Por: Víctor Bórquez Núñez. Periodista y Escritor
El filme se resume en pocas líneas: Arkady, un ex líder de una revolución de algún lugar de lo que fuera la Unión Soviética busca con desesperación a su hermano Dimitri, a quien todos creen muerto hace años, para continuar una labor de dominio y sometimiento de su pueblo. Creyendo que se encuentra en algún lugar del estadio, se toma el recinto durante la semifinal europea de fútbol, justo cuando se juega un partido entre el Reino Unido y Rusia.
En ese sitio, con más de 35 mil espectadores, se encuentra el veterano ex militar de élite Mike Knox y su rebelde sobrina, tratando de hacer las paces con el pasado: ella perdió a su padre en combate en Afganistán y él fue su mejor amigo y se culpa por no haberlo podido salvar. El destino les da una oportunidad tremenda cuando se acerca la catástrofe: los terroristas han dispuesto una carga increíble de explosivo para volar a todos, como advertencia al mundo del poder de sus ideas.
La pregunta entonces resulta obvia: ¿Podrá el protagonista alcanzar a detener esta amenaza y atrapar a Arkady antes de que éste encuentre a Dimitri?
Sí, se trata de una película típica, hecha con molde, llena de lugares comunes inaceptables y con secuencias que, de tan increíbles, resultan graciosas en un filme que se supone es pura acción y suspenso. Pero esos excesos, paradójicamente, la hacen aceptable, el producto ideal para un domingo (tal vez funcionaría mejor en el televisor) sin mayores preocupaciones.
Los espectadores saben, desde el mismo título, de qué se trata el asunto y pueden, por lo tanto, acceder a una hora y media de persecuciones y arengas de todo tipo en pro de los valores y la valentía. Y como se trata de un filme hecho a la medida, acá no interesa para nada el contexto, las razones, la base argumental que dé solidez al tema. Solo importa la acción en sí misma y en eso no decepciona para nada, porque las secuencias de balacera y persecución en el techo del estadio, por ejemplo, son geniales en su irrealidad y en su tratamiento.
El protagonista de “Atentado en el Estadio” es Dave Bautista, (alguien puede recordar que fue Drax en “Guardianes de la Galaxia”), quien por primera vez asume el protagonismo absoluto de una película. Y para ser objetivos, el actor no decepciona: asume su papel como debe ser, sin cuestionarlo y dispuesto a las peleas brutales, saltos al vacío (en motocicleta y sin ella) y luchando contra el tiempo, solamente acompañado de un personaje secundario, el actor indio Amit Shah, dispuesto para aliviar la tensión, mediante el viejo recurso del tipo chistoso involucrado en una situación que apenas entiende.
Es mediante ese personaje “normal” que los espectadores se sienten identificados con la película: gracias a él toda la irrealidad del filme se vuelve algo más posible, haciendo que nos identifiquemos con él, por ser el tipo común y corriente metido en un zapato chino. Curiosamente, personajes que pudieron lucirse mucho más, como la sobrina o el mismísimo Dimitri (protagonizado por Pierce Brosnan) aparecen muy poco en la cinta, aun cuando su importancia es mucho mayor para el desenlace.
En síntesis: “Atentado en el estadio” es, lisa y llanamente, una película comercial disfrutable durante la proyección, olvidable de manera absoluta y que cumple lo que promete: acción descabellada y nada más, mezclando algo de emoción y comedia por partes iguales. Para el recuerdo, el agente oriental que aparece comiendo un hot-dog, precisamente donde nadie podría hacerlo.
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