Por: Manuel Baquedano M. Presidente del Instituto de Ecología Política
Todos sabemos que existe una guerra en Europa que fue originada por la invasión de Rusia a Ucrania. También sabemos que Rusia es la segunda potencia nuclear y que una confrontación con Estados Unidos haría desaparecer buena parte de nuestra civilización (y que eventualmente los sobrevivientes de este enfrentamiento, dónde sea que se encuentren, tendrán que asumir condiciones de vida catastróficas).
Han pasado siete meses y aún no se vislumbra el final de la guerra. Al contrario, en estos días la historia parece volver a repetirse. Hace exactamente 60 años (en octubre de 1962) tuvo lugar una crisis nuclear entre estos mismos países, Rusia y Estados Unidos, ambas potencias nucleares. En aquel momento se trataba de una “guerra fría”.
En cambio, hoy tenemos el agravante de estar viviendo una guerra real (caliente) que en estos días podría incrementar su tensión si Rusia reconoce de forma oficial la anexión de los territorios conquistados a Ucrania. En este escenario, debemos recordar que Putin siempre ha dicho que un ataque a su territorio (ahora también estarían incluidos los anexados) sería inaceptable y que respondería con armamento nuclear.
Es sabido que nuestro país está alineado con Ucrania y si bien es remota la posibilidad de que nos llegue un misil nuclear por este motivo, sí hemos perdido la posibilidad de ser parte de la solución del conflicto impulsando, junto a otros países latinoamericanos, una política de neutralidad activa que permitiera facilitar un clima de diálogo y de negociación.
El Estado chileno o, mejor dicho, la élite que nos gobierna (el Presidente, el Parlamento, las fuerzas armadas, los empresarios, las universidades, los medios de comunicación, entre otros) han preferido mantener a la población aislada de la guerra. Sólo conocemos en forma de propaganda la versión de los acontecimientos que comparten los países de occidente seguidores de Estados Unidos. Vivimos en una burbuja social y esta guerra se ha transformado en un tabú para nuestros compatriotas. Si alguien hace alguna pregunta, recibirá como respuesta: “todo está bien y en calma”. Sin embargo, lo cierto es que ahora estamos casi al borde de una guerra nuclear y, en caso de que suceda, los ciudadanos que habitamos este territorio no sabremos qué hacer ni cómo protegernos.
En algunos países europeos y en algunas regiones de Suiza ya están repartiendo pastillas o gotas de yodo como una forma de proteger la glándula tiroides, el lugar de nuestro cuerpo en donde se concentra la radiación. En Chile no existe stock ni forma oficial de adquirir un producto similar pues su fórmula fue retirada del formulario nacional, el mismo que autoriza los preparados que pueden hacer los químicos farmacéuticos. Por esta razón, las pastillas o las gotas de yodo no pueden venderse. Al mismo tiempo, la población no puede acceder a instrumentos que permitan detectar radiaciones. Estos pequeños instrumentos, en otros lugares del mundo, se consiguen en el mercado y tienen un costo cercano a los 200 dólares.
En relación a la amenaza nuclear, en marzo de este año, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, declaró: “Lo que era impensable ahora es posible”. Sin embargo, en Chile no estamos preparados en lo más mínimo. Aunque sean pocas las probabilidades de que ocurra una confrontación global, la amenaza nuclear también afectaría a nuestro país y, al igual que la amenaza climática, es deber del Estado protegernos pues en este caso está amenazada la seguridad nacional misma.
En mi escritorio de trabajo tengo una réplica del premio Nobel de la Paz que el equipo del Instituto de Ecología Política de Chile ganó en el año 2017. En aquel entonces, el Instituto formaba parte de una red ciudadana internacional que luchaba por la “desnuclearización del planeta”. Este año, en 2022, las negociaciones desarrolladas en Ginebra con el objetivo de limitar las armas nucleares fracasaron como si se tratara de un preludio de lo que está por venir. Esto significa un enorme retroceso de la humanidad debido a que nos puede llevar a la extinción mucho antes que la crisis climática.
En estos días me embarga un sentimiento de frustración. Y al mismo tiempo, este sentimiento reafirma mi compromiso de luchar por un tratado que elimine la energía nuclear de potencia, las armas nucleares y las plantas nucleares en su conjunto. Los seres humanos no estamos lo suficientemente maduros y preparados para utilizarla. Es por esto que insisto: “Energía nuclear: no, gracias”.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.