Por: Lindley Maxwell V. Doctor en Química Inorgánica Molecular. Integrante del HUB Desierto de Atacama. Tocopillano, de la tierra de Alexis y Jodorowsky, un norte que amo y me compromete como ciudadano.
Esta pandemia nos ha hecho vernos al espejo y nos ha desnudado como sociedad, en donde la clase media ha sido una de las más golpeadas, pandemia que saco todo lo que teníamos debajo de la alfombra, la cual no nos servía como imagen que se proyectaba al extranjero, el otro Chile.
Siempre recuerdo una frase bastante famosa “Chile el jaguar de América Latina” jaguar que se encuentra dormido esperando una vacuna que provenga de los países desarrollados para combatir el Covid-19, lo que nos convierte en un jaguar que importa el 100% de productos que posean algún atisbo de tecnología, jaguar que teniendo un capital humano de excelencia, juega a ser del primer mundo, sin siquiera haberle sacado un potencial valor agregado a materiales base como el cobre o el litio. Sin embargo, se ha avanzado, y bastante con respecto a nuestra historia, pero los datos y nuestra idiosincrasia nos dice lo contrario si nos comparamos con países desarrollados.
El presupuesto de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica Conicyt paso del año 2008 al año 2018 de 131 a 328 millones de dólares, con el objetivo de cumplir con los objetivos de la OCDE en formación de capital humano avanzado (PhD).
Gracias a ese incremento de capital, en Chile se genera investigación de un alto nivel académico, pero no basta con eso, debemos generar un entorno cooperativo en donde nuestros doctores se inserten a la sociedad, de modo de generar un ambiente estrecho y altamente necesario entre la ciencia y la industria y para que eso funcione, es necesario promover tesis que promuevan tanto el conocimiento básico como tesis relacionadas con las necesidades del país en alguna industria en particular, por tal motivo, es necesario encadenar esos dos actores de una manera atractiva desde el punto de vista económico.
Si nos vamos a los datos, Chile es el país miembro de la OCDE con menor inversión en I+D 0.36% con respecto al PIB, el cual representa más de 6 veces por debajo del promedio de la OCDE (2,34%) y 12 veces si se compara con el que más gasta, Israel.
Enfocándose desde el punto de vista privado, las empresas chilenas solo aportan el 35% del gasto total, en donde las universidades y el estado aportan el otro 65%, si los datos lo comparamos con países top (ya que a nuestra clase política le gusta compararse con países desarrollados), las empresas aportan entre el 70 y 90% respectivamente, pero si estos porcentajes lo normalizamos en función del PIB y nos comparamos con Japón, nuestras empresas gastan proporcionalmente un promedio 22 veces menos que las empresas japonesas.
Esto nos revela que las empresas chilenas no están interesadas con desarrollar innovación de nuevos productos, lo cual genera que nuestros investigadores que son formados en Chile o en el extranjero tengan tasas de desempleo en torno al 16%, donde la media nacional es del 7% (2019). Es por ese motivo que necesitamos que las empresas conozcan los incentivos que da el Estado a través de CORFO o de Conicyt para promover este tipo de actividades, adicionalmente que ocupen la ley de incentivo tributario a la investigación y desarrollo, que permite rebajar del impuesto de primera categoría hasta un 52,55% de los recursos destinados a actividades de investigación y desarrollo, y de esta manera, captar a nuestros científicos e integrarlos en la industria.
Pero el problema no es solo de la industria, nuestros científicos también tienen que tomar la iniciativa y con esto recuerdo una conversación que tuve con mi compañero de despacho cuando estudiaba en la Universidad en Berkeley EEUU, el cual a mi pregunta; ¿luego de tu postdoc que harás? a lo que él me contesta… la mayoría de nosotros al terminar de estudiar, tratamos de emprender en una start-up, ya que nos enseñan a generar trabajo no a buscar… respuesta clave que me ha quedado grabada en mi memoria.
Puede que el sistema haya llegado a un punto crítico o mejor dicho que ya se haya traspasado, lo que nos obliga a buscar soluciones disruptivas, ya que no es posible perder a toda esa masa pensante que tanto costo formar.
Nuestra economía está formada sobre cimientos extractivistas y de explotación de nuestros recursos naturales, los cuales son finitos, lo que nos lleva a pensar en el punto en el cual se nos acaben y la pregunta radica allí, ¿que será del jaguar de América Latina cuando lleguemos a ese punto?. Esto nos debería causar miedo, ¡si por supuesto!, pero del miedo aparecen las ideas creativas, la innovación y el tomar riesgos para sobrevivir, espero que ese miedo no nos paralice y tomemos medidas disruptivas para cambiar nuestro rumbo, ya que esta pandemia es el punto de inflexión y nuestro futuro dependerá de las decisiones que tomemos hoy.
Estamos en la era energética, el consumo se eleva día a día y de manera paralela la producción de CO2 el cual está generando estragos enormes debido al calentamiento global. Chile tiene el deber y el compromiso que al 2030, todas las termoeléctricas habrán dejado de funcionar para así cumplir con el compromiso de carbono neutralidad.
Esto y nuestra privilegiada geografía, nos permite ser la Arabia Saudita de la radiación solar, por lo tanto, la producción de Hidrógeno verde (producción de H2 a partir de fuentes energéticas renovables) nos abre las puertas a una nueva economía, en donde Chile ya comenzó a trabajar en los procesos normativos, modelos económicos y tecnología para que esta revolución se lleve a cabo, pero obviamente se necesita mayor empuje, divulgación y la formación de profesionales que liderarán esta industria.
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