Por: Pablo Cantero B. Ceo Agencia Cafeína
Hoy es normal escuchar y bailar canciones que hablan de drogas duras, armas, sexo, excesos, efectivo, joyas, ropa de marca y autos de alta gama. Historias de gánsteres a la chilena, la exacerbación de lo material, la historia del niño que rompió el paradigma e hizo millones.
Estos nuevos artistas urbanos han llegado a la TV, generando relaciones con rostros, equipos y se han instalado en las redes, potenciando su marca y su viralización. Toda una movida que estratégica activa la marca y viraliza sus mensajes, generando nuevas realidades, que al parecer y a simple vista, genera millones.
Así se configura la narco cultura en Chile, una cultura que nos acompaña hace un tiempo, pero que tomo protagonismo con el estallido social de octubre del 2019. Por décadas en nuestro país las noticias cuentan la historia de policías que persiguen la droga con grandes operativos, pero casi nunca cae un capo, a pesar de este hace gala permanente de su buen pasar públicamente a través de las redes sociales.
Casi siempre en los medios de comunicación, vemos estigmatizados a los consumidores de cannabis incluso dispensarios medicinales, quiénes generalmente son noticia en enero o febrero, como si existiera una agenda de medios para estos casos. Este grupo de consumidores, es el único organizado bajo el marco legal y son quiénes piden ser escuchados desde hace un buen tiempo con fines terapéuticos y medicinales, pero nada de lo que hagan parece bien visto.
¿Cómo lo harán los nuevos capos de la música urbana, para hacer en cada canción un homenaje al polvo rosado de moda, sin salir en las noticias?
Nuestro país vive constantemente en una sociedad sumida en la ignorancia que provoca el ver televisión, dueña de un contenido añejo, deplorable, morboso, intimidante y simplón. Vivimos en una sociedad estresada y en constante sentido de alerta. Con miedo, estamos sometidos a una competencia sin límites por sobrevivir, que genera un estrés que a muchos chilenos los agobia.
La música entonces, parece, surge como una vía de escape. Sus ritmos, videos, letras encienden a cualquiera que esté dispuesto a bailar y a disfrutar. ¿El resultado? Su viralización es increíblemente, rápida y abundante y sus contenidos, directos, sin filtro. Un homenaje a las drogas y los excesos. Para casi todos es normal, parte de la diversidad dicen. Pero surge la duda ante el legado de las escuelas más antiguas de pensamiento, que hablan de Aura Mediocritas o la utilización de la justa medida en el fluir de la vida de los ciudadanos.
En Chile pareciera que perdimos esa medida. Nuestro país tiene antecedentes, que dejan evidencia de los contagios musicales y sus efectos en la sociedad. Desde el comienzo con la Lambada y el baile de la botella, intentos que en algo nos cambiaron, pero los tiempos no tenían los espacios para desarrollar aún más a fondo esa cultura. Un ejemplo fue lo quw vivimos a princpios de los 2000, cuando vibramos con el Axe y nos liberamos de tanta ropa y prejuicios sobre nuestra sensualidad y nuestro cuerpo.
Luego bailamos reguetón, sentimos la pasión de ser latinos y nuestra sangre caliente nos llevó a sentirnos, cuerpo a cuerpo al ritmo del Caribe, cada vez más cerca y la forma de bailar muto al perreo. Dejamos de bailar a distancia para estar cuerpo con cuerpo y liberarnos de ataduras eróticas y normas de los 80 y 90.
Hoy fuimos aún más allá. Nos dejamos llevar poco a poco por la narco cultura, pensamiento o sistema de creencias, que justo ahora, se contagia más rápido que el corona virus a través de plataformas digitales, sin filtro y con total impunidad. Un contagio masivo, que promueve la idea de vivir la vida con los gustos de un narcotraficante.
Sistemáticamente cada rincón de las calles se inunda de replicadores de una especie de Flayte adinerado que se jacta de cadenas de oro, mujeres voluptuosas, pistolas de alto calibre, autos, pero lo que más llama la atención es el constante homenaje a un polvo de colores fluorescentes que hoy tiene a todos los adolescentes y jóvenes de nuestro país, curiosos de probar sus efectos, una droga sintética que fue creada en 1975 para el uso en el área de psiquiatría.
Estos mensajes y sistemas de creencias influyen sin filtro, en cada niño que escucha radio o navega por YouTube sin supervisión de un adulto, sin importar su estrato social o económico. Hoy el foco está puesto en conseguir cosas materiales, en competir con el otro, un legado impuesto por los llamados Chicago Boys por allá en los 70.
El objetivo de esta nueva cultura es uno solo… ser el más fuerte, adinerado y poderoso, desafiar a la ley y a las autoridades, porque ellos ya comprendieron que en este fundo llamado Chile las cosas se mueven con dinero. Noticias relacionadas con el quehacer de los Delano, los Piñera, los Pinochet, los Larraín, los Marambio, los Bachelet, los Letelier, son ejemplos claros de como el dinero y las redes de contactos actúan a favor de unos pocos en este país. La cultura del que paga está grabada a fuego en las poblaciones de Chile. Así se exacerba el Yo, lo material y los excesos como algo que no tendría repercusión alguna en el futuro de nuestro país.
Peor aún, algunos en TV se han encargado de hacer una verdadera campaña de marketing, como la que hubiese soñado la selección femenina de fútbol cuando la necesitó o algún atleta que vende números de rifa, para representar a chile en un torneo habría soñado toda la vida con tener.
En nuestro país tenemos esa manía de seducirnos con la historia del niño que desde la precariedad material logra llegar a conseguir todo lo que soñó. Nos encantan los autos caros, la vida de excesos y el dinero en efectivo. Hacer gala de ellos. Una estrategia de marketing de manual para ejercer influencia en la población, los consumidores, los clientes.
Ahora bien, existen dos maneras de entregar mensajes en la sociedad actual. A través del contagio y a través de la conexión. En el contagio tú NO lo eliges, más bien, se te pega por diferentes vías y factores, como un virus silencioso. En cambio, en la conexión aceptas el mensaje, te comprometes con él y te conectas a su comunidad o entorno, interactúas como un agente replicador consiente.
Estas dos categorías en Chile tienen el mismo nivel de efectividad, en el caso del fenómeno actual.
Nadie se sorprende, ni presenta una nueva posición respecto a este fenómeno que en algo seguro afectará a nuestra sociedad. Quienes por tanto tiempo han luchado contra el modelo impuesto por los Chicago Boys, hoy ya nada pueden hacer ante la avalancha de marketing de la nueva industria musical chilena que exacerba la droga, las armas, el machismo, el materialismo y el éxito individual por sobre el colectivo.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.