Por: Alejandro Goldstein. Socio Director de OLIVIA
Dejar el escritorio de la oficina y reemplazarlo por un espacio de home office no es un cambio cultural, sino una variación geográfica del lugar de trabajo. Un verdadero cambio de cultura organizacional no tiene que ver con dónde se trabaja sino cómo se trabaja, para qué se trabaja y cómo se enfrenta esa labor.
Es el valor agregado del trabajo, eso que motiva a cada colaborador a sentarse frente a la pantalla cada mañana y comprometerse personalmente con los objetivos de la empresa.
Este cambio hacia un modelo digital, innovador, inclusivo y sostenible no se logra con una mirada tradicional sobre el proceso de cambio. Los objetivos son distintos, por lo que el camino y los recursos a disposición también deben serlo, si no se genera un desencuentro entre la expectativa y el resultado real y el fracaso del cambio cultural.
Por lo tanto, el cambio cultural empieza con un concepto diferente, una visión holística que englobe no solo a los procesos y la estructura organizacional, sino también y principalmente a los equipos de trabajo y a las personas.
Luego, los primeros en adoptar el cambio deben estar en el nivel gerencial, liderando con el ejemplo transversal a toda la organización. De a poco, se irá reordenando la dinámica de la empresa, en torno a una nueva mentalidad y manera de concebir las ideas entre los colaboradores, cómo apreciar de otra forma sus capacidades y modificar sus comportamientos.
Nadie dijo que sería fácil, pero con el compromiso desde arriba se lleva mucho mejor.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.