Por: Catalina Rodríguez. Encargada de Calidad de Casinos RIVER SpA
Un concepto bien comprendido y aplicado puede, en innumerables oportunidades, significar un cambio cualitativo para las personas. Así ocurre con el concepto de la densidad.
Densidad es un término que se usa para medir la cantidad de masa en un espacio determinado, más conocido como volumen. Su fórmula es masa sobre volumen (g/L). La densidad calórica de un alimento es la relación entre el volumen y las calorías del mismo, por este motivo siempre es un buen parámetro a la hora de seleccionar los alimentos que más colaborarán con la pérdida de peso y grasa corporal.
Cuando lo relacionamos con el ámbito de la nutrición cambiamos la fórmula anterior a calorías (energía) sobre peso (kcal/gr). Es decir, podemos medir cuántas calorías contiene un alimento por cada gramo que contenga.
Esto nos puede ayudar a escoger alimentos con poca densidad calórica y más saciedad a la hora de perder grasa o alimentos con alta densidad calórica a la hora de ganar masa muscular.
Es muy importante tener en cuenta el tema de las calorías, porque para perder grasa (lo que la mayoría de la gente busca en estos momentos), se necesita estar en un déficit calórico, es decir, comer menos calorías de las que tu cuerpo necesita para mantener tu peso actual.
Hay alimentos altos en grasa en su composición de macronutrientes que contienen más calorías. Esto es de esperar ya que un gramo de grasa contiene 9 calorías mientras que un gramo de proteína o hidrato de carbono contiene solo 4 calorías.
Pero hay que manejar estos conceptos con mucho cuidado. Esto nunca va a significar que debemos eliminar por completo los alimentos que son fuente de grasa, ya que siempre la mejor forma es el control, teniendo en cuenta las porciones que se consumen.
¿Qué es lo realmente primordial? La densidad nutricional del alimento. No sería justo comparar un alimento que es una fuente de grasa saludable con un alimento que es una fuente de carbohidratos. Cada uno es diferente y tiene distintas funciones y beneficios. No se trata, entonces, de eliminar radicalmente un alimento sin que exista una razón, un adecuado equilibrio y, sobre todo, un estudio de cada situación personal.
Lo que sí podemos hacer es comparar alimentos que contienen una composición de macronutrientes similar. Así, por ejemplo, ocurre con el arroz y la papa. Los dos alimentos son fuente de carbohidratos y en este caso en particular las papas tienen una densidad mucho más baja que el arroz.
Las verduras, las frutas y los cereales integrales son alimentos de baja densidad calórica, mientras que las grasas se sitúan a la cabeza de los hipercalóricos. En un proceso maravilloso de coordinación nuestro estómago tiene una serie de receptores que envían señales a nuestro cerebro para informarle de que ya no necesitamos más comida. Cuando un alimento posee una baja densidad calórica, hace que nuestro estómago, con una cantidad menor de calorías, se sienta satisfecho antes.
De este modo, los frutos secos y semillas como nueces, avellanas, almendras, pipas de girasol o calabaza, lino, chía u otros que, si bien son alimentos de alta densidad calórica porque poseen muchas calorías, son muy sanos en cuanto a nutrientes, destacando por ser ricos en grasas insaturadas, fibra, proteínas y antioxidantes.
Para evitar consecuencias negativas sobre la salud, necesitamos consumir suficientes alimentos con una elevada densidad nutricional y reducir el consumo de productos alimentarios que solo aportan calorías vacías
La densidad nutricional se refiere a la cantidad de micronutrientes en proporción al contenido calórico. Los alimentos de alta densidad nutricional son los que aportan más micronutrientes y fitoquímicos (vitaminas, minerales y sustancias con acción antioxidante como betacarotenos, antocianinas, resveratrol y licopeno, por ejemplo) por caloría consumida.
Sin una cantidad suficiente de los micronutrientes que necesita el organismo para su funcionamiento, se altera la relación hambre-saciedad y se favorece que comamos entre horas, nos sentimos nerviosos e incluso tenemos dificultades para dormir. A largo plazo se favorecen la obesidad y muchos otros desequilibrios. Por esto, por ejemplo, fracasan las dietas que no tienen en cuenta los micronutrientes.
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