Por: Marisol Alarcón Valencia. Socia de Laboratoria y co-fundadora de Kaudal
Comparar el panorama que vivía Chile en julio de 2019 versus el de julio de 2021, nos hace mirar con asombro los sucesivos cambios que hemos vivido en los últimos dos años: el estallido social, la aparición del COVID 19, el plebiscito por una nueva constitución, la elección de quienes la escribirán, la llegada de una segunda ola de la pandemia, el proceso de vacunación y ahora, el inicio del trabajo de la Asamblea Constituyente y las elecciones primarias, que marcarán la pauta de los comicios presidenciales de fin de año.
Y aquí estamos, avanzando en este camino lleno de cambios, gracias a la maravillosa capacidad de los seres humanos de adaptarse; lo que el científico Charles Darwin en su minuto denominó como evolución y pensadores como Albert Einstein y Steven Hawking, reconocieron como facultad de la competencia humana y la base de nuestra inteligencia y progreso.
En un estudio global de IBM sobre la brecha de habilidades llamado The enterprise guide to closing the skills gap, más de 5.000 ejecutivos entrevistados en 2018 estuvieron de acuerdo en que la disposición a ser flexible y adaptable al cambio es la habilidad más crítica y necesaria en la fuerza laboral actual, incluso sobre otras habilidades técnicas, también importantes. Todos estos meses de pandemia sólo han podido confirmar los resultados de este informe.
No obstante, por más que lo podamos comprender en la teoría, en la práctica el proceso de adaptación no toma el mismo tiempo para todas las personas, y en un nivel más macro, tampoco se produce de igual manera en organizaciones, empresas y países. Tampoco es algo instantáneo, cualquier proceso de cambio es complejo. En relación a las necesarias transformaciones en el mundo laboral, los esfuerzos en nuestra región se han enfocado demasiado en formar nuevas tecnologías y metodologías, olvidando un paso previo fundamental: activar y fortalecer la adaptabilidad de las personas, su disposición a aprender, desaprender y cambiar.
La incertidumbre que vivimos nos exige ser adaptables. Pero antes de serlo, nos invita a preguntarnos cómo queremos dar forma al futuro que nos tocará vivir. Como ciudadano/a chileno/a ¿Estás preparado para nuevas políticas y prioridades, para dar espacio y escuchar la voz de grupos antes invisibilizados? Si eres líder en una empresa y una vez que pase la pandemia,
¿Volverás a trabajar igual que antes o elegirás el formato híbrido? ¿Le pedirás a tu equipo que haga las cosas como en el pasado, aunque los avances tecnológicos demostraron cómo se pueden optimizar labores o reorganizar los recursos? Incluso las interrogantes van por el lado personal, si vuelve la “normalidad” al país ¿Qué costumbres mantendrías intactas? ¿Qué cosas no volverías a hacer por ningún motivo, por ejemplo en tus relaciones con familiares y amigos?
Adaptabilidad es un concepto que va de la mano de otro; la flexibilidad. Si hasta hace algunos años se valoraba mejor a quien se permanecía fiel a una postura a través del tiempo, predecible, “firme como un roble”, hoy quien va siempre en la misma línea puede terminar estrellándose con la realidad. Es preferible ser como el agua, flexibles como un río que fluye, cambiar de dirección cuando la ruta se estanca y bifurcar hacia nuevos caminos para descubrir nuevas y sorpresivas habilidades.
Este es un llamado interpersonal y también global. ¿Nos vamos a quedar esperando a que las cosas pasen o vamos a ser parte del cambio?
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