Por: Víctor Bórquez N. Periodista y escritor
Desde siempre, el género de la ciencia ficción es uno de los mejores medios para referirse a cuestiones fundamentales del ser humano. Basta con recordar piezas monumentales como la inabarcable “2001, Odisea del Espacio” (1968), de Stanley Kubrick o la enigmática “Solaris”, del maestro Andrei Tarkovski (1971), pasando por otros grandes títulos que ha entregado el cine reciente.
Esto ocurre porque la ciencia ficción resulta ideal para indagar en cuestiones esenciales que se resumen en las tres grandes interrogantes que han tratado de resolver las diferentes culturas: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? De esta manera, se trata de un género que sirve para formular preguntas, aunque no haya respuestas o certezas para ellas.
En “Ad Astra: Hacia las estrellas” (Estados Unidos, 2019), se recalca ese viejo deseo del ser humano por tratar de alcanzar el conocimiento más allá de nuestros límites, oponer la insignificancia del hombre frente a la vastedad del cosmos y de cómo a través de esa extrañeza ante lo monumental del infinito, la Humanidad pretende entender el sentido de la vida y de nuestra propia identidad como terrícolas.
Se trata entonces de un filme a contrapelo dentro de la industria de las superproducciones, donde el espectador descubre desde los primeros minutos que al realizador le interesa reflexionar, dejarse llevar por un ritmo reflexivo que privilegia los silencios, los estados anímicos y el cada vez más fuerte anhelo por encontrar la figura paterna.
El director James Gray (The Inmigrant, Z: La ciudad perdida), se caracteriza por hacer un cine que busca siempre abarcar historias basadas en la complejidad de las relaciones humanas, ya sean amorosas o familiares, donde cada uno de sus personajes siempre está herido, incompleto, tratando de cuestionar su propia existencia.
Así, el protagonista de este filme, el cosmonauta Roy McBride (notable trabajo interpretativo de Brad Pitt en el mejor momento de su carrera actoral) es incapaz de encontrar su lugar en la Tierra, pierde a los seres que ama y busca, incansablemente, respuestas que parecen estar más allá de las estrellas, en una expedición famosa denominada Lima, donde un día se perdió su padre.
Si queremos ahondar en la profundidad de su propuesta temática, ‘Ad Astra’ puede ser considerado un viaje cósmico de resonancias mitológicas: remite de manera directa al doloroso abandono de Telémaco por parte de su padre Odiseo.
Pero hay otras referencias interesantes: hay una vinculación con “El corazón de las tinieblas”, del autor Joseph Conrad, de 1899, porque como sucedía en aquella novela, el protagonista debe viajar desde la luz a la oscuridad, de lo físico a lo abstracto, para descubrir que el hombre que busca se ha transformado en un ser vacío de sentimientos, desnaturalizado, megalómano, incapaz de entender el peso de su propia destrucción.
Resulta asombroso cómo el director Gray logra equilibrar lo que pudo ser una aparatosa maquinaria de efectos especiales, en una película profundamente intimista, delicada, susurrada por el protagonista, a medida que se acerca más y más a Neptuno, donde al parecer se encuentra su padre, en una odisea espacial que él no alcanza a dimensionar.
‘Ad Astra’ habla de la soledad, de la incomunicación, del reencuentro con uno mismo y valorar aquello que tenemos delante de nuestra vista, en un planeta –la Tierra- que hace rato se ha convertido en un lugar lejano y extraño para estos seres que están desperdigados en la Luna, en los túneles de Marte o en elaboradas estaciones espaciales.
El filme pretende referirse a la denominada Paradoja de Fermi, esto es, ¿por qué el silencio si la vida extraterrestre es abundante? Pareciera que la respuesta es simple y contundente: porque no sabemos comunicarnos con esa inteligencia que acecha en el universo, algo que el director Denis Villeneuve desarrolló de manera poética en “La llegada” (2016). Ante esta situación, si no podemos comunicarnos con ellos, y no podemos llegar a ellos en nuestra vida, entonces, ¿de qué sirve tratar de llegar a ellos?
A destacar: la imagen de un futuro en que los viajes a la Luna son normales y el satélite se ha convertido en una suerte de tierra de nadie (mall incluido), la visualización de Marte, casi fantasmal y el acercamiento a Neptuno en donde se concentra el encuentro tan esperado del hijo con su padre.
El filme parte del dato que parte de la Tierra está colapsando por constantes explosiones que parecen provenir de Neptuno y se teme que el padre del protagonista, Clifford McBride (Tommy Lee Jones), tenga directa participación de este cataclismo que se avecina.
Muchos podrán preguntarse (y con razón) que es en realidad este filme: ¿un delicado trabajo autoral? ¿Una aventura inter intergaláctica estilo Hollywood? ¿O acaso un potente drama de la búsqueda del padre, tratando de superar la soledad existencial que consume al protagonista?
Estamos en el tiempo en que ciertos géneros -la ciencia ficción, ahora, muy pronto el cine de superhéroes con “Guasón”- están siendo transformados por directores sensibles que, usando su envase, sus características superficiales, los utilizan para referirse a temas que siempre han sido sus preocupaciones como autores de la nueva generación.
En este contexto, “Ad Astra: Hacia las estrellas” es un fascinante viaje espacial, una odisea intimista y un estupendo trabajo de caligrafía fílmica que estará entre las grandes piezas de este año.
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