Por: Daniel Tricarico. CEO de IMPACTLATAM
El fin de año es una época crucial para dilucidar los planes de lo que viene. Muchos jóvenes definen su futuro universitario, mientras que otros tantos se inscribieron en las becas del FUAS (Formulario Único de Acreditación Socioeconómica) con el sueño de que un resultado favorable les permita continuar sus estudios.
Más allá del debate sobre el sistema de educación superior en Chile, hay un dato clave de cara al futuro: más del 75% de los alumnos de entre 14 y 18 años egresa del secundario y de esos, tan sólo el 60% continúa sus estudios, según el especialista Cristián Cox.
En un contexto en el que el desempleo no logra reducirse a los niveles prepandemia y alcanza a casi el 8% de los chilenos, garantizar la capacitación de las próximas generaciones para el mercado laboral debería ser una preocupación diaria. En ese sentido, la tecnología es un sector clave: quienes desarrollen habilidades en torno a la temática tendrán una mayor facilidad para conseguir empleo. De hecho, es el área de conocimiento con mayor porcentaje de matriculados en 2022: 27,4%.
Según la consultora Michael Page, el 31% de las vacantes de empleo IT quedan sin cubrir por falta de profesionales y el diagnóstico global es todavía más contundente: Microsoft estima que, para 2025, habrá 150 millones de puestos abiertos vinculados a la tecnología en el mundo, de los cuales 10 millones corresponderán a Latinoamérica.
Así como la era digital generó una revolución laboral, también está sucediendo una revolución educativa que busca satisfacer esta demanda. En el mundo, cada vez son más los cursos intensivos de programación, denominados “bootcamps”, para capacitar en tres o seis meses y adquirir saberes específicos que son los mínimos básicos para el mercado laboral. Diseñado por especialistas que conocen la demanda de talento, el modelo podría ser un aliado de muchos jóvenes que quedan en la puerta del ingreso formal a la educación superior y esperan inserción y retornos rápidos sobre el tiempo involucrado. Lo comentado anteriormente, representa una alternativa y un complemento al sistema actual.
En 2018, el Banco Mundial hizo un informe de esta tendencia que empezaba a emerger y pronosticó: “La alta empleabilidad y las tasas de empleo en puestos tecnológicos de bajos ingresos (desarrolladores juniors, freelancers, etcétera) sugieren un potencial sin explotar de esta forma de capacitación rápida en habilidades tecnológicas”.
El fondo Kayyak, un venture capital chileno, invirtió en serie A de 10 millones de dólares por una edtech -una academia digital argentina-, llamada Henry. El modelo que ofrece a los alumnos es de un enorme potencial de este lado de la Cordillera: el curso recién se abona una vez que consiguen un empleo fijo y formal.
Los fundadores de Guayerd, a quienes conocí en la aceleradora de IMPACTLATAM, lo vivieron en primera persona: desarrollaban software y notaron el déficit de talento, por lo tanto, después de más de diez años de ofrecer soluciones a su modelo de negocios le sumaron una academia de programación especialmente enfocada en personas en contextos vulnerables. Llevan más de seis años de experiencia y en el último tiempo con las clases remotas buscan ampliarlo a toda Latinoamérica.
El caso de Komuny es otra muestra de cómo está impactando este modelo educativo. Se trata de la primera red social y académica enfocada en docentes que busca capacitar a los educadores en las habilidades necesarias para la educación del futuro.
En un contexto cambiante, donde muchas organizaciones buscan soluciones a través de la tecnología también es una oportunidad para que los talentos encuentren su propio camino en esta área del conocimiento. En universidades o academias aceleradas, presencial o virtual, el desafío es ampliar las oportunidades para reducir la brecha educacional. Este objetivo impulsará el cambio a través del foco en impacto económico, social y ambiental en Latinoamérica.
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