Por: Vania Varetto. Directora de Marketing en Latinoamérica de Coding Dojo
Ciertos datos sobre la brecha que existe entre hombres y mujeres en el ámbito STEM aparecen repetidamente en los medios: que en Chile solo un 30% de las mujeres participa del mercado laboral de ciencias y tecnología o que solo un 28% se matricula en ingenierías.
El problema es global; en América Latina, un quinto de los cargos en industrias o áreas de TI son ocupados por mujeres, mientras en Estados Unidos, polo del desarrollo tecnológico, no superan el 25%.
En Chile se da la siguiente paradoja: el déficit de programadores llega a más de 6 mil puestos vacantes al año, mientras el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) indica que 4.2 millones de mujeres no buscan trabajo remunerado, de las cuales el 65% no lo hace por “responsabilidades familiares o permanentes”.
De nuevo, estadísticas cuya relación parece evidente: existe una necesidad de profesionales indispensables para el crecimiento económico, que, además, tienen la ventaja de conciliar mejor la vida laboral con la vida personal (un 61% de las empresas ofrece 100% teletrabajo en sus áreas TI y casi un 90%, al menos, permite alternativas híbridas). Aun así, la brecha particular de mujeres en STEM se cierra a pasos inexplicablemente lentos.
Quizás estamos abordando la brecha desde una perspectiva insuficiente.
¿Qué ocurriría si invertimos la lógica y comenzamos a preocuparnos por la falta de hombres en labores de cuidado personal, en carreras históricamente dominadas por mujeres? ¿Estaríamos generando iniciativas para combatir la brecha, por ejemplo, en enfermería, cuya participación masculina a nivel global apenas llega al 20%? Quizás, para que más mujeres se convenzan de entrar a roles profesionales dominadas por hombres, es necesario también que más hombres se distribuyan en esas profesiones que son asociadas con las mujeres. Es difícil tener una participación de género equitativa en el mercado laboral, si no es rompiendo con ideas preconcebidas en torno a supuestas habilidades relativas al género.
No basta con esfuerzos de visibilización o discursos en favor de la inclusión: se requieren acciones que modifiquen los estereotipos culturales que funcionan todavía a nivel inconsciente y que generan temor, o, al menos, una suerte de preconcepción relativa a que para desenvolverse cómodamente en un área de ciencias o tecnología, las mujeres deben sacrificar parte de su vida personal.
La infrarrepresentación es un tema a enmendar. Según un estudio de la consultora LLYC, que durante un año analizó más de 11 millones de mensajes en Twitter relativos a 360 hombres y 360 mujeres referentes del ámbito público en 12 países de Latinoamérica, apenas un 25% de los mensajes se refieren a ellas, pese a encontrarse en igual posición que ellos. Además, casi en todos los casos, las referencias a estas líderes incluyen componentes de índole personal, vida familiar u otros factores que anulan su aporte práctico a la sociedad.
¿Cómo esperamos que niñas y mujeres opten por carreras rentables, con alta participación de mercado, si todavía cuentan con tan pocos referentes pares? ¿Si son vistas continuamente como una estadística pesimista, más que como personas con quienes nuestra sociedad tiene una deuda?
Otra forma de infrarrepresentación se da en los espacios de trabajo; es imperativo generar ambientes seguros; flexibilizar el reclutamiento, generar buenas prácticas en los equipos de trabajo; invertir en programas educativos que desde la infancia enfaticen la importancia de los aprendizajes STEM y las alternativas laborales que ofrecen en el futuro.
Expandir los roles (o derribar estereotipos) seguramente tendría un impacto mucho más significativo en que más mujeres puedan apropiarse culturalmente de las áreas STEM, y que de esa forma las estadísticas que vemos cada mes sobre brecha de género, efectivamente, mejoren.
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