Por: Manuel Baquedano M. Fundador y Presidente del Instituto de Ecología Política
El coronavirus llegó para quedarse entre nosotros y para siempre, como afirmó el ministro de Salud, Enrique Paris. El Covid19 se transformará en un virus endémico, como el de la influenza y muchos otros más, de los cuales la ciencia estima conocer tan sólo el uno por ciento.
Para comprender un poco mejor la dinámica que tomará la gestión de este virus en el período que va desde sus inicios hasta que se encuentre una vacuna segura, eficaz y que llegue al conjunto de la población, queremos resaltar una importante investigación científica cuyos resultados fueron publicados en el año 2008 por el Dr. Joshua Epstein, virólogo de la Universidad de Washington.
Epstein acuñó el concepto de “contagio acoplado”. Lo definió como la existencia interactiva de dos procesos de contagio, “uno de enfermedad y otro de miedo a la enfermedad”. Siguiendo esta investigación, podemos señalar que la pandemia es una enfermedad cuyo origen se encuentra en la naturaleza pero que, a medida que se difunde, se acopla a una enfermedad que surge del entorno social en el que vivimos. Esta enfermedad sería el miedo, un fenómeno psicosocial que la pandemia provoca entre los seres humanos.
El investigador advierte que “Las personas pueden ´contraer´ el miedo a través del contacto con personas que están infectadas con la enfermedad (enfermos), infectadas sólo con el miedo (los asustados) e infectadas tanto con el miedo como con la enfermedad (los enfermos y los asustados). Las personas asustadas, enfermas o no, pueden retirarse de la circulación con cierta probabilidad, lo que afecta la dinámica del contacto y, por lo tanto, la epidemia de la enfermedad propiamente dicha. Si permitimos que las personas se recuperen del miedo y vuelvan a circular, la dinámica acoplada se vuelve bastante rica y puede incluir múltiples oleadas de infección”.
Esta última etapa es la que están viviendo los países del hemisferio norte que, habiendo superado la primera ola inicial de contagios, ya están viviendo otras oleadas que las autoridades responsables prefieren minimizar catalogándolas como “brotes” para no poner en entredicho la decisión de avanzar en el desconfinamiento. Esto es así porque el desconfinamiento, desde el punto de vista sanitario, tuvo lugar de forma prematura y obedeció a razones de carácter no sanitario.
Sin embargo, una vez realizado el desconfinamiento, difícilmente se pueda retroceder pues el miedo que se había acoplado en la primera ola ya no está presente o se encuentra muy debilitado como para asegurar el éxito de un nuevo confinamiento o de otras medidas coercitivas para la población. El análisis de los casos recientes de contagio en España, después de que se declarara el desconfinamiento, nos revelan que prácticamente la mitad de los nuevos contagiados se debe a fiestas nocturnas y familiares y la media de edad es de entre 30 y 40 años.
En simultáneo, este fin de semana, Hong Kong declaró oficialmente la presencia de la tercera ola de contagios. En sus declaraciones, la jefa del Ejecutivo del territorio, Carrie Lam señaló “La situación es muy grave y no hay signos de que esto se esté poniendo bajo control”.
En este escenario no deja de llamar la atención que todos los casos en los que las olas de contagio alcanzaron importantes magnitudes están relacionados con países o territorios que presentan baja cohesión social, que están afectados por conflictos sociales internos que mantienen dividida a su población y donde las autoridades responsables de la implementación de las políticas sanitarias tienen poca o nula legitimidad.
Podríamos concluir que si bien en la primera etapa de la pandemia este “contagio acoplado” resultó beneficioso para las políticas sanitarias pues el miedo facilitó la adopción de las principales medidas para combatir la propagación de la enfermedad -todas medidas pertenecientes a la esfera de la conducta humana como el confinamiento, la distancia física y la higiene personal-; el desacople entre la pandemia y el miedo provocará un efecto muy contraproducente para controlar los contagios. Esto es así porque el miedo se debilita más rápido que la enfermedad en sí y este proceso ya no puede revertirse, por lo menos, hasta que aparezca la vacuna.
Si bien en ausencia de la vacuna no se podrá eliminar el virus, los brotes y las olas de contagio, las autoridades estarán obligadas a gestionar el escenario y, en estas circunstancias, la política del riesgo comenzará a jugar un rol primordial y el control sobre las poblaciones será objeto de nuevas pugnas en el futuro.
A nivel global, en el horizonte se visualizan dos grandes caminos. Por un lado, la gestión autoritaria de las pandemias que se traducirá en el establecimiento de un modelo de sociedad más vigilante de los individuos y de sus conductas, que descansará en una menor búsqueda de cohesión social en las poblaciones. Y una segunda alternativa contraria a la anterior: la gestión democrática de las pandemias por medio de la búsqueda de una cohesión social que sirva para enfrentarlas y que contemple la participación ciudadana, la gestión a nivel local con el auxilio de las autoridades de salud centrales y el apoyo de elementos tecnológicos que no vulneren la privacidad ni espíen la vida de las personas.
No debemos olvidar que estamos en presencia de un fenómeno natural que nosotros mismo hemos provocado al transgredir los límites ecológicos y climáticos. El Covid19, en gran parte, constituye una última llamada que la humanidad recibe para evitar la extinción como especie e iniciar una adaptación profunda que le permita sobrevivir.
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