Por: Bernardita Espinoza V. Ingeniero Civil Industrial – Universidad de Chile
En estos días que la ciudadanía ha tomado, por fin, en cuenta una de las desigualdades estructurales de las que nos aquejan, como es el sexismo, tema del cual ya he escrito bastante y sus diferentes aristas, de modo que, a su respecto, ya me siento satisfecha, lo suficiente, con el protagonismo que la causa ha tomado, con sus bemoles, en la forma de manifestar el descontento.
De modo que, me voy a volver a centrar en otra de las desigualdades estructurales de Chile, a mi entender la más profunda y transversal, que es el Centralismo, el cual consiste en un fenómeno político social, en el cual, la atención, la inversión, el bienestar se focaliza en la Región Metropolitana de Santiago. Las cifras respecto del desbalance de las inversiones sugiero revisar columna anterior.
Cuando se generó la gran difusión mediática a la arenga del presidente boliviano, quien señaló que “Antofagasta es y será Boliviana”, escribí al respecto y a nadie le gustó que señalara que no hemos ejercido adecuadamente nuestra soberanía en la zona, desde su anexión al territorio nacional.
En ese momento, ingenuamente, pensé que habría de parte del país una toma de consciencia respecto de la importancia estratégica que tienen nuestras regiones extremas, y, por ende, la importancia de procurarles bienestar a su población y un desarrollo en conectividad, infraestructura y servicios de calidad consistente con resto del país, vale decir con Santiago, más específicamente.
Pero me equivoqué, pues pasada la moda del nacionalismo momentáneo, nuevamente las regiones, en especial las extremas, pasaron al olvido, como han estado en cuanto a dicho desarrollo y bienestar.
En estos días de la cuenta pública del Gobierno, he visto como han sido muy bien acogidas por la ciudadanía, la presentación de “Metro de Santiago”, de su plan Plan Maestro de Transporte Santiago 2025, conocido también por su sigla oficial PMTS 2025,2, que implica de planificación de transporte metropolitano para la ciudad de Santiago, consistente en un programa coordinado de proyectos de los distintos modos de transporte (Transantiago, Metro, EFE, Autopistas urbanas, ciclovías, Tren ligero y teleféricos) e instituciones públicas y privadas, que se suma a las muchas inversiones que ya se han realizado en el transporte público y en la infraestructura asociada en Santiago y la Región Metropolitana en General. No pretendiendo criticar dicha iniciativa, que busca mejorar la calidad de vida de 7,5 millones de habitantes, no obstante, ¿qué pasa con los otros 10 millones?, ¿Por qué en Chile, existe más de la mitad de la población, en las cuales, el presupuesto del Estado no se gasta?
Alguien podría decir “es que dichas regiones no aportan”, primero, aunque así fuera, el deber del Estado de garantizar el bienestar a todos los chilenos, sin discriminaciones, pero además no es esa la causa, toda vez que, regiones como Antofagasta, han entregado importantes aportes a Chile, que no se ven reflejados en la inversión que se ha realizado en dicha zona, donde el abandono y la precariedad de las ciudades mineras, que la componen, es vergonzoso e inexplicable. En particular, la infraestructura vial y la calidad y acceso a sistemas de transporte en regiones es primitiva al lado de lo que hoy día, incluso aun es tan criticado en Santiago. La conectividad, calidad y seguridad del transporte, en especial en las Regiones extremas parece que fuera de otro país, de otro siglo, muy diferente al Chile supuestamente desarrollado que presentamos al mundo y es, por ende, de una profunda injusticia que no se puede discutir. (A este respecto, el día de la cuenta, la alcaldesa Karen Rojo, twiteó: “Nuevamente el Gobierno se olvida de #Antofagasta siendo que somos la región que mayores recursos aporta al desarrollo de nuestro país…”)
Entonces, qué vamos a hacer para que el ejercicio de nuestra soberanía en las Regiones extremas, sea consistente con la relevancia estratégica que éstas tienen.
Y, ojo, que la baja inversión y ausencia de un plan de desarrollo de proyectos de infraestructura, no pasa tan sólo por falta de recursos, sino que, por ejemplo, en transporte, incluso los presupuestos disponibles mediante el Fondo de Apoyo Regional (FAR), que forma parte de los Fondos Espejo del Transantiago (para regiones), tiene una utilización de un 30%, a causa que las regiones adolecen de la planificación, recursos humanos y técnicos para definir y desarrollar proyectos, los cuales, a la vez, por ser de largo aliento, no son priorizados por las autoridades en su fomentos y priorización, porque no generan efectos inmediatos, tan valiosos en los votos deseados.
Sin desmerecer las iniciativas que se han tomado, y que se pueden resumir como políticas asistencialistas, que mitigan las condiciones de precariedad y pobreza, se han enfocado en mejorar la conectividad, la infraestructura pública, la calidad del acceso a servicios y la infraestructura general de los asentamientos humanos en Regiones Extremas, aun dichas iniciativas se centran en nivelar zonas rurales que se encuentran en absoluto subdesarrollo y ausencia de acceso a los servicios básicos, pero no logran dar a las Regiones, en general, el nivel de desarrollo requerido y merecido, y consistente con el centro del país. Y en este sentido las políticas asistencialistas, que nivelan y apoyan, no logran poner en marcha el progreso en dichas zonas, que les permitan generar recursos y atraer inversiones, que den, además de infraestructura, fuentes de trabajo y por ende consumo, producción y autonomía económica.
Existen, en otros países, como China, México, Colombia que han desarrollado iniciativas para desarrollar zonas extremas, mediante la aplicación de zonas económicas especiales (ZEE), estrategia que abarca un amplio espectro de tipos de zonas más específicas, incluidas las Zonas de Libre Comercio (FTZ), Zonas de Procesamiento de Exportaciones (EPZ), Zonas Libres (FZ), Parques industriales o Estados Industriales (IE), Puertos Libres, Zonas de Emprendimientos Urbanos y otras. Por lo general la finalidad de este tipo de estrategias es incrementar la inversión extranjera directa por parte de inversores extranjeros. Algunas medidas son incentivos fiscales a la capacitación y la contratación de mano de obra de la zona, fomento a las inversiones, subsidios y otros mecanismos para garantizar un desarrollo sostenible.
Por lo anterior, constatamos, que, a pesar de la voluntad histórica anunciada, ninguno de los planes de regionalización o intenciones de descentralización han tenido éxito, o bien, la voluntad política necesaria. Y es, precisamente, porque todos los incentivos tácitos, tanto para inversiones como para el capital humano, están en Santiago, lo que genera un círculo vicioso de híper centralismo y frustración regional. Por esto, sería esencial “pensar fuera de la caja” adoptando una visión y planes estratégicos que generaran un terreno fértil, en base a incentivos legales y tributarios, para hacer despegar regiones, permitiendo que las soluciones vengan de abajo hacia arriba, dejando que el libre mercado realice su trabajo apoyado por políticas concretas.
Pero para atender esta desigualdad estructural de Chile, para establecer las políticas necesarias, para imprimirle el empuje necesario, primero se le debe dar relevancia. De este modo, mientras el tema de la “equidad territorial” siga ausente de la discusión mediática, de los temas país, de las prioridades del ejecutivo, de las prioridades de las Autoridades electas, y siga siendo en el mejor de los casos, solo slogan de campaña, no seremos un país desarrollado, digno y ecuánime.
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