Por: Fernando Quilaleo A. Directiva Nacional del Partido Por la Democracia
Esta columna podría escribirse en un tuit, algo así como: “El problema del PPD no es ideológico sino ético. El problema no es el color de sus banderas sino la desconfianza ciudadana en quienes las enarbolan”. En el PPD, por varios años, predicábamos lo que no practicábamos y practicábamos lo que no predicábamos. Asistimos a un dilema ético y no somos capaces, aún de afrontarlo.
Según la Ley 18.603, Orgánica Constitucional de partidos políticos son “asociaciones autónomas y voluntarias organizadas democráticamente, dotadas de personalidad jurídica de derecho público, integradas por personas naturales que comparten unos mismos principios ideológicos y políticos, cuya finalidad es contribuir al funcionamiento del sistema democrático y ejercer influencia en la conducción del Estado, para alcanzar el bien común y servir al interés nacional” (énfasis agregado), por tanto podríamos inferir, que los partidos existen para sostener ciertos principios ideológicos compartidos por quienes los componen.
Antes de compartir ciertos principios ideológicos, quienes integran una organización debieran compartir ciertos principios éticos de cómo llevar adelante los principios políticos (ideológicos en sentido estricto). Es común ver que los partidos organizan congresos ideológicos para precisar el color de sus banderas, sin embargo conozco pocos congresos éticos para definir que entenderán los asociados por bueno y qué entenderán por malo en sus prácticas políticas.
Cómo decía Protágoras hace 25 siglos, “El hombre es la medida de todas las cosas: De las que existen, como existentes; de las que no existen, como no existentes”. Dicho esto en códigos actuales podríamos balbucear que los humanos somos la medida de las cosas, somos nosotros los que definimos qué entenderemos por bueno y qué por malo. Por esta razón, digamos constructivista, es que ciertos humanos se agrupan para establecer una ética (lo que entenderán por Bien) en una sociedad determinada o en un partido determinado. A esa capacidad de alcanzar consensos mayoritarios de lo que entenderá una sociedad por Bien, o bienes comunes o públicos, se trata la política. Al origen del debate político está la forma en que llevaremos adelante aquellos principios o banderas que juzgamos contribuyen al Bien Común.
Kalil Ghibran sostenía que era corriente encontrar personas buenas que hacen cosas malas o cómo lo enseña El Profeta “qué es lo malo sino el Bien torturado por su propia hambre y su propia sed?” Si lo que entendemos por Bien no se siente agobiado por lo que entendemos por mal es difícil resolver la controversia.
Hoy el PPD, o mejor sus militantes, viven agobiados por nuestra propia sed y hambre de hacer las cosas bien, no lo dudo. Militantes, hombres y mujeres, que buscan resituar a un partido progresista por los rieles del saber vivir, de la ética. Por cierto tenemos posibilidades de equivocarnos, cometer errores y hacer el mal. Para resolver los errores la pregunta sería ¿cuánto esfuerzo estamos dispuestos a realizar? Cuántos sacrificios dispondremos para retomar la senda del buen hacer y no la de los yerros.
Considero que la ciudadanía propinó una feroz derrota electoral al PPD en noviembre pasado no por el color de nuestras banderas. No fue determinante si nuestras banderas eran más o menos rojas, o menos amarillas o más azules. Creer esto es seguir enceguecido. No, a mi juicio, la ciudadanía lo que endilga al PPD, y a sus dirigentes, es el desvío de principios éticos mínimos. Un conflicto de confianza entre lo que se dice y lo que se hace.
Bertrand Russel, el célebre filósofo antibélico, decía que uno de los mayores males de la Humanidad durante el siglo XX era que se predicaba lo que no se practicaba y se practicaba lo que no se predicaba. En el PPD hemos hecho de esta paradoja nuestra razón de ser. Predicamos una política y una democracia que no practicamos entre nosotros mismos y tenemos unas prácticas que nadie se atrevería a predicar desde el pulpito ciudadano.
Ahora bien, asistamos en el PPD a un dilema ético, nuestras acciones y nuestro comportamiento ha ido minando la confianza de nuestro entorno en nosotros y en lo que podemos hacer. Todavía tenemos cierto respaldo y cierta esperanza en que podemos cambiar. Pareciera ser necesario para cambiar y mejorar, el que se tome conciencia de estos hechos y que se realicen verdaderos, profundos y, hasta, dolorosos esfuerzos.
Estas situaciones, por desgracia, no son nuevas. Ya fueron planteadas por una comisión de ética que presidió el abogado José Zalaquett en 1997! y señalaba en las conclusiones del Informe que “el sentimiento de desaliento e indignación de los militantes ante el estado crítico de la democracia interna partidaria y frente a la generalización de prácticas éticamente reprobables”. Han pasado 20 años y el estado de las cosas es similar o peor.
“La Comisión de Ética está convencida que sólo a partir del reconocimiento más sincero y descarnado de estos serios problemas es posible transformar una grave crisis en una oportunidad para rectificación y renovación” (p.42).
¿Nos encaminamos al fin, al término del PPD? o ¿es posible modificar sus prácticas y el cómo hacer las cosas. Elaborar un nuevo FIN del PPD, que modifique los motivos y modos de cómo hacemos lo que hacemos para retomar el objetivo de saber vivir y convivir de la mejor manera posible sin descarrilamientos éticos?. No pretenden mis comentarios ser una lección de ética pontificando desde una colina de sabiduría sobre cuál es el camino del Bien. Colina que no conozco ni sé dónde queda.
No, son más bien pensamientos amargos para tiempos aciagos y también son pulsiones de un corazón endulzado por el hambre y por la sed de días mejores, a los cuales los partidos políticos pueden y deben contribuir. EL PPD puede reencaminar su destino hacia hacer el bien y no hacia la corrupción. EL PPD puede modificar su fin.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.