Por: Daniel Vercelli Baladrón. Socio y Managing Partner de Manuia
Es imposible que la invasión rusa en Ucrania deje a alguien indiferente. Las imágenes de ciudades devastadas por los bombardeos y el casi millón de ucranianos que han debido abandonar sus hogares (y contando) exige que todos, desde nuestro rango de acción, aportemos para colaborar con las víctimas.
Grandes empresas y multinacionales de todo el mundo reaccionaron rápido en sancionar económicamente a Rusia. Algunos ejemplos: Ruptura de relaciones comerciales (red de bancos SWIFT); cierre de servicios (Paypal); suspensión de operaciones en el país (Mastercard, Visa); suspensión de ventas de productos (Microsoft); interrupciones de ventas en retail (Ikea, H&M), cierre de oficinas (Spotify), exclusión en el lanzamiento de nuevos contenidos (Disney, Sony), cese de operaciones de Coca-Cola, Starbucks y Heineken, etc.
La lista de compañías es extensa y ha seguido aumentando con el paso de los días, pero más allá de las medidas en sí, es interesante profundizar en las razones por la que están haciendo esto.
En primer lugar, el sector privado está comprendiendo que el antiguo modelo donde las empresas solían estar encerradas en sí mismas, tratando 24/7 temas que se limitaban únicamente al trabajo y a la operatividad diaria, resulta completamente obsoleto en un mundo globalizado donde las acciones locales generan efectos de amplio alcance, y donde en sentido contrario fenómenos globales pueden generar disrupciones locales. Además de la guerra, fenómenos como la crisis climática, la sequía, la pandemia de COVID-19, o desafíos como la economía circular, la sustentabilidad y el impacto social de la actividad privada se han vuelto en causas que se deben enfrentar con esfuerzos colaborativos y solidarios.
En segundo lugar, organismos como el Pacto Global de Naciones Unidas han hecho diversos llamados a los líderes empresariales de todo el mundo a repensar la forma tradicional de hacer negocios y utilizar sus posiciones de liderazgo para acelerar los cambios positivos. Cada vez más empresas están incorporando dentro de sus estrategias los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, y es precisamente en el ámbito social donde se encuentran los aspectos de impacto en las comunidades locales, la salud y el bienestar de las personas.
Ser consistente con la adhesión a esos criterios y objetivos plantea a los ejecutivos preguntas que algunos años atrás no estaban presentes y hoy los hacen tomar decisiones que en otro momento no habrían sido las más obvias. Resulta evidente que contribuir a un desarrollo sostenible está reñido con algunas formas de hacer negocios y, entre ellas, la actividad relacionada a un país en abierto conflicto bélico y que está atentando contra la vida y los derechos más básicos de la población de otro país, no es fácilmente aceptable desde la perspectiva social.
Si tras la invasión a Ucrania países como Finlandia, Suecia y Suiza abandonaron su característica neutralidad para condenar los ataques, cómo no lo vamos a hacer también quienes trabajamos en el mundo privado y estamos a diario en contacto con personas, familias, amigos y colaboradores que se ven afectados por lo que está sucediendo.
Las guerras generalmente dejan como consecuencia una estela de muerte, dolor y pobreza; y confío en que a corto plazo las empresas de todo el mundo trabajen -a la par de las sanciones económicas-, en la promoción de las tecnologías e inversiones que estén en el lado de las soluciones desde el punto de vista medioambiental.
Personas, empresas y gobiernos han demostrado en la práctica que cuando se unen en torno a un objetivo en común, son capaces de cambiar el mundo. La crisis que hoy se vive en Ucrania es también una oportunidad para que las empresas puedan desplegar un rol social más activo, sustentable y acorde a los nuevos tiempos.
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