Por: Diego Ancalao G. Presidente del Partido Por el Buen Vivir de Chile
Hace unos días, ha nacido el “Partido por el Buen Vivir”. En mi tierra natal, Purén Indómito, donde Pelantaro anunciaba, hace ya muchos años: “Otra vez hoy, la tierra se levanta”, aludiendo a esa cualidad milenaria de mi pueblo mapuche, que le hace germinar, en una lucha incansable, más allá de las circunstancias adversas que nos ha tocado sufrir.
Quiero explicar a mis hermanos indígenas y a todas y todos quienes quieran escucharme, los motivos que nos han llevado a tomar esta opción.
Puede extrañar, que una comunidad mapuche, decida utilizar la actual institucionalidad política, para proponer un cambio profundo en la historia de Chile. Más de alguien pensará que esta es una especie de claudicación de la lucha de mi pueblo o hasta el abandono de las causas que hemos sostenido desde el momento mismo de la invasión extranjera, que pretendió nuestro exterminio.
Por el contrario, no estamos sometidos a la dominación, sino que hemos evolucionado una nueva estrategia de lucha, adaptándonos a este nuevo contexto, en que hemos llegado al convencimiento que hoy, Chile tiene una oportunidad de reconocerse como lo que es: un Estado Plurinacional, conformado por una diversidad de pueblos que deben convivir en paz y con el objetivo de trabajar, cada un@ desde su identidad, por el bien común. Para alcanzar ese reconocimiento, se puede estar dentro o fuera de las reglas del juego democrático. Nosotros hemos optado por hacer el cambio desde dentro.
Pero, debo aclarar que esta oportunidad a la que aludo no fue gestada desde el sistema de partidos, ni desde ninguno de sus muy conocidos líderes.
Más bien esa posibilidad se abrió a pesar de todos ellos y hasta, contra ellos. Ha sido la gente común, representantes fieles de la soberanía popular, quienes se han despojado de un tiempo demasiado prolongado de indiferencia, para recuperar el poder que les corresponde.
Ha sido el pueblo, hastiado de los abusos, quien decidió terminar con la dictadura de los partidos que secuestraron la democracia, para salvaguardar sus propios intereses y su apetito insaciable por conservar y extender sus privilegios.
Esa gente fue la que enarboló, junto a la bandera chilena, los símbolos indígenas, en un acto de restitución histórica de su legitimidad. Lo que no hizo el Estado de Chile en 200 años de independencia, lo hizo el pueblo masivamente hace algunos meses, recordándonos que el poder está en cada uno de nosotros y que, desde ahora, no estamos dispuestos a delegarlo en quienes son incapaces de alcanzar, aquello que nuestros pueblos indígenas llaman el Buen Vivir.
Algunas personas ven estos cambios con una sensación de amenaza e incertidumbre. Para nosotros, este es un tiempo de esperanza. La nueva Constitución, efectivamente no nos instalará mágicamente en un país mejor, pero si abrirá las ventanas de la igualdad, la justicia y la fraternidad.
Lo claro, es que debemos superar la mera consigna del “Estado opresor”, como si esto fuera un destino fatal y concentrar todas nuestras energías en la unidad y cohesión de nuestros pueblos para generar un proyecto de cambio capaz de alcanzar una convivencia pacífica y respetuosa al interior de la diversidad que caracteriza a la sociedad chilena.
La gran mayoría de l@s ciudadan@s chilen@s e indígenas, tienen algo en común. Ambos han sufrido el estigma de la exclusión, de los abusos y de haber sido tratados por el mercado, que define lo que cada uno vale. Esa experiencia común del maltrato a la dignidad de las personas es la que nos une, en un destino que debemos definir y construir por nosotr@s mism@s.
Permítaseme ahora, hablarles a los pueblos indígenas de cualquier rincón de Chile.
Llegó la hora de hablar de aquello que une a nuestros pueblos, y comprender, de una vez por todas, que tenemos un problema en común, un problema de pueblo. Ese problema, consiste en recuperar los derechos políticos, territoriales y económicos que sí nos reconocen todas las normas internacionales.
La única manera de avanzar es construir un proyecto político como naciones originarias y esto supone unidad, diálogo, búsqueda de acuerdos y conciencia de pueblo. Pero tampoco eso basta, se requiere poder. Y el poder es un ejercicio que nos permite lograr que otros tengan conductas que, sin su aplicación, no habrían adoptado.
