultura, lenguaje, ley, arte y Estado son apariencias de la realidad verdadera que es el modo de producción. Por ello, cambios en las apariencias, derivan de cambios en la realidad. El problema surge cuando Marx insiste que las cosas develadas son la única verdad y la última realidad y lo demás es secundario, tesis que oculta el valor dialéctico del proceso de develación y no comprende, tampoco, dialécticamente la relación entre estructura económica y superestructura.
Por ejemplo, para Marx el propio fenómeno religioso, que en tanto cuerpo de creencias son demandas de valor de verdad, es una apariencia falsa, pero funcionalmente necesarios para otra cosa: anhelos, necesidades y deseos que inevitablemente surgen en ciertas circunstancias económicas. Sin embargo, la religión ha pasado por cuatro modos de producción y en los países donde se instaló la base económica socialista la religión siguió siendo un fenómeno de masas, pese a la ausencia de libertad religiosa y al adoctrinamiento marxista-leninista.
El propio antiindividualismo de Marx, condujo a reducir a las personas a masas anónimas, al reconocimiento solo del homo economicus y de los derechos individuales exclusivamente en el ámbito de los derechos de clases.
La antinomia fundamental del marxismo está dada, entonces, por el hecho de que el pensamiento de Marx es clave en la instalación de los derechos de tercera generación y el rol del propio movimiento socialista, que en él se inspiró. Es uno de los componentes decisivos de la modernidad.
Sin embargo, Marx deja fuera de su proyecto de sociedad los dos aspectos fundamentales constitutivos de la modernidad: el mercado y loa democracia. La tesis de la expropiación de los expropiadores, la liquidación de la propiedad privada y la negación del mercado en el socialismo llevó al estatismo extremo, a la planificación total, aun gran monopolio burocrático. A Marx, le preocupada la anarquía del mercado libre, expresada en las crisis cíclicas de sobre producción que, estimaba, el capitalismo no estaba en condiciones de resolver.
Por ello pensó que la liquidación de la propiedad privada de los medios de producción y de las mercancías era la solución, y transformo el mercado en algo privativo del capitalismo.
La experiencia nos indica que el estatismo y la planificación integral de la economía lleva ineluctablemente, al totalitarismo. Esta es, seguramente, la causa de fondo de la caída de los socialismos reales cuyas economías fueron incapaces de resistir la expansión global de ella, en especial pasar de la producción estandarizada a la producción individualizada de la nueva empresa capitalista en el mundo, y, por cierto, sus regímenes políticos de asumir la universalización de la democracia, de las libertades individuales y de la vigencia de los derechos humanos.
En síntesis, el talón de Aquiles de Marx está determinado por sus dos grandes predicciones que se han demostrado como inexactas: la pauperización progresiva y creciente del proletariado y la descomposición interna del capitalismo arrastrado por la masa de sus insuperables contradicciones.
Sin embargo, como hemos dicho, el aspecto más débil de la elaboración de Marx tiene que ver con que no crea una teoría del Estado moderno y subestima el rol creciente de la democracia como democracia representativa dentro del capitalismo. Es decir, la propia democracia que las masas populares con sus luchas contribuyen a generar más allá de la democracia liberal no es percibida por Marx en la capacidad expansiva que ella tendría en el siglo XX y detrás de esta falencia está, no solo el cuadro histórico de un Marx que escribe en un mundo en que la democracia aún no germinaba plenamente, en la subestimación que Marx tenía, en el plano teórico, de la política y de las ideas a las cuales situaba en una superestructura completamente condicionada por la base económica de la sociedad. La idea de la subordinación determinista de la política y de sus instituciones a la economía y a sus relaciones impide a Marx percibir, sino ya al final de sus días, que la política y la subjetividad humana adquieren altos grados de autonomía y condicionan los procesos sociales.
¿Qué queda de Marx? Se preguntaba el destacado politólogo venezolano Anibal Romero en un lúcido escrito de hace algunos años. Podemos decir que el marxismo, aun en el marco de sus límites históricos, epocales y de su reductivismo cultural, es incancelable, en cuanto, es parte ya incorporada a las categorías del pensamiento moderno. Como bien lo señala George Labica, una gran parte del sentido común de la cultura, del modo de percibir los fenómenos sociales y la historia de todos, está basada en su uso. Horkheimer sostiene que habiendo la historia tomado un rumbo distinto al que Marx había pensado, sin embargo dice “la comprensión de la sociedad, especialmente la occidental, no pasa de ser superficial sin la teoría de Marx. Popper mismo al declarar que el marxismo científico está muerto, destacan que “una vuelta a la ciencia social pre-marxista es inconcebible”
Marx tiene el mérito de anunciar muchos de los fenómenos que viviría el capitalismo y sobre todo de ser uno de los teóricos que con mayor visión estipulo las características de la modernidad. Su expresión que “todo lo sólido se disuelve en el aire” es en gran medida la visión de una sociedad, que Baumann llama la sociedad líquida, es decir de una sociedad cambiante, secular, en constante movimiento y donde las estructuras que parecen más sólidas se evaporan, desaparecen, esto no solo en el plano material sino también ideal.
De igual manera, ya en el Manifiesto Comunista de 1847, Marx prevé que el desarrollo del capitalismo y su expansión sin fronteras porque el “dinero y los negocios financieros no reconocen fronteras” llevaría a una economía global proceso que él llama “interdependencia universal” Dice Marx “ mediante la explotación del mercado mundial la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo en todos los países… surgen necesidades nuevas que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados… esto establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones, y ello se refiere a la producción material como a la intelectual”.
El aporte de Marx a la sociología es invaluable, su teoría sobre cesarismo y bonapartismo es clave en la definición de los mecanismo del poder en la ciencia política al igual que el nuevo léxico que el inaugura en la filosofía, su teoría de la alienación hombre, estudiada hoy por muchos teóricos volcada al consumismo extremo que genera el sistema, su profunda investigación hecha en El Capital es obligatoria para comprender el funcionamiento del capitalismo hasta nuestros días, su idea de ir más allá de las libertades individuales del liberalismo para instalar la libertad de todos, son anhelos que han expresado diversos movimientos de liberación social en estos dos siglos. Marx está, con sus límites, fuertemente presente en la cultura moderna mucho más de los que dan por muerto, todo su pensamiento, se imaginan. Como dice bien Jacques Derrida sobre Marx hay que rechazar ese discurso maniaco – triunfalista que canta victoria demasiado fuerte.
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