Por: Víctor Bórquez Núñez. Periodista y Escritor
Este filme bucea (e imagina) los principales acontecimientos que jalonaron la vida de uno de los vicepresidentes más extraños que ha tenido la historia política moderna de los Estados Unidos: Dick Cheney, interpretado de manera magistral por un irreconocible Christian Bale, quien sufrió una transformación física impresionante para encarnar a este singular personaje que bien podría ser el padre del protagonista de la serie “House of Cards”, por su maléfico empleo del poder en medio de las sombras.
La película emplea un sentido del humor cáustico para adentrarse en los primeros años de la existencia de Cheney, desde que era un estudiante de Yale mediocre, ebrio y pendenciero hasta cuando asume la decisión radical de cambiar su personalidad por completo, con el único objetivo de entrar a la política de su país.
La crítica corre a partir de la descripción que hace el director Adam McKay del mundo político estadounidense, caracterizado en esa época (y tal vez hoy) por ser un ambiente machista, egoísta y falto de ética, donde tipos poderosos se burlan y bromean sobre temas que significan dolor, muerte y guerras cruentas para el resto del planeta.
De este modo, el espectador debe enganchar con un humor que emplea recursos de la parodia y el absurdo -incluyendo un corte en medio del metraje para anticipar el final e incluir el reparto- para poder acercarse al ámbito que describe el filme: acá no hay grandes líderes, no hay solemnidad ni existen héroes. Es gente miserable que ha llegado a detentar tal poder que se creen dioses, especialmente en el tema de las guerras que parten con Vietnam y prosiguen en una escalada ascendente hasta llegar a la tragedia del Medio Oriente, Irak y los ataques concertados en contra de Afganistán y los alrededores.
Gran parte de la película descansa en el actor Christian Bale, quien cambió completamente su físico para interpretar a Cheney, engordando varios kilos, jugando con cambios específicos en su voz y en los guiños para llegar a ser un auténtico Dick Cheney. Esto le ha significado merecidas nominaciones a importantes premios de la industria del cine, incluyendo su nominación al Óscar de la Academia y su galardón en los Globos de Oro.
Otro elemento que aportan son las buenas actuaciones secundarias, con actores probados como Steve Carrel, Amy Adams, y la estupenda interpretación de Sam Rockwell como George W. Bush.
A estos méritos, se suma un guión de sólida factura, con diálogos precisos e irónicos, que dan cuenta de la madurez del director a la hora de trabajar un guion, tan elaborado como lo fue el de su película anterior “La gran apuesta”. En “El Vicepresidente” logra con inteligencia contar una historia fascinante, que a pesar de su innegable sentido del humor, crítica ácidamente sobre la podredumbre que rodea la política estadounidense.
Lo inquietante del guion es que muestra de manera brutal, cómo las ansias de poder de un hombre recaen dolorosamente en el resto del mundo, todo ello narrado con un estilo juguetón, provocativo y con brillantes demostraciones de humor negro.
“El vicepresidente” destaca por la capacidad de abarcar un largo período de la historia política estadounidense de modo cómico y crítico, a la vez que dibujar un perfil de un tipo inteligente como igualmente siniestro y develar cómo se pueden encadenar acontecimientos capaces de cambiar el curso de la historia.
Juega en contra de la película el hecho que la mayoría de los espectadores no son expertos en la política estadounidense, por lo que los acontecimientos que se describen resulten áridos o con demasiada información. No obstante, tiene un ritmo y un montaje ágil y muy atractivo que, unido a las actuaciones de lujo, hacen que sea un estreno indispensable esta temporada.
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