Tener poder es muy importante para cambiar las cosas, pero no basta con conquistarlo, también hay que saber qué hacer con él. Hoy los casi dos millones de indígenas, debemos despertar, para transformarnos y alcanzar una efectiva madurez política. Nuestro poder político radica primariamente en nuestra relevancia electoral. ¿Qué acuerdos podríamos lograr actuando unidos? Es importante tener conciencia de esa fuerza, que se visualiza en cada elección, en que nuestros votos definen buena parte de los resultados. Es decir, son nuestros votos los que ponen o no a un Presidente en el Palacio de La Moneda.
Esta conciencia nos debe generar, además, una gran responsabilidad. Nuestros votos deben escoger personas que trabajen por el bienestar de la mayoría de los pobres y marginados de Chile.
Como mapuche, me encuentro en el centro de fuerzas opuestas e igualmente negativas, que actúan simultáneamente. Están por un lado, un grupo de mapuche “complacientes”, que, sin respeto por sí mismos y resignándose a su estado de pobreza y marginación, estiran deshonrosamente la mano a la espera de bonos y subsidios, todo a cambio de no cuestionar o criticar a quienes administran el poder político, que les otorgan esas prebendas.
Por otro lado están los “flagelantes”, que están llenos de resentimiento, odio y frustración, nacida de la violencia de la discriminación institucionalizada. Muchos de ellos han llegado al convencimiento de que la violencia es la única vía de solución a todos los males que sufren o han sufrido, llegando a defender las opciones radicalizadas del indigenismo fundamentalista. Esta resulta ser, además, la justificación que utilizan los grupos de poder para militarizar y judicializar nuestra causa.
También están aquellos hermanos mapuche, seguidores de la tradición judeo-cristiana, que muchas veces están más centrados en alcanzar la salvación personal que la que requiere su pueblo, como una gran comunidad que tiene un destino común.
Y existen además pequeños grupos que estiman que para ser mapuche, hay que conservar la sangre, las tradiciones y las costumbres en su estado más puro. Esto recuerda el racismo que prioriza la raza única, tantas veces fracasado. Para ellos un mapuche debe vivir en el campo, andar con manta y trarilonco y criticar todo lo que no es mapuche. Claro que son los mismos que usan plataformas de comunicación norteamericana, celulares chinos o coreanos, autos japoneses y poseen gustos globalizados.
Creemos que nuestros ejes deben ser, la adopción del camino de la acción política, la recuperación de nuestra conciencia de naciones, el acceso al poder y cambiar aquellas realidades que nos han segregado. Me niego a aceptar la resignación como la respuesta a estos tiempos y me resisto rotundamente a perder la fe en la unidad de mi pueblo y la de todos los pueblos indígenas.
No se podrán atenuar jamás las desigualdades económicas, étnicas y sociales, si aquellos que no han experimentado la pobreza, siguen hablando por los pobres y si los que no son indígenas insisten en interpretar el sentir de nuestros pueblos. No pretendo descalificar a personas de buena voluntad dispuestas a mejorar las cosas, solo sostengo que existe una responsabilidad indelegable e intransferible de los propios pueblos indígenas respecto de su destino.
Debemos ser conscientes de nuestro compromiso para enfrentar el desafío de decidir nuestro propio futuro y contribuir de esta manera a ser un país más justo e inclusivo.
Frente al poder político que ha administrado el Estado y a los intereses económicos que han forjado el carácter del Chile actual, con su nueva élite económica, ideológicamente racista y políticamente reaccionaria, queremos instaurar una nueva forma de liderazgo que sea capaz de dar igualdad de oportunidades a todos, haciendo reformas sustanciales a la democracia que hemos configurado y al modelo económico que nos asfixia.
Nuestros pueblos no son perfectos. Sin embargo, estamos llamados a una misión perfecta, que es liberar a nuestras comunidades, y a toda persona que sufra los perversos efectos de la exclusión.
Debemos enviar una señal firme a quienes aún no creen en nuestra misión. Por eso debemos corregir los errores, ampliar la mirada, sanar las heridas, unificar a nuestros pueblos y cumplir la misión que nos inspira.
El Partido por el Buen Vivir se pone al servicio de esa causa, y en ello radica nuestro compromiso vital.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.