Por: Carlos Cantero O. Geógrafo, Master y Doctor en Sociología. Director del Consejo Chileno de Tecnologías de Información y Comunicación. Académico, conferencista y pensador laico, estudia la Sociedad Digital y la Gestión del Conocimiento
La configuración fisiológica del ser humano determina un materialismo constitutivo que se expresa con fuerte evidencia en la sociedad actual. Desde las más básicas y tempranas interacciones con el medio, los sentidos hacen emerger la materia, la masa, las cosas, las partículas, lo material que se percibe como “la realidad”. En este contexto emerge el ser o ente con espontaneidad mágica, no se le cuestiona, ni escudriña, solo surge, está, es, ya sea un objeto o sujeto.
La percepción de la energía y las ondas, lo intangible como el amor y los sentimientos, lo referido a la espiritualidad esencial del ser humano, son cuestiones más abstractas, requieren de mayor agudeza mental, imaginación y racionalidad. Este materialismo que viene de antiguo me resulta preocupante porque gatilla complejos procesos que cobran cara factura en la sociedad contemporánea
Los filósofos clásicos reconocieron esta situación que incide en la percepción de los seres humanos. Observamos apariencia, objetos, fenómenos, pero no lo que los genera o está detrás. En respuesta a este problema Aristóteles planteó la distinción entre la apariencia (nivel en que se expresa) y la esencia, enfoque que tiene dimensiones metafísicas (filosofía), que asigna al ser un sentido inmutable, estático, incorruptible.
Con la emergencia del enfoque eco-ético-sistémico-relacional, surge una distinción más definida entre el ser y el estar, entre las apariencias y las esencias, que tienen significación variable, que inciden auto constitutivamente en los individuos y en esa realidad, permitiendo su re-generación y modificación permanente, percepciones que varían en la medida que cambian las apariencias y/o las esencias, creando nuevas realidades analógicas y virtuales, en una convergencia constante, particularmente con la emergencia de la sociedad digital.
Esta situación afecta el mapa mental de las personas, su pensamiento y también la filosofía, dando primacía de la “interioridad” o subjetividad del pensamiento, recogida en la expresión de Descartes: “Pienso luego existo”, idea básica en el racionalismo y en el fundamento del positivismo del “Ver para creer” que arranca desde los hechos bíblicos que según el evangelio de San Juan (20: 24 al 29) corresponden a los dichos del Apóstol Tomás: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”. Una vez resucitado Jesucristo le habría sido reprochado esa actitud. Esta disposición de Tomás referida en el pasaje bíblico está más vigente que nunca y es constitutiva del mundo y de la forma de darle sentido a la vida.
Como contraparte tenemos el idealismo que es el imperio de las ideas. En esto hay, sin duda, un importante rol del pensar y también del lengüajear, siempre constreñido a conceptos y categorías de pensamiento que el individuo recoge del medio. La religión, adicionalmente, muestra un determinismo anclado en dogmas que han constreñido y alienado el pensamiento a lo largo de la historia, quitándole al individuo la capacidad de cuestionar, o desarrollar pensamiento crítico.
Con el desarrollo de la teoría de los sistemas y la emergencia de la física cuántica, se ha superado relativamente el cartesianismo, generando un cambio de paradigma que afecta la relación que se da entre el observador y lo observado, al asumir que fuera del individuo hay cosas y ocurren acontecimientos, interacciones, en las que ambos se influyen recíprocamente. Esto alcanza a las circunstancias del individuo, al dasein o el ser ahí, la esencia o existencia, a la que ese ser esta arrojado en el mundo, entre las apariencias que desdibujan la percepción de las esencias.
Este texto promueve la toma de consciencia de la miopía sistémica, respecto de la percepción de la realidad que alcanza a la temporalidad y espacialidad, a lo cercano y lo lejano, habitualmente no se percibe con claridad el entorno en que estamos inmersos, algo así como “los árboles no permiten ver el bosque”, los peces no tienen clara consciencia que están en el agua, o el efecto que la gravedad genera en nosotros, en las plantas y animales, en el ethos general. De la misma manera las personas no tienen clara consciencia de las realidades emergentes, de la elasticidad y plasticidad del efecto de nuestras acciones, que pueden impactar instantáneamente o en las futuras generaciones.
