Por: Manuel Baquedano M. Presidente del Instituto de Ecología Política
Nuestra sociedad se dirige hacia el colapso climático y ecológico. Este proceso es cada vez menos evitable y ya lo estamos viviendo. Es por esta misma razón que consideramos importante analizar en esta oportunidad el papel que podrán desempeñar los movimientos sociales.
Los movimientos sociales se caracterizan por representar formas de oposición estructurales a la sociedad en la que se desenvuelven. Con su accionar buscan satisfacer sus demandas e impulsar cambios sociales. Existen diferencias importantes entre los movimientos sociales actuales y los que primaron anteriormente. Desde sus orígenes, en el siglo pasado, los movimientos obreros, feministas, indígenas, estudiantiles, entre otros, nacían para conquistar derechos y mejoras en sus respectivos dominios.
Sin embargo, en tiempos de crisis climática y ecológica ya no basta con reivindicar demandas tradicionales. Hoy los movimientos sociales también tienen que hacerse cargo de sus demandas sectoriales y de otras demandas de tipo cultural y/o existencial como podría ser, por ejemplo, cómo enfrentar el colapso, la degradación ecológica y la posible extinción de la especie humana.
La actividad humana superó los límites de la naturaleza y ésta ya ha comenzado a buscar su nuevo equilibrio. Nuestra civilización entonces se enfrenta al hecho inédito de tener que decrecer sus actividades para poder sobrevivir. En este contexto, el rol que jugarán los movimientos sociales será determinante para que el decrecimiento pueda realizarse de forma planificada. Sino será la naturaleza la que actúe por su cuenta como está ocurriendo ahora. En este último escenario, el ajuste podría ser brutal en desmedro de la especie.
El caso chileno es aleccionador al respecto. Como dijo el investigador Iván Franchi, la crisis climática es el desafío más importante del próximo gobierno: “¿Cómo satisfacer nuestras aspiraciones colectivas sin que ello implique mayores impactos y emisiones?”.
Soy pesimista en este punto pues los principales movimientos sociales del siglo XXI, con la excepción del movimiento de los jóvenes (aún no integrado a la sociedad del consumo), dependen para su reproducción del propio mercado. Cualquier medida (ya sean impuestos, medidas administrativas, restricciones de bienes o servicios, etc.) que afecte el ingreso de las personas que componen estos movimientos será fuertemente resistida, incluso en algunos casos, con métodos violentos.
Esta resistencia al cambio, en lo personal y en lo comunitario, a la hora de enfrentar concretamente la crisis climática es la principal dificultad que se evidencia para evitar el colapso. En relación a los ingresos, los nuevos movimientos sociales responden más a las pautas de consumo de las clases medias que a las pautas de las clases populares.
La Nueva Constitución será mucho más progresista que la que imagina la mayoría de los chilenos. Sin embargo, los ejemplos recientes de nuevas constituciones, como la ecuatoriana o la boliviana donde se ha reconocido a la naturaleza como sujeto de derecho, no han servido mucho para que los gobiernos cambien su actitud hacia ella: el extractivismo no se ha modificado bajo estas nuevas constituciones.
El tema de fondo es que la élite (la que gobierna el mundo y la que gobierna en nuestro país) es antropocéntrica. Sostiene la primacía del ser humano por sobre la naturaleza; la que se encuentra, según esta visión, bajo su dominio. En los hechos los seres humanos no la respetan ni se consideran parte de ella. Al contrario, este enfoque impide a la humanidad enfrentar con éxito la crisis climática y ecológica ya que prefiere inmolarse en torno a la idea de “progreso”.
De esta forma, el antropocentrismo podría ser un harakiri que arrastre con su accionar a toda la humanidad.
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