Por: Antonio Leal L. Sociólogo, Master y Doctor en Filosofía, Académico de la Universidad Mayor
El filósofo vasco Daniel Innerarity, una de las voces más influyentes de la Filosofía Política en el mundo, vuelve a entregar lo que él llama “una caja de herramientas” para dilucidar el futuro de una política que debe ser radicalmente reseteada para interpretar la sociedad compleja en que vivimos y una democracia que escuche, incorpore a una gran diversidad de sujetos y sea capaz de compatibilizar las expectativas de eficacia con nuevas exigencias de legitimidad.
Ahora, en “Una Teoría de la Democracia Compleja. Gobernar el Siglo XXI” actualiza la gramática y los conceptos de una política que fueron pensados en una época de relativa simplicidad social y política y cuyo déficit teórico se corresponde con una práctica política que simplifica y empobrece nuestras democracias. Innerarity subraya que “nuestros sistemas políticos no están siendo capaces de gestionar la creciente complejidad del mundo y son impotentes ante quienes ofrecen una simplificación tranquilizadora. La política, que opera actualmente en entornos de elevada complejidad, no ha encontrado todavía su teoría democrática”.
El límite es teórico, porque la conceptualización de la propia Filosofía política no logra captar la complejidad social y , por tanto para salir de la crisis actual se requiere otra manera de pensar la democracia y otra manera de gobernar.
Innerarity afirma que la mayor dificultad procede de que el ritmo acelerado de los cambios es mayor que nuestra capacidad de concebir las nuevas realidades. Pero subraya un segundo elemento: no estamos ante cambios en una línea predeterminada, incremental, sino ante situaciones inéditas, incluso que plantean una cierta incompatibilidad, por ejemplo, entre la estrategia de la representación y las instituciones parlamentarias, que supuestamente podían acompañar al cambio social, “pero la velocidad de esos cambios convierten a tales instituciones en, a lo sumo, instancias de reparación de daños del proceso de modernización, que en su velocidad “no le pide permiso a nadie”.
Lo que ocurre es que la democracia que ha efectuado el paso, para constituirse en democracia moderna, desde la Polis al Estado Nacional y a la democracia representativa, debe ahora dotarse de una nueva arquitectura política que le permita dar un salto hacia una realidad despojada de la antigua simplicidad, cambiante, con crisis de legitimidad y confiabilidad, para afirmarse en los nuevos temas, en los sujetos, en las formas de gobierno y en una teoría y un léxico del siglo XXI.
Innerarity hace una afirmación fuerte y polémica, que se constituye en el nucleo de su razonamiento : la principal amenaza de la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad, y aclara que se refiere a simplicidad, en el sentido de la simplificación. Y que ello se presenta en una doble versión. En primer lugar, hay disfuncionalidades en la política porque hay un contraste entre los conceptos que hemos recibido y las realidades que estamos manejando. Esa simplificación, se expresa en conceptos políticos que no tienen en cuenta la riqueza de la sociedad y de los nuevos entornos, el mundo que vivimos que es otro respecto de aquel en que surgieron las teorías con las cuales las analizamos.
Pero el otro tipo de simplificación, más bien práctica, tiene que ver precisamente con ese mundo de la complejidad, lleno de incertidumbres en el que estamos navegando como podemos, en el que, al menos en el corto plazo, los simplificadores tienen todas las de ganar.
Quien ofrece un consuelo pasajero, una clarificación engañosa de la realidad, una oferta, como aquellas del populismo de diverso signo, pueden aparecer como una solución a los graves problemas que enfrentamos, que son civilizatorios.
Lo claro, nos señala Innerarity, es que la política no tiene el nivel de complejidad adecuado a la sociedad que tiene que gestionar. La democracia sólo es posible gracias a un aumento de la complejidad de la sociedad, pero esa misma complejidad parece amenazarla. Hay un claro desajuste entre la competencia real de la gente y las expectativas de competencia política que se dirigen a la ciudadanía de una sociedad democrática. No es sólo que se haya hecho más compleja, sino que la democratización misma aumenta el nivel de complejidad social.
Lo que Innerarity plantea es que no estamos ante la típica reforma administrativa y ni siquiera constitucional, sino frente a la necesidad de una reconceptualización, “un reseteo”, de los conceptos y categorías que la política ha utilizado en estos 300 años para leer la realidad.
