Por: Gonzalo Prieto Navarrete. Sociólogo, Máster en Medio Ambiente y Presidente de la Corporación IDEAH
El desarrollo sostenible supone construir un modelo que sea capaz de prever que los recursos que producimos y consumimos no se agoten al punto de no tener que dejarles a las generaciones futuras. Si realmente queremos dejar un mundo mejor de cómo lo encontramos, tenemos el desafío más grande de la historia de los últimos 100 años. El capitalismo rampante que dominó la escena económica, social, cultural y ambiental del siglo XX se ve superada por una cuarta revolución industrial, las tecnologías de la información, la inteligencia artificial o el internet de las cosas, la automatización del trabajo como parte del vertiginoso cambio de nuestras estructuras de producción.
Desde la industria clásica de fabricar cosas hasta las economías de servicios se encuentran en un profundo cambio. Como se ha dicho ya, el mayor hotel del mundo no tiene ninguna propiedad a su nombre, la mayor empresa de transporte no tiene siquiera un auto inscrito, y aparecen incluso alternativas para la banca tradicional. Las economías circulares y colaborativas ya son la meta para alcanzar de las organizaciones, empresas y gobiernos que deseen consolidarse en este siglo XXI que se encuentra a punto de cumplir sus primeros 20 años.
Las Naciones Unidas ha creado como respuesta al modelo económico dominante, a partir de un largo proceso reflexivo, empírico y participativo una estrategia global capaz de llevarse a cabo por cualquier territorio local. Este esfuerzo se llama Objetivos del Desarrollo Sostenible. Son 17 objetivos que pretenden no sólo mejorar la equidad entorno a la riqueza económica del planeta y sus localidades, sino que reestablecer la justicia y dar valor a las capacidades de los individuos y la comunidad que desea sin lugar a dudas otro mundo para nosotros mismos y las generaciones que vienen.
La Región de Tarapacá completamente ajena de estas conversaciones del presente y el futuro, con valiosas excepciones que se encuentran en general al margen de los espacios del poder y la toma de decisión, carece de un proyecto de desarrollo que transforme nuestra matriz productiva, la diversifique, la haga sostenible y prepare las bases del futuro. Muchos hemos mencionado como nuestro territorio “inventado” como diría el sociólogo Juan Podestá, ha pasado por las más grandes oportunidades de su historia sin ser capaz de capitalizar dicha riqueza. Es efectivo también, que no hemos contado con la suficiente capacidad objetiva y estructural para hacernos cargo de nuestro propio destino como territorio. Pero el escenario comienza a cambiar configurándose posibilidades que podrían ser las adecuadas si queremos construir un proyecto de desarrollo para Tarapacá ya no basado en la mera exportación de materias primas, sino siendo capaces de agregar valor y subirnos al carro del siglo XXI.
Hay al menos algunos asuntos que tomar en cuenta cuando señalo que vivimos en un momento crucial. Según las cifras del último CENSO 2017, la ciudad de Iquique presenta una edad media de 34 años, mientras que Alto Hospicio de 29 años promedio (Fuente: INE). Esto significa que demográficamente hablando estamos en un momento valioso, con una población joven en edad de trabajar, de crear empleos y riqueza. Alto Hospicio concentra el 60% de su población con menores de 30 años, si apuntamos otro dato como los años promedio de escolaridad, Alto Hospicio cuenta según el CENSO con 9 años promedio, mientras que la ciudad de Iquique 10,6. En el caso de los quinquenios más jóvenes Alto Hospicio sube en la media a 11 años promedio, mientras que Iquique tiene una leve dispersión a la baja. Ambas, las grandes comunas de Tarapacá y aspirantes a área metropolitana, ven disminuido su promedio de años de escolaridad a partir de los 50 años.
Las cifras que mencionamos son importantes, aunque todavía insuficientes, para elaborar un buen diagnóstico y estrategia de desarrollo local sostenible. Las cifras nos dicen hacia dónde poner el foco y la inversión. Claramente el foco está en la educación, en las y los niños, en los jóvenes adolescentes y profesionales, todos los esfuerzos para preparar dichos grupos humanos tendrán beneficios de corto, mediano y largo plazo en el desarrollo de la Región. La cuestión es decidir si queremos ser una Región que busca preparar a los líderes de nuestro propio futuro o los empleados de la riqueza de otros que se llevarán fuera de nuestra tierra la riqueza dejando lo que “choree” en el territorio. Eso ya es historia conocida.
El asunto es cómo lo harán, si con las recetas del capitalismo del SXX o poniendo hincapié en los ODS del SXXI. Ya que no sólo se nos configura una base demográfica propicia, sino que también pronto entraremos en una fase de descentralización a la que la arquitectura del poder no se encuentra acostumbrada, lograr que las bases de la descentralización no sea un proyecto fallido, sino un profundo avance por democratizar y planificar el territorio desde lo local y no a partir de las prioridades entregadas con el argumento añejo del Estado nacional y unitario, sino que haciendo prevalecer la condición de ciudadanos de una Región que no puede seguir esperando que todos se pongan de acuerdo, y donde para concretar un gran proyecto éste tarde 10 años entre su diseño y su ejecución.
Una población joven debe ser educada, preparada para las tareas que la nueva economía genera. No podemos querer tapar el sol con un dedo y creer podemos seguir como antes. Seamos serios y serias, Tarapacá no tiene proyecto alguno, y es por eso que me atrevo a ofrecer esta columna abrir el debate.
La idea de construir un proyecto, basado en una agenda moderna que se pliegue al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible del Milenio, podría ser la ruta correcta que empalma equilibradamente nuestra acción local con la contribución a las metas globales que no son sólo del tipo ambiental, sino que sociales, culturales, políticas y económicas.
No podemos apostar al desarrollo sostenible, sin tener la capacidad de dialogo transparente con todos los agentes públicos y privados necesario, fortaleciendo un método participativo, colaborativo de construcción de ideas, prioridades, líneas estrategias y proyectos concretos que establezcan metas, tiempos y por supuesto recursos económicos comprometidos.
Las empresas privadas deben asumir un compromiso con el Desarrollo Sostenible, estoy seguro que aquellas que dependen de los grandes consorcios multinacionales serán conducidas hacia allá por los gobiernos de otros países. No podemos estar sino a la altura de dichos estándares. También la mediana y pequeña empresa deben tener una participación importante, son ellas como se ha dicho siempre, las que generan la gran mayoría de la oferta laboral y su compromiso es valioso.
Lo mismo debe ocurrir con los trabajadores, pero también con el gran porcentaje de personas que trabajan prestando servicios y que no están necesariamente adheridos a las estructuras rígidas de la producción del siglo XX, debemos buscar una fórmula que permita que lo que piensan y viven día a día tenga expresión en una estrategia de desarrollo. Existen diversos niveles de participación y de construcción colectiva, pero para ello debemos revisar con profundidad la situación actual que nos envuelve y espero que quienes realmente tengan interés por empujar el mejor futuro para la región de Tarapacá concuerden en la necesidad de que cualquier modelo de desarrollo alternativo para la Región, pasa por el desarrollo sostenible.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.