Por: Jaime Quintana L. Senador por la Región de la Araucanía
El jueves pasado asistí a La Moneda. Primera vez que vuelvo a entrar, desde que somos oposición. La ocasión lo ameritaba pues el gobierno presentaría una indicación a nuestro proyecto de ley sobre imprescriptibilidad de los delitos sexuales contra menores, aumentando drásticamente el plazo de prescripción de estos. Para sorpresa nuestra y de todos, la decisión final del Presidente Piñera fue otra: la indicación sustitutiva iba en la misma línea del proyecto, es decir la imprescriptibilidad total.
¿Qué es lo que hace que una moción parlamentaria que presentamos hace ocho años termine superando su propio destino (fue archivado el 2014 y logramos su desarchivo dos años después) para transformarse, en los hechos, en un proyecto imprescriptible?
La razón es una sola: los niños, niñas y adolescentes tienen derecho al tiempo.
Corría el año 2011 y quienes escuchamos a James Hamilton en el programa Tolerancia Cero, no lo olvidaremos fácilmente. Hay solo dos momentos donde me he estremecido observando la pantalla del televisor.
La primera cuando el Presidente Lagos desafió a Pinochet, la segunda cuando James Hamilton encaró a parte importante de la curia chilena. Cuando Hamilton contra preguntó a Juan Carlos Eichholz, ¿Tienes a tus hijos en colegio católico?, no solo el panelista palideció, todo Chile inició un tembloroso tartamudeo. Fue justo allí donde Hamilton no le habló al panelista, sino a todos nosotros (esto mismo lo escribí el 2011 en otra columna y lo sigo sosteniendo, es más, en todo este tiempo no hay otra escena televisiva que me haya vuelto a producir algo similar).
Cuatro años antes, en 2007, Vinka Jackson lanzaba su libro “Agua fresca en los espejos”, develando los abusos de los que fue víctima de parte de su padre desde que era una niña de 4 años, y el largo proceso que debió vivir para sanar sus heridas internas y poder contar al mundo sus vivencias. Producto de ellas, Vinka estudió psicología y ha dedicado gran parte de su carrera profesional a la lucha contra el abuso infantil. Su voz ha recorrido Chile llamando a mirar con detención la responsabilidad que tenemos todos de proteger a los niños y niñas del país.
Abusos en la Iglesia y abusos en la casa. Dos lugares sagrados durante siglos, dos refugios donde se supone todos estábamos protegidos. Recién en los últimos 15 años, algunos -como Vinka y James- se atrevieron a mostrar que la iglesia defensora de los DDHH en dictadura tenía en su interior a oscuros personajes con horribles prácticas que dañaron a menores chilenos, y que en los propios hogares las figuras más cercanas para un niño podrían transformarse en horrendos victimarios. El acto valiente de estas personas, sin poder dejar de mencionar también el de la actual diputada Erika Olivera, inició un camino sin retorno de respuestas por parte del país y de las instituciones.
Es que no podíamos quedarnos inmóviles ante esta dolorosa realidad. Es así como un grupo de senadores decidimos retomar la discusión de una moción parlamentaria que presentamos el año 2010 y que declaraba imprescriptible los delitos sexuales contra menores. Desarchivamos el proyecto y constituimos una comisión especial en el Senado para tratar esta materia. Avanzamos. Quizás no a la velocidad que pretendíamos, pero claramente teníamos la convicción de convertir en ley una iniciativa que nació desde el dolor y la impotencia.
La dupla imprescriptible de Vinka y James fue clave en esto. Tienen todo el crédito posible. Convocaron a miles de voces y miles de sobrevivientes. Convencieron a muchos incrédulos, incluido a ministros que en un principio eran partidarios solo de incrementar los años de prescripción. Pero la convicción de muchos y el impacto que generaron en nuestra sociedad las brutalmente lamentables muertes de Sophia y Ámbar, han provocado que estemos muy cerca de establecer por ley el derecho al tiempo que todo niño, niña y adolescente -y los adultos que llegaron o llegarán a ser- debe tener por ser víctima de un delito sexual.
Esta legislación, cuya tramitación esperamos que sea lo más expedita posible, viene a hacer justicia con tantos y tantas que han sufrido una de las barbaries más grandes que se pueden producir en una sociedad. Chile será un lugar más humano cuando la promulguemos y cuando otras Vinkas y otros James, otros Héroes Imprescriptibles, sepan que podrán tomarse el tiempo que su propia realidad les haga necesario, sin que por ello se extinga la posibilidad de hacer justicia: el último paso y tal vez uno de los más importantes antes de lograr sanar la herida.
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