Incluso, plantea Innerarity, es posible que una parte de la profunda desafección que se observa en las sociedades devenga del hecho de que todos entendemos muy poco nuestro tiempo, como funcionan estas sociedades y como podemos operar en ellas.La respuesta de Innerarity es que no debemos prescindir del núcleo normativo de la democracia, que es el autogobierno de los seres libres, pero sí que tenemos que revisar su realización concreta en momentos históricos distintos.
La democracia ha sido capaz de realzarse en el ágora ateniense y, en cierto modo, también en las ciudades-Estado renacentistas; ha habido una democracia para la época industrial y hay que asumir el desafío de una democracia para la sociedad pluriárquica, global y postmoderna en la que vivimos.
Por ello en el libro, Innerarity lleva a cabo un recorrido singular, se adentra y enfoca como lo mas importante en cómo están configurados los sistemas políticos y no tanto quiénes eventualmente ocupan los cargos de dirección.
Esto, porque, como señala, en una democracia bien constituida no deberíamos esperar demasiado de un líder providencial y especialmente inteligente o ejemplar ni temer demasiado que un malvado se hiciera con el Gobierno. “Si el sistema político no funciona bien, dice, entonces evidentemente estamos a merced de esa providencia o de esa calamidad”.
Insiste en que no sirven los conceptos de la actual política para leer el mundo global, la crisis climática, la robotización e incluso el coronavirus que golpea ferozmente a la humanidad. Nos invita a “aprender una nueva gramática del poder en un mundo que está constituido más por bienes y males comunes que por intereses exclusivos”, los cuales no han desaparecido, están ahí, pero resultan indefendibles fuera del marco del juego común en el que todos estamos implicados.
Esto implica para la política superar el juego de extremar lo identitario, como si cada cosa recolocara en juego un interés de clase, y darse cuenta que hay temas comunes que deben ser abordados con amplias mayorías, consensos y legitimidades. Enfatiza que si el antiguo juego del poder promovía la protección de lo propio y la despreocupación por lo ajeno, “la superexposición obliga a mutualizar los riesgos, a desarrollar procedimientos cooperativos, a compartir información”.
Esto porque cuando el gobernante poseía toda la información, era más inteligente que el gobernado, la relación podía ser vertical y funcionaba así extendida a toda las instituciones de la política – incluidos los partidos que eran los grandes mediadores porque manejaban la información y a través del filtro de las ideologías le daban sentido, creaban conciencia social – pero cuando la revolución tecnológica de la información, que es planetaria y accede a miles de millones de seres humanos en las diversas latitudes, permite que las personas se informen, se autoconvoquen, establezcan redes, sin el control de los antiguos mediadores y sin marcos teóricos una vez considerados infalibles, ello iguala y provoca otros equilibrios sociales y de poder, lo que obliga al gobernante y a las instituciones políticas a obtener la información que circula más allá de su férreo control y a acordar con el gobernado un cierto tipo de intercambio, de consenso, entre información y legitimidad.
Si queremos proteger la democracia, “hemos de protegerla también frente a las estrategias con las que pretendemos protegerla”. La democracia solo se cuida con medidas democráticas y ni las ideas insurreccionales de unos, ni los mensajes de que enfrentábamos una “guerra contra enemigos poderosos” formuladas por el Presidente Piñera representaban una invocación a cuidar la democracia en una situación de extrema tensión social.
¿Pero, en que se debe cambiar la democracia en la visión de Innerarity?
El responde que en casi todo, salvo el núcleo de valores, de principios normativos para los que nunca encontraremos un sustituto útil: la idea de autogobierno, de igualdad, de representación, de deliberación, de justicia. Estas ideas no sufrirán grandes evoluciones, aunque tendrán que adecuarse a contextos diferentes. “Pero si todo el resto de ideas. Nuestro actual concepto de soberanía, territorialidad, autarquía, de poder mismo, resultan completamente insuficientes y hasta dañinas para abordar la realidad compleja y global en que nos desenvolvemos”.
Para Innerarity “estamos pensando todavía la política en un universo newtoniano” donde una parte de las teorías políticas fueron creadas a partir de la física social elaboradas con las categorías mecanicistas del mundo natural. Su mayor límite es enfrentar la complejidad con instrumentos simples, con un claro contraste entre los conceptos históricos y las realidades que se deben gobernar.
