Por: Rodrigo Loyola Morenilla. Alcalde de Huasco, Región de Atacama
Mi nombre es Rodrigo, soy el alcalde de Huasco. Escribo desde el norte, porque Huasco queda por ahí, entre Caldera y Los Vilos, un pueblo pequeñito y costero, adornado por olivas y hollines industriales. Pese a esto último, es bonito Huasco y no lo cambiaría por Talca, Paris ni Londres.
Escribo desde una tierra como tantas otras, una que sobrevive al abandono y que ha soportado sobre sus hombros, en nombre del progreso del país, las más feroces externalidades de la gran industria minera y energética. Hablo de una zona de gente esforzada, indócil y valiente, gente que ha llegado a expulsar bajo los fuegos de Tatara, a los más nauseabundos invasores, esos que llegaron armados de cerdos sin diamantes.
Escribo desde el Huasco, pero podría ser cualquier pueblo abandonado a su suerte, podría ser Ventanas, Puchuncaví o Tocopilla, podría ser el paraíso de nuestros antepasados, pero es lo que nos dejaron ustedes, los del centro, los “campeones”, como el Ministro, los que nos dicen que “a problemas locales soluciones locales”, bingos, completadas, colectas, y platos únicos bailables.
Y así, seguimos esperando, como esperamos desde el terremoto del bicentenario, que reconstruyan nuestro Hospital fuera de la zona de inundación. No crea Señor Ministro que solo llevamos esperando ocho años de brazos cruzados, pues si bien no hemos hecho aun ningún bingo, desde nuestro Municipio pobre le regalamos al Ministerio de Salud, uno de nuestros escasos terrenos. El premio otra vez se lo ganaron ustedes, y nosotros seguimos a la espera.
Otro gallo canta eso sí, cuando de problemas nacionales se trata. Ante el puro asomo, la más tibia sospecha del temido apagón energético, ante la necesidad de picotear más minerales y extraer hasta la última gota de agua de nuestras reservas, nos exigen, sin empacho ni rubor en las mejillas, que hagamos sacrificios locales, porque el progreso de Chile no se detiene por los problemas ambientales, porque a nuestros gobernantes no les ha parecido justo que una minoría local, tenga un derecho de veto sobre el resto del país. Esto último, siendo justos, no lo ha dicho el Ministro Varela, sino que fueron Presidentes de Chile cuyo pensamiento político es muy cercano al mío. El centralismo agobiante es un problema transversal.
Porque digamos las cosas como son, para un desayuno de hijo de Ministro, digno de “campeones” en el Santiago de Chile, camino a la Cordillera junto al sauce que llora y que llora, para disfrutar de ese desayuno con huevos y tocino, nosotros los provincianos somos indefectiblemente el puerco, ustedes, señores de la capital, son la gallina. Y todos sabemos cómo termina esa historia.
A los alcaldes de pueblo no nos extrañan las declaraciones del Ministro de Educación, BINGO!!; porque reflejan una realidad que constatamos a diario, en nuestra crónica procesión a subsecretarías y palacios, cuando recorremos ministerios entre genuflexiones y besamanos, como exige la necesidad de nuestros pueblos, cuando nos inventan empresas a cambio de empleo local, cuando nos saturan el aire o nos arrojan los relaves marinos en las playas donde nuestros niños mojan sus pies jugando, en su inocencia, a construir esos castillos de arena, tan sólidos como las eternas promesas de una verdadera descentralización y un reparto justo de la riqueza nacional.
Escribo desde ese pueblo que soporta la industria con sus chimeneas y sus vapores, con sus relaves y tuberías, mientras el dinero que ellas producen, arroja unas migajas y se va. Porque fíjense ustedes, los impuestos de la industria cuyas instalaciones contaminan a nuestros pueblos, también van a parar al centro más hambriento del Estado, y luego se nos devuelve en forma de “Fondo Concursable”, llámese FNDR, FRIL u otros bingos que con nuestros vecinos debemos obtener en una competencia antropofágica y edilicia.
Todos tenemos que hacer un esfuerzo, dijo el Ministro, como si los Municipios de pueblo, pobres pero honrados, no se hubieran hecho cargo de tanto con tan poco y durante tanto tiempo.
¿Y dónde está el esfuerzo del Estado a nivel Central? ¿Por qué se tardaron, por ejemplo, tres lustros en dictar planes ambientales después de saturar de contaminación a nuestro pueblo? ¿Y dónde están los privados que no necesitan de Bingos para sortear los problemas? ¿Solo cuentan el dinero en sus oficinas centrales? ¿Por qué sus gerentes no viven con nosotros aquí en el pueblito? ¿Será porque no tenemos cancha de polo, cines, médicos ni colegios decentes? ¿Por qué mejor no construyen colegios lindos, de esos bilingües y que no se llueven, para que sus hijos y los nuestros aprendan a conocerse, a jugar, a darse cuenta que todos estamos hechos de piel y huesos? ¿Por qué pagan sus patentes por allá, en Municipios ricos que no lo necesitan, donde no contaminan a nadie? Y así podríamos seguir con miles y miles de porqués y preguntas todas de cajón.
Y yo me pregunto, dijo el Ministro, ¿por qué no hacen un Bingo?
Y yo me pregunto, ¿por qué no nos devuelven la mano? ¿Por qué no nos entregan lo mismo que les damos, nosotros los que tanto soportamos en silencio, el precio del progreso que ustedes dan por sentado allá en Santiago, con cines, teatros, autopistas, colegios, universidades, clínicas y hospitales? Ese progreso que disfrutan sin darse cuenta, suspirando desde un palco en La Moneda o en las alturas de Sanhattan, bebiendo sus capuchinos de auténtico tostado italiano y diseñando realidades virtuales para personas reales que imaginan como una postal costumbrista y tan simpática como una imagen de Rugendas.
Sépanlo allá en el centro. A los provincianos no nos duele lo que dijo el Ministro, ya no, ya hemos escuchado declaraciones de intenciones mucho mejores y políticas concretas bastante peores. Esa desconexión sideral no es nada nuevo bajo el sol para nosotros, pero ha sido útil para que todos puedan constatar el maltrato naturalizado que existe sobre las regiones. Reflejan las palabras del Ministro, de manera diáfana e incómoda, el centralismo voraz de quienes tienen tanto, pero tanto tanto, y aún así, parecen no comprender nada.
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