Véase el caso en los temas ambientales, que permiten explicar con claridad esta témporo-espacialidad extendida. A las miopías sistémicas se adicionan múltiples cegueras que caracterizan históricamente a nuestra sociedad, como son los ya mencionados dogmas religiosos, pero también los de orden económicos entre otros, que cargamos con nosotros e intervienen y distorsionan nuestra percepción de la realidad.
Al respecto me llama la atención el influyente pensamiento recogido en el icónico libro “Ser y Tiempo”, de Martin Heidegger, en que critica la dogmática metafísica del yo, poniendo en cuestión la primacía otorgada al sujeto, como principio generativo, en la emergencia del ser o ente en forma espontánea. La constante en el pensamiento de Heidegger es la pregunta sobre el ente, la distinción entre el “ser” y el “estar” en el mundo, con su temporalidad y espacialidad adicionada, lo que pone de relieve la importancia del tema en el siglo XX.
Sin embargo, a pesar de la aparente primacía de la subjetividad (del yo), nuestro ego está permanentemente influido por el entorno, por los influenciadores (influencer) del sistema social, por los agentes del neuromarketing en los medios de comunicación, lo que se agudiza vertiginosamente con la big data, las redes y los sistemas de información masiva, asociados a la gestión de redes digitales. Todo esto tiene implicancias muy profundas en las relacionalidad, en la gestión y jerarquías en las interacciones sociales, en la invasión de la subjetividad, la intimidad y la consciencia de cada cual. Esto conlleva profundas implicancias éticas y efectos prácticos en las personas y en los sistemas en los que interactuamos.
Nuestras acciones influyen y son influenciadas, nuestra temporalidad y espacialidad muestra plasticidad y elasticidad que puede alcanzar a sistemas y generaciones futuras. Son auto constitutivas, de influencia mutua y de procesos sinérgicos, sea que se trate de un sistema social, natural o de ambos, ya que cada cual funciona con sus propias reglas. Aunque creemos ser los tutores del entorno natural, lo cierto es que la primacía está en el régimen de la naturaleza. Este es el fundamento del enfoque eco-ético-sistémico-relacional, lo que se ve verificado con las externalidades ambientales y los efectos pandémicos.
En filosofía este materialismo tiene un concepto de referencia, que sirve para entender estos procesos. Se habla de “reificación”, literalmente significa “cosificar”, es decir “convertir en” o “hacer cosa”. Ese proceso de cosificación consiste en considerar todo como una cosa o ente, por ejemplo el concepto de Dios; también refiere al acto de cosificar las relaciones humanas y sociales, asumiéndolas como relaciones transables de unas personas con otras: sexo, jornadas especiales de trabajo, que alteran la intimidad y dignidad no solo de la persona, sino también de su entorno familiar. También implica atribuir a las cosas propiedades humanas o sociales, aplica además a una cosa con cualidades que son asumidas como verdaderas: por ejemplo, una “bebida que quita la sed”; un detergente que “lava más blanco”; o cuando decimos que el norte está arriba, asumiendo esa convención como un hecho cierto, sin ningún fundamento.
Para superar este proceso de reificación constante debemos trabajar para elevar y ampliar la consciencia, para tener una mejor y más precisa percepción de la realidad, comprender la esencia de nuestra existencia para asumir el sentido de nuestra vida, individual y social. Esa relacionalidad está mediada por un equilibrio entre lo externo y lo interno al ser humano, lo material y lo espiritual, en un proceso auto-constitutivo que define al ser y configura la forma de estar en el mundo. Proceso en el que cada individuo decide el sentido de su existencia. La persona es lo que son sus relaciones, el fruto de esas interacciones. La percepción de la realidad se supera con el pensamiento crítico, la reflexión, la intuición y la elevación de la consciencia.
Lo que pretendo con este escrito es llamar su atención sobre un tema que considero fundamental en nuestra sociedad: materialista, individualista, nihilista y hedonista.
Me preocupa la materialidad del pensamiento humano, que luego se transforma en Materialismo en las diversas dimensiones de la vida, tendencia plena de vacuidad espiritual que afecta negativamente a la persona y la sociedad. Se busca la plenitud y la felicidad donde no está. Actitud exacerbada que contrasta con la escasa atención hacia las dimensiones espirituales, dando primacía a lo externo en detrimento de lo interno.
Hasta ahora, este desequilibrio fundamental, a juzgar por los efectos ambientales y en la calidad de vida de las personas, ha sido más para mal que para bien.
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