Por: Víctor Bórquez N. Periodista y escritor.
Un burdo italoamericano al borde de la quiebra, apodado Johnny Lip (Viggo Mortensen), debe asumir muy a su pesar el trabajo de conductor que le ofrece el Dr. Don Shirley (Mahershala Ali), un pianista afroamericano refinado y prestigioso.
Las diferencias entre ambos son más que evidentes: Tony Lip era el matón del club Copacabana, aunque él refiere a su labor como relaciones públicas. Debido al cierre por dos meses del local para ser refaccionado, se ve obligado por las necesidades económicas de aceptar el trabajo de chofer y así asegurar a su mujer y a sus dos hijos que viven junto a él en el Bronx. En tanto, Don Shirley es negro, culto, políglota y, pronto, sabremos que encierra algunos dolores que tienen directa relación con el entorno social que es racista y conservador.
Ambos deberán permanecer juntos durante dos meses, tiempo que dura la gira de conciertos del trío que lidera Don Shirley, la que se inicia en Manhattan y que incluye los conservadores estados del Sur de Estados Unidos, todo ello en el contexto de los años 60, época en que todavía el racismo y la discriminación están presentes en las normas sociales.
Antes de iniciar el periplo, Lip recibe un texto, “El Libro Verde” –de allí el título de la película-, donde se detallan los alojamientos de los estados sureños en los cuales pueden pasar la noche los ciudadanos negros. De este modo, teniendo presente el racismo y el peligro ambos hombres llevarán a cabo una road movie tradicional, propia del cine estadounidense, donde el espectador sabe qué pasará entre ambos, por lo que lo importante es el cómo se llevará a cabo el acercamiento entre dos personajes tan disímiles.
“Green Book” es una película del camino. Una especie de “Conduciendo a Miss Daisy” en clave masculina, donde se conoce el esquema: uno -el blanco- conduce y el otro -el negro- es conducido en lo que para ambos será el viaje de sus vidas. Por lo mismo, la película tiene todos los elementos característicos para agradar a los espectadores (algo conocido en Estados Unidos como crowd-pleasing (agradable al púbico), que no implica para nada una connotación negativa, sino una advertencia respecto del estilo con que el espectador se encontrará desde el inicio.
Dirigido por Peter Farrelly, el filme tiene una estructura narrativa clásica, donde muchos episodios son predecibles, aunque nadie puede desconocer que posee instantes de grata y genuina emoción y, lo más destacado, un par de actuaciones que son sencillamente magistrales y dignas de todo elogio.
Peter Farrelly formó un tándem con su hermano Robert Farrelly, siendo conocidos por sus escatológicas comedias, hoy consideradas clásicos del género como “Dos tontos muy tontos” (1994), “Loco por Mary” (1998), “Irene, yo y mi otro yo” (2000) o “Amor ciego” (2001).
En tanto, poseedor de una vasta e impecable trayectoria como intérprete (basta recordar su brillante trabajo para David Cronenberg en los filmes “Una historia violenta” (2005) y “Promesas del Este” (2007) o sus roles en películas que gracias a él se elevan del promedio como “Alatriste”, “Lejos del mundo” o “Hidalgo”, solo por nombrar algunas), el soberbio trabajo interpretativo de Viggo Mortensen en “Green Book” le significa no solo una completa transformación física -debió engordar 20 kilos para interpretar a Johnny Lip- sino que además cambiar por completo su acento y adoptar posturas y movimientos característicos de los italoamericanos.
La historia que narra el filme está basada en una historia real y ha sido aclamada por la prensa internacional y nominada a cinco importantes premios de la Academia de Hollywood, incluyendo mejor película, actor principal y de reparto. Y si bien la actuación de Mortensen es magistral, es probable que el Óscar lo obtenga un impecable Rami Malek (Bohemian Rhapsody) o Christian Bale (El vice). Pero ello no opaca los méritos sobrados del actor que soporta, en gran medida, el peso de un guion predecible y casi siempre encantador.
Este filme, entonces, merece ser visto y aplaudido por la capacidad histriónica de sus intérpretes, sobre todo Mortensen y por demostrarnos que, contra viento y marea, todavía existe cierta capacidad en Hollywood para armar relatos que sin ser demoledores o vanguardistas, se instalan con plena justicia en el corazón de los espectadores. Eso ya es digno de aplauso.
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