Una simplificación de conceptos políticos que no tienen en cuenta la riqueza de la sociedad y de sus contextos, lo cual lleva a una simplificación, más bien práctica, que tiene que ver precisamente con ese mundo de la complejidad, lleno de incertidumbres en el que estamos navegando y que genera que la “intermediación entre el público y el interés general sean permanentemente desafiadas por la seducción de la inmediatez”.
En su libro Innerarity busca redescribir el mundo contemporáneo con las categorías de globalización, saber y complejidad [porque] la política ya no tiene que enfrentarse a los problemas del siglo XIX, o XX, sino a los del XXI, que exigen capacidad de gestionar la complejidad social (…) aprovechando las competencias distribuidas en la sociedad
Existe una democracia después de la democracia, pero es una democracia amenazada por la incompetencia de las élites y por la irracionalidad de los electores. Es una democracia irritada con las desigualdades y sacudida por explosiones de indignación que, sobre todo, “responden más a un malestar difuso que carga contra el sistema político en general, pero no se concreta en programas de acción con la intención de producir un resultado concreto; hay en ellos más frustración que aspiración; son agitaciones poco transformadoras de la realidad social”
La propuesta de Innerarity, aquí, es un ejercicio de reanimación para que la democracia sobreviva. El ejercicio consiste, fundamentalmente, en “orquestar y equilibrar participación ciudadana, elecciones libres, juicio de los expertos, soberanía nacional, protección de las minorías, primacía del derecho, autoridades independientes, rendición de cuentas, deliberación y representación”
La democracia es un sistema inteligente, dice, pero hay que protegerla de sí misma verificando no tanto a los individuos, sino a sus interacciones, modos de decisión, reglas, procesos y estructuras, con su respectiva institucionalización. Si logramos la inteligibilidad de esas interacciones, lograremos que la ciudadanía pueda ejercer las funciones de vigilancia y control que se esperan de ella en una democracia.
Innerarity busca en su libro enriquecer el debate de las ciencias sociales con todo aquello que las ciencias de la naturaleza pueden enseñar: producción del orden a partir de la inestabilidad, el caos y la destrucción. Las referencias que hay sobre la neurología, la atmósfera, las enfermedades o los nichos ecológicos demuestran que las entidades políticas, las comunidades o las organizaciones también son sistemas de interacciones complejas y, por lo tanto, debiéramos aprender de sus dinámicas y capacidades de respuesta con “unos pro-cedimientos de protección muy sofisticados, pero menos rígidos de lo que solemos suponer o de lo que en principio desearíamos. (…) habrá que gobernar las sociedades como se cuida la vida: capacitar, empoderar, facilitar”
Pero también el libro está marcado por cinco capítulos que reflexionan sobre la pérdida de un centro único, bilateralidad, multilateralidad y el desplazamiento del poder de los Estados nacionales a conglomerados anónimos donde ya no es posible ejercer control, otorgar mérito o adjudicar culpas; el autogobierno y la teoría el gobierno indirecto; la administración inteligente de la democracia; la configuración política del futuro “la gobernanza intertemporal consiste en una cultura política y un diseño institucional que estimula la decisión motivada en el largo plazo, protege los intereses futuros, mejora los instrumentos de previsión y promueve la solidaridad intergeneracional”
Pero la parte sustantiva del libro de Innerarity está dada por la exposición de sus tesis para democratizar la democracia.
El punto de partida es hacer inteligible la política, combatir la inabarcabilidad a la que se enfrenta la gente con la crisis del sistema financiero, la complejidad de las negociaciones sobre el cambio climático, las condiciones para la sostenibilidad de nuestros sistemas de pensiones o las consecuencias laborales de la robotización.
Alcanzar la inteligibilidad. que no es un déficit meramente cognitivo e individual, sino democrático y colectivo, es posible a través de la “adquisición de competencia política para mejorar el conocimiento individual. Una figura central del modelo clásico de democracia es el ciudadano informado que es capaz de tener una opinión sobre los asuntos políticos”
En el plano postelectoral, Innerarity parte de constatar que tenemos una democracia insuficientemente representativa. “En nuestros procedimientos de representación y decisión hay menos sujetos, intereses y valores de los que debería haber, lo que se podría traducir como que nuestros electorados están incompletos”
De allí la necesidad de abrir las democracias hacia los otros con una perspectiva intergeneracional, paritaria y ecológica También Innerarity hace un llamado para “mejorar la infraestructura cognitiva del gobierno sin sacrificar el principio de igualdad democrática (…) las democracias son los sistemas políticos más inteligentes, pero son también los que requieren desarrollar más inteligencia colectiva”
Pero ¿en qué consiste, por fin, la inteligencia democrática?
