Por: Richard Andrade C. Director de Poderyliderazgo.cl
Sabemos que las categorías políticas de Izquierda, Centro y Derecha, ya no tienen vigencia en la sociedad digital, también es cierto que el cambio mental en la sociedad es lento y gradual, como el viraje de un vehículo largo. Hablamos de la Derecha, aunque referimos a un nuevo “movimiento social ciudadano” que aún no termina de desplegarse. En el mapa mental de la gente seguirá esa división, más aún si no hay hábito reflexivo y pensamiento crítico. Se conforman con el mensaje pre-digerido que le entrega una intermediación interesada y poco objetiva, hecha por medios de comunicación (TV), que sirven al interés de sus mandantes, mecenas, financistas o propietarios.
En medio de grandes movilizaciones sociales de repudio a la política neoliberal radical, millones de personas salieron a las calles para expresar su repudio a esa dura realidad que afecta sus condiciones y calidad de vida. En este ambiente en la propia derecha, la mal denominada “derecha económica” pierde toda su hegemonía, comprueba lo equívoca que ha sido la política social. El sector completo resiente el repudio de las grandes mayorías ciudadanas y se enfrenta a una cruda realidad de un mundo segregado entre los que tienen mucho y los que viven en la precariedad, permanentemente sobre-endeudados.
El propio Instituto Libertad y Desarrollo (L&D), entra otras estructuras de promoción de ideas, lobby y gestión política del sector, desde una evidente endogamia social, que en el caso actual se ha transformado en claro nepotismo, han llenado la administración del Estado con gerentes de las empresas de las principales fortunas de Chile. No logran sintonizar ni remotamente con lo que la gente reclama en las calles. De hecho, el segundo piso de la Moneda tiene alojados a los principales gestionadores y lobbystas, que parecen no comprender la grave crisis sociopolítica a la que han arrastrado al gobierno y al sector.
Las principales vocerías políticas y del Instituto L&D proclaman a los cuatro vientos que “solo hay una derecha”. ¡Ojalá así fuera… pero, no lo es! Al contrario, han segregado, descalificado, acallado, anulado, incluso perseguido, a quienes desde la propia derecha han reclamado un sentido social que fortalezca el sector y empatice con las grandes mayorías ciudadanas, que se resume en la frase “gestión con sentido social”. Sería muy deseable que ese encuentro de unidad, de respeto e integración se diera, pero eso implica escucha y respeto mutuo. No hemos visto ese tipo encuentros en el fastuoso auditórium de L&D.
La paradoja de la crisis chilena tiene varios elementos fundantes, acá al menos siete aspectos a considerar.
El primero, el oficialismo no necesita que la Oposición le confronte. Basta con su propia acción para generar descrédito o para denostar sus propias iniciativas. ¡Los autogoles abundan! El sector se esmera y supera permanentemente, por su descoordinación, nulas vocerías, torpeza política y escasa credibilidad.
Segundo, el Ejecutivo tiene un equipo político tecnocrático, muy inexperto en lo político, sin calle y sin voz para imponer nada, con una conducción carente de sentido social y empatía ciudadana, que orbitan en torno a las ideas de Cristián Larroulet (UDI – L&D), arquitecto del desastre que vive el oficialismo.
Tercero, un Parlamento sin facultades reales y con escasa capacidad de gestión política, cautivo de privilegios y su tradicional concubinato con el “poder o derecha económica”, que es el que ha capturado una gran cuota del poder político (transversalmente a la política).
Cuarto, la crisis que se genera en Chile es muy Sui Generis. A diferencia de las crisis de la Izquierda, caracterizadas por la exaltación de la igualdad y la redistribución de los recursos, en modelos que no generan riqueza y consecuentemente redistribuyen pobreza. En el país la situación es al revés, se trata de un modelo que genera mucha riqueza, la que no ha sido distribuida adecuadamente, quedando concentrada en un número muy reducido de familias o grupos económicos.
Quinto, la causa basal de la crisis es ética, una visión radicalmente materialista, minimalista del ser humano, que promueve el individualismo y desprecia en sentido de comunidad.
Sexto, un maximalismo mercadista y un minimalismo estatal, en el que los bienes públicos son debilitados y privatizados, dañando a quienes no pueden pagar por servicios esenciales para vivir.
Séptimo, se impone un nihilismo que debilita las referencias valóricas y éticas y un hedonismo caracterizado como una compulsión hacia el placer inmediatista y sin consideración de las consecuencias. Todo lo cual ha generado una serie de lacras que descomponen el tejido social y ético: corrupción, violencia, tráfico de influencias, narcodelitos, nepotismo y endogamia social, entre otras.
Es evidente que Chile necesita como alternativa (al neoliberalismo extremo) un sector identificado con la generación de riqueza y comprometido con el desarrollo social y territorial armonioso. El debilitamiento y la fragmentación de la UDI y RN son muy evidentes, cada día pierden más adherentes, se debilita la credibilidad y confianza y se evidencian claros síntomas de funcionarios públicos con graves problemas de probidad, especialmente las autoridades a cargo del manejo de los fondos de la emergencia.
Chile necesita una política sana, muy distinta al ambiente de “Pan y Circo” que se vive en la actualidad transversalmente, plagada de farándula, populismo y mediocridad. Mientras eso ocurre, otros flagelos golpean nuestro país: la política deslegitimada, instituciones precarias, una evidente crisis ética con múltiples instituciones con corrupción estructural, el flagelo del narcotráfico desplegado y sin control en múltiples esferas de la sociedad.
Será difícil superar el estigma que la “derecha económica” le heredará al sector, una identidad repudiada y asociada al abuso y la impunidad, ya que tampoco ha sabido mostrar sus aciertos. Se requiere recomponer confianzas, superar la estrategia de polarización y promover un nuevo Pacto Social.
La Derecha Social debe hacer valer sus razones y legitimidad frente al país, debe asumir imperativamente el rol que le toca jugar en política nacional y con ello robustecer nuestra cada vez más debilitada democracia.