Por: Ricardo Díaz C. Profesor de Filosofía. Consejero Regional de Antofagasta
Según el informe “Indicadores de Comercio Exterior” del Banco Central, en los dos primeros trimestres del presente año el 55,4% de nuestras exportaciones provienen de la minería. De esas exportaciones, si miramos el registro de exportaciones totales identificadas por región de salida (puerto, aeropuerto o avanzada), que elabora Aduana, el 29,25% de las exportaciones totales salen de la región de Antofagasta. Aportamos casi el 10% del Producto Interno Bruto (PIB) del país y recibimos con suerte un 2%.
Esta es una tendencia que se arrastra desde hace décadas, en que la monodependencia del sistema productivo chileno a la industria minera nunca ha sido superada, sino profundizada. Este sistema no genera riqueza, ya que contribuye al empobrecimiento de las comunidades, daño ambiental insostenible en el tiempo y el agotamiento de los recursos.
¿Tiene dudas?, le cuento, nuestras carreteras no son las mejores del país, nuestras escuelas no han sido el foco de una política educacional centrada en la calidad, es más el único esfuerzo serio que se realizó, fue la ley de inclusión, una reforma del gobierno de Michelle Bachelet, que recordemos tuvo profunda oposición de una derecha que ha visto en la educación un modelo de negocio; nuestro sistema de salud, también le ha negado a los nortinos el derecho a tener, por ejemplo, planes preventivos de cáncer, por lo que una de cada cuatro personas se ve amenazada por esta enfermedad.
Carecemos de una política de inclusión que permita a las ciudades avanzar en integración social, un ejemplo es el acceso a las personas a espacios de áreas verdes, donde tenemos una brecha significativa. En este punto, el estándar mínimo de superficie de áreas verdes que organismos de planificación entregan es de 10 m2/hab. En Vitacura, comuna en la que ganó el Rechazo, existen 18,65 m2/hab., en cambio en Antofagasta, solo tenemos 2,31m2/hab., en Calama tenemos 4,7 m2/hab. Esto es desigualdad. Para qué hablar del déficit de vivienda, que en nuestra región excede las 20.000. Las tasas de exposición a ambientes con altos niveles de contaminación tampoco ayudan, ya lo hicieron sentir Mejillones y Tocopilla, en las que el Apruebo ganó por una mayoría nunca vista.
Las chilenas y chilenos que habitamos estas tierras bien podríamos estar satisfechos con nuestro trabajo sabiendo que con ello se aporta, bajo un sistema de solidaridad, a otras zonas con menos ingresos. La solidaridad implica estar dispuesto a recibir menos por aquellos que menos tienen. Pero esa no es la realidad del país. En un reciente estudio, los académicos Atienza, Arias y Phelps (2020) demuestran cómo se concentra en la capital los beneficios de la producción minera de la segunda región.
Tal como explican los investigadores, donde Santiago funciona como ciudad gateway o ciudad puente que conecta a Chile con la red de producción global del cobre y concentra el poco valor que queda en el país producto de la explotación de ese mineral, mientras que Antofagasta es una backdoor city o ciudad puerta trasera por donde se arranca el desarrollo, reproduciendo una lógica de enclave moderno.
¿Pero es todo Santiago el que se beneficia? ¿Serán las comunas más prioritarias las que se benefician? La respuesta es no. Paradójicamente cuando analizamos la diferencia que existe entre lo que las comunas venden respecto de lo que producen, las ganancias se concentran en comunas del oriente de Santiago, Vitacura (¡otra vez Vitacura!), Ñuñoa, Las Condes. En las comunas donde se concentran las clases más altas, las empresas mineras tienden a ubicarse y aumentar la distancia de ingresos respecto de las comunas más pobres.
En nuestro país, los ricos se hacen más ricos y las comunas del oriente de Santiago son las que aumentan sus ingresos a costa del trabajo y explotación de lo que se hace en nuestra región. Esto no es solo una muestra de centralismo, sino que derechamente es una colonización continua que hace de nuestros territorios del norte estar supeditados para beneficiar a las comunas más ricas del país.
Hay que levantarse con fuerza y enfrentarse a este centralismo injusto, no sólo para que Antofagasta reciba un mejor trato, sino también para que las comunas con menos recursos puedan mejorar sus ingresos. Lamentablemente en Chile “está muy mal pelao el chancho”, por lo que mejorar este estado en el que nos encontramos, pasa necesariamente por cambiar la forma en que hemos actuado desde la década de los ochenta. Necesitamos un estado descentralizado que deje de ser el defensor de los grandes capitales y que se dedique a equiparar la cancha, evitando de esta forma concentración del poder político y económico en los mismos de siempre.
La caída del modelo que nos ha venido dañando, solo se logra con el empoderamiento cívico de las regiones para que peudan tomar control de su bienestar y sustentabilidad atropo-ecológica, debemos avanzar hacia un regionalismo federalista y el desempoderamiento del presidencialismo, que nos permita avanzar y definir como región el tipo de desarrollo que queremos, para dejar de ser la puerta trasera del país y avanzar hacia un desarrollo que tenga en el centro a su gente, respete su cultura, que sea sustentable y con una mirada inclusiva, de derechos y verdaderamente solidario. ¿Se puede? Desde el plebiscito la ciudadanía no solo lo cree posible sino que lo demanda con ansias. Otro Chile sí es posible.
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