Por: Cecilia Navarro. Psicóloga de Clínica Colonial
Entendidos como aquellos patrones de pensamiento y de conducta que alteran el funcionamiento emocional de una persona y su equilibrio psicológico, los trastornos emocionales se identifican por un conjunto de síntomas físicos, emocionales, conductuales y cognitivos.
Al ser persistentes en el tiempo, pueden modificar significativamente la calidad de vida y el bienestar emocional de la persona, afectando negativamente su desarrollo y deteriorando su vida social, laboral y familiar.
Las causas que gatillan la sintomatología de esta clase de alteración son variadas y van a depender de la vivencia de cada individuo en particular, siendo el rol del terapeuta indagar para descubrirlas junto a su paciente.
Asimismo, existen síntomas que son transversales y que podrían indicar que una persona está padeciendo un trastorno emocional. Por ejemplo, fuertes oscilaciones entre distintos estados emocionales, cambios radicales de humor, irritabilidad, ansiedad o depresión que puede durar horas e incluso días. Otras manifestaciones son la angustia difusa y desbordante, preocupación diaria constante, dificultad para concentrarse, sentimientos de tristeza o desánimo, pensamientos confusos, y alejamiento de amistades.
Al respecto, hay varios tipos de trastornos emocionales, siendo los más comunes y relevantes los conocidos como Trastornos del Ánimo, dentro de los cuales están el trastorno Depresivo, Bipolar, de Ansiedad generalizada, Obsesivo Compulsivo (TOC) y los Alimentarios (Bulimia, Anorexia, etc.).
El tratamiento de los trastornos emocionales va a depender del tipo y la intensidad de la sintomatología y el deterioro de la calidad de vida de la persona. Es decir, de qué tan limitada se encuentra su experiencia a partir del trastorno.
En los primeros meses, iniciando el tratamiento se trabaja paralelamente con el psiquiatra para estabilizar, junto con medicación, aquellos síntomas más desbordantes y limitantes para la persona. Al comenzar y en paralelo a las intervenciones psiquiátricas, la terapia psicológica se centra en técnicas cognitivo-conductuales, para poder hacer una reestructuración cognitiva, aumentando la sensación de control del paciente. Se utilizan tareas cuyo objetivo es enfocar a la persona en sus conductas prácticas y desde ahí poder llevarla a acceder a sus creencias y pensamientos limitantes, para finalmente resignificarlos a partir de los resultados de su propia experiencia.
De esta manera, la persona empieza a tener más control y claridad respecto a aquellos pensamientos y creencias limitantes, que no tenían sustento en su realidad tangible y concreta. Y que están en la base del trastorno ansioso.
Una vez que la persona, a través de la ayuda terapéutica, ha podido acceder conscientemente a sus creencias y pensamientos limitantes y modificarlos por unos más adaptativos, se recomienda introducir a la terapia técnicas de “aceptación y compromiso” para que la paciente pueda ir de a poco aceptando emociones desagradables, observar sus pensamientos, practicar meditación, escuchar las señales de su cuerpo y reconstruir su jerarquía de valores.
En definitiva, ir aceptando y normalizando el malestar o aquellas emociones difusas desagradables, que antes tendía a evitar o reprimir. De esta manera irá destruyendo y resignificando las creencias limitantes que están en la base del trastorno.
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