Por: Máximo Quitral R. Historiador y politólogo UTEM
La pandemia que por estos días golpea al mundo, no solo ha dejado al descubierto la fragilidad de las economías sudamericanas, sino que ha develado la debilidad de la seguridad social de los trabajadores, la precariedad sanitaria de los sectores populares y la total irresponsabilidad de los grupos acomodados del país frente a las medidas adoptadas por el ejecutivo para contener el contagio por Coronavirus.
Lejos de respetar la cuarentena o de tomar resguardos sobre el autocuidado y la distancia social, los sectores de ingresos altos de Santiago viven en una realidad paralela. Traslados en helicópteros a segundas viviendas, fiestas en medio de la restricción de reunión y hasta comulgación en plena vía pública.
Probablemente hay una seguridad mayor frente a la amenaza que representa el Covid-19, quizás motivada por contar con un mayor acceso económico a implementos de salubridad que reduce (en parte) el contagio. Sin embargo, lo que expone este comportamiento social son dos cuestiones centrales que han marcado el devenir histórico de Chile en los últimos 45 años: individualismo y desigualdad.
Tras el golpe cívico militar, la sociedad chilena se transformó en un centro de experimentación social para la incubación de un mal llamado modelo económico, el cual se sustentó en la individualización, en la competencia y en la indiferencia social.
El formato de interacción cambió y lo importante era fortalecer el animal económico interno y arrinconar al sujeto colectivo, para que el nuevo proyecto económico lograra éxito y expandiera la autorrealización de los individuos. Por tanto, el leitmotiv de esta nueva forma de expresión económica no fue la de fomentar el trabajo colectivo, sino más bien se preocupó de estimular el aislamiento personal y esterilizar todo rasgo de sensibilidad social y pensamiento crítico.
Los vasos comunicantes se debilitaron, el tejido social se destruyó y la sociedad transitó hacia el supuesto paraíso del consumo y la adulación desenfrenada. Ese país sumido en la desesperanza y en la desorientación, dio paso (en apariencia) a un oasis en medio del caos y una supuesta paz social, que más bien fue un espejismo del cual se despertó un 18 de octubre de 2019.
Tras la revuelta popular que ha marcado a Chile desde ese momento, la arquitectura de la desigualdad nuevamente fue motivo de crítica y de revelación, advirtiendo los movimientos sociales que era una costra en estado gelatinoso necesaria de remover. Si ya la sociedad movilizada intentó por distintos medios alterar el mal sentido de las cosas, motivada en muchos casos por sus propias experiencias de vida, el Coronavirus visibilizó aún más que ese individualismo y esa desigualdad eran el verdadero enemigo poderoso. Un enemigo acostumbrado a ramificarse por cada rincón, bajo total impunidad y protección burguesa.
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