En la lectura descubrimos las claves y enclaves de la diversidad cognitiva colectiva y constatará, de paso, que “la democracia no es solo el menos malo de los regímenes, como suele decirse, sino también el menos estúpido” totalmente apto para considerar el desconocimiento y la ignorancia como recursos útiles que retroalimentan el sistema a partir de las revisiones, dudas y críticas.
Innerarity analiza también los fenómenos de volatilidad, reticularidad, desintermediación y la digitalización constituyen el nuevo paisaje en el que la democracia se desenvuelve.
Ahora lo digital es lo político, subraya Innerarity y “las tecnologías están dañando elementos centrales de nuestro sistema político [por ejemplo] el control parlamentario ha dejado de ser lo que era cuando no existía Twitter”
La nueva transformación que internet, las redes sociales y la inteligencia artificial están consiguiendo obligan a repensar los parámetros de la administración democrática y a alterar el modo en que los humanos nos gobernamos a nosotros mismos.
Para terminar, Innerarity retoma el ejercicio de la reanimación, no para seguir defendiendo la supervivencia democrática dentro de una sociedad determinada, sino para extenderla en una sociedad global del conocimiento. “Que la democracia moderna haya encontrado su forma en el Estado nacional no quiere decir que no pueda darse bajo otro formato diferente o en condiciones muy diversas. Hacer de la democracia una realidad más compleja implica tomar en consideración esa dimensión global en la que se desarrolla nuestra vida colectiva”
Las sugerencias del autor resultan contraintuitivas, como él mismo lo reconoce, pero hay allí una renuncia decidida a claudicar ante la complejidad, sobre todo en tiempos como el vigente de extrema vulnerabilidad, de contagios y sociedades contagiosas. Tampoco recomienda esperar pacientemente a que el sistema, por sí solo, se autorregule o “se adapte”. Todo lo contrario, el libro está dirigido a la estimulación de la acción colectiva y a la creación misma de la democracia.
Innerarity señala, sin embargo, que hay que tener presente que la democracia tiene por su propia definición, un sistema de gobierno frágil y vulnerable y que no podemos protegerla hasta el extremo de no correr algunos riesgos.
Por el contrario, y es también mi convicción, proteger la democracia significa correr algunos riesgos. Es un sistema abierto, donde hay libertad de expresión, donde puede entrar cualquiera y más, cuando se ha horizontalizado mucho y cada vez hay menos guardianes de la puerta: los periódicos ya no tienen la verticalidad que tenían, los partidos no son organizaciones férreas, los propios agentes políticos están sometidos a monitorización desde todos los puntos de vista…
La democracia, por su propia definición, será siempre un sistema de gobierno frágil y vulnerable. Y tenemos que aprender a gestionar esa vulnerabilidad. Es pertinente preguntarse si la pérdida de confianza en las instituciones e intermediadores es una causa o un efecto de lo que le ocurre a la democracia?
Lo que se extrae del libro de Innerarity es que todas las instituciones que establecían una intermediación entre el público y el interés general se han visto desafiadas por la seducción de la inmediatez. Hay ya muchas utopías que plantean que el mejor esquema de agregación de las microvoluntades sería crear un dispositivo que sin ninguna deliberación recogiera nuestros deseos.
Frente a esto se plantea que una política de mediaciones bien configurada puede ser más igualitaria que la pura espontaneidad de la agregación de voluntades individuales a través de pantallas de ordenador. La justificación de la mediación política es corregir los sesgos que están en la sociedad y los sistemas informatizados: la defensa de aquellos intereses que no se pueden hacer valer en una sociedad entendida como el choque y el combate espontáneo de las fuerzas en juego, donde suelen ganar, qué casualidad, los que tienen otro tipo de poder.
Porque al fin de cuentas estamos experimentando la parte más preocupante de la interdependencia general que caracteriza al mundo globalizado: encadenamientos, contaminación, turbulencias, toxicidad, inestabilidad, fragilidad compartida, afectación universal, superexposición. “Interdependencia equivale a dependencia mutua, intemperie compartida”, agregando que vivimos en un mundo en el que, “por decirlo con lenguaje leibniziano, “todo conspira”. No hay nada completamente aislado, ni existen ya “asuntos extranjeros”; todo se ha convertido en doméstico; “los problemas de otros son ahora nuestros problemas, que ya no podemos divisar con indiferencia o esperando que se traduzcan necesariamente en provecho propio”.
