Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política
El surgimiento de autoritarismos de nuevo tipo como Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil y muchos otros más en el mundo, puede entenderse como el establecimiento de un nuevo eje de la política que es producto de estar viviendo por encima de los límites biogeológicos del Planeta. El nuevo eje político se propone generar gobernancia en un contexto inédito, signado por una sociedad de consumo que rebasó los límites naturales del Planeta y por la desigual distribución de los recursos naturales que se vuelven, al mismo tiempo, cada vez más escasos.
Es por eso que podemos encontrar países (y ciudadanos) que desean mantener o alcanzar un alto bienestar material de vida aunque ello implique apropiarse de una cantidad de recursos muy superior a la que les correspondería si existiera una distribución más justa entre todos los seres humanos. Estos ciudadanos apoyan, de forma consciente o no, la necesidad de contar con un “espacio vital” que supere sus propias fronteras. Hoy en día ese espacio vital se alcanza a través del comercio pero también podría lograrse o mantenerse por medio de guerras.
Al espacio vital lo definimos como lo hizo el biólogo alemán Friedrich Ratzel -como el espacio necesario para atender las necesidades de la población- y estas necesidades no se limitan a las fundamentales sino que también son económicas, culturales y sociales. En este punto, ya todos sabemos qué ocurrió cuando Alemania concluyó que su espacio vital era mayor que su territorio. Sin embargo, en aquel tiempo, era un Estado el que buscaba expandir su espacio vital. En la actualidad, son los sectores sociales dominantes los que pretenden asegurarse.
Para ilustrar este punto podemos tomar como ejemplo el caso de Bolsonaro en Brasil. Este país es el sexto más contaminante del mundo en cuanto a las emisiones de CO2 y 2/3 de esas emisiones se producen por la deforestación y la industria ganadera. El consumo de carne que hace el mundo desarrollado se sostiene de forma creciente gracias a la producción de Brasil y el nuevo mandatario ya ha prometido aumentarla aún más con la desregulación de diversas normas que lo obstaculizan y entregándole al gremio agrícola un nuevo ministerio surgido de la fusión del Ministerio de Medio Ambiente y el de Agricultura. A partir de ahora, en Brasil, donde está ubicado el pulmón verde del Planeta -la Amazonía-, la gestión del medio ambiente pasará a estar controlada por los gremios de la agricultura de exportación.
Caracterizar a estos nuevos regímenes con antiguas categorías de análisis como si fueran regresiones al fascismo o nazismo del siglo pasado, es –desde nuestro punto de vista- no entender el momento histórico que estamos viviendo. En el caso de Brasil, por más que uno reconozca ciertas ideas y planteamientos fascista del grupo dirigente y de su líder, nos cuesta creer que los 57 millones de votos que obtuvo el nuevo gobierno pertenezcan a esa ideología.
Nuestro análisis apunta más bien a que ante la crisis global y la incapacidad de resolverla por parte de los azules (neoliberales) y los rojos (capitalismo de Estado), se están imponiendo los pardos (neoliberales autoritarios) con la lógica del escenario “Sálvese quien pueda”. Ellos han concluido que la obtención de recursos naturales ya no puede hacerse sólo bajo la forma convencional sino que hay que hacerla como sea, incluida la guerra interna o externa. En este punto, como es de imaginar, los pueblos que viven y resguardan la Amazonía corren serio peligro.
El eje político del siglo XX compuesto por azules de derecha por un lado y rojos de izquierda por el otro, sirvió para explicar los conflictos internos de las sociedades y su desarrollo pues ambos polos consideraban que el crecimiento de la producción de las mercancías podía ser infinito y no previeron que la explotación de la naturaleza iba a transformarse en un factor limitante del crecimiento como efectivamente ocurrió (y lo cierto es que cuando comenzaron a darse cuenta de este límite ya era demasiado tarde).
Las negociaciones sobre el Cambio Climático promovidas por la ONU han sido el intento más serio para abordar este problema en forma conjunta por la comunidad de naciones pero al tratarse de acuerdos voluntarios no existe sanción para quienes los incumplan. En 2015 cuando se firmó el acuerdo, la escena política internacional estaba dominada por las ideas socialdemócratas (los rosados dentro de los rojos) que impusieron un escenario internacional de cooperación frente al Cambio Climático y otros problemas globales. Este escenario hoy ya no existe; ha sido reemplazado por la competencia y el individualismo extremo propio de la hegemonía neoliberal que prevalece.
Si el problema del agujero de la capa de ozono pudo enfrentarse con éxito fue en gran parte porque se firmó un tratado internacional obligatorio para todos los países. Sin embargo, en el caso del acuerdo voluntario firmado en París, no es de extrañar que en la actualidad sólo 16 países de los 197 lo estén cumpliendo.
El real dilema de nuestra especie humana (países, regiones, ciudadanos) es cómo enfrentar la crisis civilizatoria terminal en curso ya sea imponiendo la lógica de la defensa del espacio vital de unos pocos o actuando para reducir de forma colaborativa y equitativamente la huella ecológica de las grandes mayorías.
Como señaló recientemente la comunidad científica organizada en el IPCC –que representa a los países nucleados en la ONU- si la humanidad no estabiliza la temperatura en un 1.5 grados por encima de lo normal (hoy el aumento ya es de 1.2 grados), se pierde la capacidad de controlar el clima y el mundo entra a un punto de no retorno. Mientras los científicos han recomendado “hacer cambios sustanciales sin precedentes”, no pareciera existir real voluntad económica y política por parte de la elite que gobierna el mundo para revertir la situación.
Entonces, el futuro será pardo o verde según el sector que predomine. Desde nuestro punto de vista, urge desarrollar el polo verde de la vida en el que personas, pueblos, regiones y países enfrenten la crisis reduciendo significativamente su huella ecológica y aceptando como deseable vivir bien con muchas menos mercancías que las que nos ofrece la sociedad de consumo.
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