Por: Jorge Gillies A. Académico de la Facultad de Humanidades y Tecnología de Comunicación Social, UTEM
“Matar al mensajero” es, desde la antigüedad, la frase condenatoria que se aplica a los portadores de malas noticias en el ámbito político. Dicha sentencia, que en más de una oportunidad se ejecutó literalmente a lo largo de la historia, marcaba una relación de subordinación de los comunicadores ante el poder político.
La situación ha cambiado, sin embargo, radicalmente, tanto a nivel global como en nuestro país.
Lejos quedaron los tiempos en que la autoridad convocaba a La Moneda a los directores de los medios de comunicación para acallar la difusión de determinadas noticias, como sucedió en 1991 durante el gobierno de Aylwin con motivo del secuestro de Cristián Edwards, o tres años más tarde durante el gobierno de Frei Ruiz Tagle, a raíz de los llamados “pinocheques”.
Y los frecuentes telefonazos desde los centros del poder, alertando en contra de la publicación de noticias o reportajes incómodos, ya no surten los efectos de antes y generan reacciones contraproducentes, que ponen en entredicho y someten más bien a escarnio a sus autores.
Ello sucede por una parte debido a la creciente horizontalidad y deslocalización de los medios de comunicación, como consecuencia de la revolución digital. Resulta inconducente amenazar a empresas que operan globalmente y que tienen sus sedes en otros países, como ha quedado demostrado recientemente con el reclamo presidencial ante el canal La Red.
Pero sucede sobre todo por la carencia de liderazgos políticos convincentes, en países en que la proliferación de candidaturas de todo tipo pareciera ser inversamente proporcional a la capacidad de conducción y motivación que tiene la política. Es el caso de Chile, que en este aspecto no se distingue demasiado de Perú y su reciente primera vuelta presidencial.
En cambio, los principales referentes han pasado a ser aquellos periodistas que toman partido abiertamente en el acontecer político, sumando con ello la confianza de sus públicos en momentos de extrema dificultad como los que se viven a raíz de la pandemia y la crisis económica.
Espacios matinales y nocturnos y “podcasts” que escapan al formato clásico de los programas políticos han ganado enorme audiencia y catapultado a la fama a sus conductores, pasando a ocupar, literalmente, el vacío dejado por el estamento político de gobierno y oposición.
Y para aplicar la metáfora, son los mensajeros los que han salido a matar a los autores de malas políticas. Ha llegado, al parecer definitivamente, su hora.
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