Para Innerarity este es el contexto de la peculiar vulnerabilidad que recorre el mundo. Las cosas que nos protegían se han debilitado y afirma que lo único que nos puede salvar hoy es el conocimiento compartido y la cooperación. Ello no significa que resurja el Estado Nación, sino que vuelve como una imperiosa exigencia lo público, lo común, después que el neoliberalismo impuso un modelo de separación extrema determinado por las desigualdades, la ausencia del Estado y el mercado incontrolado.
La soberanía popular, para que no actúe irreflexivamente, sea más deliberativa y produzca mejores resultados, tiene que estar bien organizada. El soberano tiene la última palabra, pero también sabemos que se equivoca muchas veces. Pensamos que la democracia es soberanía popular y no nos damos cuenta de que forma parte de la soberanía popular la autolimitación de la soberanía popular. De hecho, lo hacemos todos. Nos estamos poniendo limitaciones en el plano personal y colectivo para tener precisamente una mayor libertad.
La propia categorización izquierda-derecha, dice Innerarity, también responde a una simplificación de la complejidad ideológica. Lo cual no significa que no la podamos seguir utilizando y que no entendamos todos perfectamente qué queremos decir cuando nos referimos a la izquierda y a la derecha. Primero, la tenemos que pensar con un poco menos de rotundidad. Segundo, no se puede entender como la clásica contraposición Estado-mercado, de la que venimos. Y tercero, tendrá que convivir con otros ejes de confrontación porque no son los únicos que funcionan en la sociedad.
Debemos proceder ya a ciertas revisiones de nuestros conceptos y cuanto antes, mejor. Incluso hay muchas cosas para las que ya llegamos tarde. Por ejemplo la crisis climática. Para la robotización, en parte, también. Pero este es un proceso que también tiene un largo recorrido. Deberíamos conseguir que las instituciones políticas de distinto tipo incorporen en su estilo de gobierno dimensiones cognitivas y reflexivas. Estamos pasando de una época en la que las instituciones estaban acostumbradas a dar órdenes a un mundo en el que a lo que más tiempo le tiene que dedicar es a aprender.
¿Cómo hacer ese tránsito hacia “el gobierno de los sistemas inteligentes” sin dañar sus principios?
Es el gran desafío. Las derechas suelen tener un lenguaje de adaptación: hay que adaptarse a los cambios sin preocuparse demasiado por los criterios de legitimidad que podemos estar cargándonos en ciertas adaptaciones. En cierta parte de la izquierda, lo que tenemos es un discurso de impugnación, del desorden del mundo, de las injusticias y una actitud recelosa respecto de las tecnologías o de la globalización. Entre esas dos concepciones equivocadas de la voluntad política (adaptación o rechazo) se abre todo un campo que debería estar presidido por cómo conseguir realizar (no adaptar) los ideales irrenunciables de la democracia en contextos y situaciones que van cambiando con el paso del tiempo.
Innerarity, parafraseando a Zigmun Bauman, nos dice que mas que un mundo líquido, el proceso de globalización ha conducido a un “mundo gaseoso”. Esta metáfora responde mejor a la realidad de los actuales mercados financieros y al mundo de los medios, que se caracterizan, como los volúmenes que se contraen y se expanden en el estado gaseoso, por ciclos de expansión y contracción, de expansión y recesión, sin un volumen constante. Es una imagen muy apropiada también para describir la naturaleza cada vez más incontrolable de determinados procesos sociales; por ejemplo, el hecho de que todo el mundo financiero, mediático y comunicativo se base más sobre la información “gaseosa” que sobre la comprobación de hechos.
El llamado de Innerarity es a profundizar la gobernanza global que para él es el horizonte que la humanidad debe perseguir hoy con la mayor de sus energías. Innerarity dice que si en lugar de pensar solamente en términos de competición pensáramos en cuáles son los grandes problemas que tenemos por delante, nos daríamos cuenta de que, como decía Ulrich Beck, nos une más el riesgo compartido que los proyectos positivos. No es , por tanto, dice Innerarity citando a Beck, que la política haya muerto, sino que ha emigrado desde los espacios nacionales delimitados a los escenarios mundiales y es aquí donde se juega el futuro de la democracia.
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