Por: Juan Castro P. Senador independiente por la región del Maule
Una semana es tiempo suficiente para masticar, digerir y analizar los resultados de las elecciones realizadas este 15 y 16 de mayo. Fue un proceso histórico, pero a la vez, un golpe de realidad para nosotros, la clase política. Decir que el resultado fue sorpresivo sería ser ingenuo y estaría faltando a la verdad, ya que durante largo tiempo las encuestas han mostrado que cada vez son más las personas que no confían en los partidos políticos y en estas elecciones se hizo evidente algo que está latente en la ciudadanía, la necesidad de la renovación, las personas quieren una renovación real, fuera de los partidos políticos.
Por lo mismo, de los 155 miembros que componen la Convención Constituyente, 104 no militan en partidos políticos y solo 39 de ellos fueron en un cupo de partido, la gran mayoría juntó las firmas y se presentaron como independientes, aprovechando la modificación a la normativa electoral que permitió que los independientes se agruparan en pactos y así poder competir, en más o menos, igualdad de condiciones con los grandes conglomerados políticos.
Este resultado debe ser un llamado de atención y a la acción para los partidos políticos, se debe hacer una autocrítica y una profunda reestructuración, ya que una democracia sin partidos políticos no es buena, aumentan las probabilidades de caer en los caudillismos y al mismo tiempo, disminuye la gobernabilidad de los países.
Es hora de que los políticos estemos a la altura del momento histórico por el que atraviesa el país, estamos ad portas del inicio de la Convención Constitucional que redactará una nueva carta fundamental para nuestro país. Un proceso que será liderado por personas sin historial político y, como mencioné anteriormente, en su gran mayoría independientes, quienes con más corazón que recursos lograron un escaño en esta Convención.
Se entregó un mensaje claro y sin dobles lecturas: mientras los partidos se sobaban las manos y pensaban que serían ellos quienes redactarían la nueva Constitución, la ciudadanía dijo otra cosa y se lo encomendó al ciudadano de a pie. El país quiere una Constitución redactada a puertas abiertas, no producto de una negociación a puertas cerradas, una carta fundamental que sea la voluntad de las personas y no de las élites, una Constitución de la que se sientan parte, que los represente e identifique.
Esta responsabilidad entregada debe ser ejercida con total integridad, respetando la tradición de los acuerdos y no de las imposiciones ideológicas, un país no solo se construye con un Estado fuerte y activo, sino también con el mundo empresarial, los emprendedores, las organizaciones sociales y sindicales.
Esta Constitución tiene que ser de todos y no de una mayoría circunstancial. Si bien muchos se sentirán representados, otros sectores no lo estarán, por eso la importancia de que el texto final que será nuestra carta de navegación para las próximas generaciones sea socialmente justa y viable, no podemos seguir engañando a la gente con grandes discursos y frases para la galería, que sonarán muy bien, pero que no tienen un sustento técnico o no han generado buenos resultados en otros países.
Tenemos el desafío de equilibrar el desarrollo económico con justicia social, de tener un Estado activo que emprenda y que incentive la innovación, que resguarde nuestros recursos naturales y que empareje la cancha para acceder a la educación y la salud. Necesitamos un Estado donde los recursos lleguen a quienes los necesitan, donde los grupos minoritarios no sean pisoteados por las mayorías y finalmente, donde todos nos sintamos orgullosos de ser chilenos.
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