Por: Gonzalo Jiménez S. CEO Proteus Management & Governance. Profesor de ingeniería UC
El día mundial de la empresa familiar se celebra los 5 de octubre, por eso todo este mes es especialmente significativo para los que trabajamos acompañando a las familias empresarias. Más allá de cifras, sabemos que la gran mayoría de las empresas son familiares o tienen un origen familiar, de ahí que sea relevante relavar sus aportes más sutiles y también los desafíos que enfrentan.
Parece ser un momento oportuno para reconocer su relevancia, y no me refiero a solo a sus contribuciones económicas o a la creación de empleo, sino a su aporte en innovación, filantropía y bienestar.
Varios estudios demuestran que las empresas familiares son más éticas, como lo mostró un análisis global de más de mil casos a lo largo de una decena de años (Informe del IE Business School y Banca March). Es comprensible, detrás de los padres o madres fundadores hay valores y una cultura familiar que es la base de unión intergeneracional.
Pero la tierra se mueve, por eso clave es recordar las tres dimensiones que crean o destruyen valor en las empresas familiares. El más evidente es el valor económico: crecimiento, ganancias y flujos. También existe un valor práctico y que se refiere a la carga (positiva o negativa) con que la familia se relaciona día a día con la empresa derivado principalmente, por las interacciones entre sus integrantes. Igual o más importante, es el valor simbólico que se traduce en si la empresa es respetada por la comunidad o si genera sentido de orgullo entre los integrantes de la familia “propiedad emocional”.
En tiempos de crisis múltiples y en una sociedad que se transforma buscando mejores condiciones para todos, ya no basta con lograr eficiencia y cohesión interna, las empresas familiares también deben ser instituciones legítimas para las comunidades y los territorios en que se sitúan. No existe tal cosa como la felicidad para solo los míos, somos parte de una gran familia extendida. Por lo tanto, imposible tener la aspiración de cuidar de nuestros hijas e hijos, sin hacernos cargo del planeta en que viven: somos un sistema.
Las familias empresarias saben del desafío de pensar en las generaciones que vendrán, esa mirada a mediano y largo plazo pueden aportarla para salvar al bosque que conformamos. El desarrollo hoy se construye inevitablemente con respeto, cuidado y ética, esa integridad es la que nos hace verdaderamente exitosos.
Afortunadamente, muchas empresas familiares tienen interiorizados valores extraordinariamente positivos y lo vemos expresado a diario en su compromiso, honestidad, generosidad y espíritu emprendedor. Que sea lo mejor de esas familias empresarias lo que nos ayude a enfrentar la emergencia climática y sus consecuencias que nos afectarán a todos.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.