Por: Camila Pérez Navarro, Valentina Giaconi y Nidia Paredes, académicas de la Universidad de O’Higgins
Cada 7 de abril conmemoramos el natalicio de Gabriela Mistral. La educadora y escritora, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 1945, pasó casi toda su infancia en la aldea de Montegrande. En aquella localidad cordillerana Gabriela desarrolló un fuerte apego a lo rural. Tal como manifestó en innumerables escritos, allí “nací, al amor de la tierra –del cual vivo todavía-, y me crié a la intemperie, en el mejor sentido de esa palabra. Tuve sol de más, tuve el huerto doméstico que a ningún niño debería faltarle”.
En la familia de Gabriela, la docencia era un trabajo cercano: tanto su padre como su media hermana, Emelina, ejercían como preceptores en escuelas rurales. Luego que su madre tuviera “una idea muy peregrina” para salvar a su familia “de la miseria”, Gabriela fue nombrada ayudante de preceptora de la escuela rural de Compañía Baja cuando tenía apenas 14 años. Allí, según recordaría años más tarde, enseñaba “a leer a alumnos que tenían desde cinco a diez años y a muchachos analfabetos que me sobrepasaban en edad”.
Para Gabriela, la necesidad de transformar la educación rural era una tarea prioritaria. En 1922, y luego de casi dos décadas de experiencia docente en escuelas a lo largo del territorio, el gobierno mexicano la invitó a colaborar en la reforma de la educación rural emprendida en dicho país, debido a sus “buenas ideas sobre la educación”, y por ser “una mujer de la provincia” y saber “lo que necesita la gente del campo”.
En homenaje al esfuerzo de Gabriela Mistral por impulsar la educación en territorios rurales, desde 1998 en Chile también celebramos el Día de la Educación Rural.
A pesar de los avances experimentados por el sistema educativo nacional en las últimas décadas, diversas problemáticas continúan afectando a la educación rural. Hoy, a casi 100 años del viaje de Gabriela a México, las escuelas rurales chilenas y latinoamericanas mantienen múltiples desafíos. La crisis sociosanitaria por la cual atravesamos en el presente ha evidenciado la persistencia de desigualdades de larga data, mostrando que el derecho a la educación de estudiantes residentes en zonas rurales aún no está completamente garantizado.
En la actualidad existen 3412 escuelas básicas rurales que entregan educación regular y especial a 203.294 niñas y niños, según datos entregados por el Centro de Estudios del Ministerio de Educación en 2019. De estas, casi un 52% son escuelas con aula multigrado. Por otro lado, solo el 7% de las escuelas secundarias están ubicadas en zonas rurales.
Con urgencia, la política educativa nacional debe propender a construir una educación rural coherente con las necesidades del siglo XXI y en la que no solo se garantice el ingreso a escuelas básicas, sino que se asegure el acceso a los distintos niveles de educación inicial, secundaria y superior. Además, se deben favorecer procesos formativos que se correspondan con la realidad social de las y los estudiantes a los cuales atienden, siendo pertinentes a la diversidad territorial y a las demandas de las poblaciones locales.
La región de O’Higgins cuenta con un alto porcentaje de población rural, llegando al 29,7% del total de sus habitantes. Los entornos rurales son esenciales para el desarrollo sostenible del país, debido a la vinculación que poseen con el desarrollo alimentario, los entornos naturales, las tradiciones y la cultura local. Es urgente potenciar su rol como centro de desarrollo local, mediante la aplicación de políticas e iniciativas que permitan valorar su patrimonio, fortalecer las identidades de las comunidades y crear espacios de cooperación en sectores territorialmente aislados. En este sentido, niñas, niños y jóvenes provenientes de sectores rurales representan un potencial enorme para el desarrollo del país.
Creemos que es necesario atender a las necesidades formativas de las y los profesores que se desempeñan en escuelas rurales y, con ello, posibilitar prácticas pedagógicas contextualizadas, que atiendan a la heterogeneidad de los territorios y que den cuenta de la riqueza de la ruralidad; además de mejorar sus condiciones laborales.
Por estas y otras razones, consideramos que es fundamental continuar trabajando por la educación rural. Hoy más que nunca adquieren sentido las palabras de Gabriela, a quien la escuela rural se le “hincó muy adentro en el espíritu”, siendo su “interés dominante en la enseñanza de cualquier país sudamericano”. Es necesario que asumamos esta tarea con urgencia y responsabilidad. Solo así podremos promover la justicia educativa y la diversidad en el sistema educativo chileno.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.