Por: Manuel Baquedano M. Presidente del Instituto de Ecología Política
Con las recientes lluvias en la zona central surgen algunas reflexiones que considero importante abordar en este contexto de pandemia y de crisis climática. En una región que afronta más de diez años de escasez de agua, no llama la atención que la ONEMI, la Oficina Nacional de Emergencia, haya catalogado a estas lluvias como “inusuales”.
El vocero de la Dirección Meteorológica de Chile, Luis Salazar, declaró “Este enero es el más intenso desde que se tiene registro, es inédito, histórico primera vez que ocurre. Hace 150 años que hay registro” y agregó, a modo de confesión, “Es más de lo esperado”. Desde nuestro punto de vista, podríamos decir que es hasta un 25 por ciento más que lo esperado, lo que también nos hace pensar en la gravedad de los efectos que puede provocar este fenómeno en una ciudad que tiene más de siete millones de habitantes.
Lo cierto es que la naturaleza está hablando por los hechos. Mientras, la elite chilena -al igual que la elite mundial- conformada por las autoridades que nos gobiernan, los legisladores que dictan leyes, la justicia que las aplica y los científicos que diagnostican, insiste en no asumir un hecho evidente: que ya no es posible mitigar e introducir reformas frente a estos problemas sino que es necesario hacer cambios radicales .
¿Por qué el año 2020 fue el más caluroso de la historia si más de la mitad de la población del mundo estuvo confinada y la contaminación por CO2 disminuyó un 7,5 por ciento? Según la Organización Meteorológica Mundial, el impacto de la disminución del CO2 en la atmósfera es prácticamente insignificante en relación al calentamiento global y representa un 0,01 por ciento en el incremento de la temperatura de aquí al 2050. Esto es así por lo que se conoce como “inercia climática”. Debido a esta inercia, cualquier acción humana en el corto y mediano plazo sumada a las políticas reformistas vigentes es prácticamente inútil para detener el aumento de la temperatura global. Entonces, lo urgente sería iniciar una adaptación profunda.
En este escenario el caso del agua en Chile es un buen ejemplo. Desde la dictadura militar, el agua se ha ido privatizando tanto con gobiernos de derecha como de centro o izquierda. Somos el único país del mundo que tiene su agua pública privatizada. El ex presidente Eduardo Frei privatizó el 65 por ciento del agua y Ricardo Lagos, el otro 35 por ciento.
Las distribuidoras de agua, empresas extranjeras sujetas a regulación por el Estado, han actuado descaradamente financiando la política para obtener ventajas indebidas. Santiago, hasta febrero de 2020, sólo tenía como reserva de agua lo que la empresa Aguas Andinas mantenía en sus cañerías, es decir, un consumo para once horas para el total de la población. Esto claramente no era una verdadera reserva de agua. ¿Cómo el Estado permitió esta situación? Es simple: la empresa financió las campañas de los políticos de todos los colores. Sólo una vez que comenzó a fallar el servicio de agua en las comunas pudientes del barrio alto y no pudieron seguir “sensibilizando” a los políticos tuvieron que constituir una verdadera reserva de agua que elevó a 34 horas la seguridad del suministro. La reciente crisis de la “lluvia inusual” revela que es absolutamente insuficiente la actual reserva ya que debería -por lo menos- cubrir 72 horas de consumo.
¿Qué pasaría si el agua turbia se extendiera por más tiempo? ¿Bastaría con decir a los ciudadanos que se trata de un hecho inusual y prometer que no se repetirá?
Como el modelo de desarrollo vigente en Chile seguirá funcionando de esta forma y hasta último momento, los ciudadanos tendremos que ser capaces de prepararnos para sobrevivir a situaciones extremas que serán cada día más frecuentes por la crisis ecológica y climática. Tendremos que prepararnos para proveernos de los recursos básicos sin recurrir primordialmente al mercado o al Estado; tendremos que comenzar por proveernos nosotros mismos y a nuestra familia y después a nuestra comunidad.
¿Cuántas personas aprovecharon el agua “gratuita” que cayó del cielo después de una sequía de 180 días y la recolectaron y almacenaron? Los 40 milímetros por metro cuadrados caídos en promedio en la zona central equivalen a un total cercano a los 40 litros de agua.
En tiempos de elecciones de alcaldes y concejales, la misma ciudadanía tiene que comenzar a hacer propuestas y transformarlas en demandas innovadoras que aumenten su poder para tener algún tipo de seguridad en el abastecimiento de sus necesidades básicas. Esto es indispensable porque no lo hará ni el Estado ni el Mercado.
Para enfrentar la escasez de agua podemos proponer una oficina o una empresa comunal que constituya para sus habitantes una reserva estratégica descentralizada de agua y de otros insumos como la energía o los alimentos. Esta reserva de agua podría inspirarse en las tradicionales “copas de agua” que ya existieron en la ciudad y que por su altura pueden entregar el suministro a una presión adecuada para casas y edificios.
Este sistema podría ser complementado con un programa de recolección y almacenamiento de agua de lluvia en los techos de todas las viviendas y edificios y finalmente con una reserva por individuo de 72 horas como mínimo. Esta oficina también podría introducir otras medidas de ahorro y hacer que el paisajismo urbano sea útil al ahorro de este vital elemento. No se justifica en pleno período de escasez prolongada estar regando zonas con césped; más vale habría que sustituirlo por flora local.
Los eventos “inusuales” que nos trae la naturaleza como este que vivimos en la zona central y en el sur del país son ahora absolutamente previsibles. Tanto las autoridades como los estudiosos del cambio climático conocían por lo menos con una semana de anticipación su magnitud y sus posibles consecuencias.
Vivimos en una sociedad que se autoproclama “ignorante” frente a estos temas. Sin embargo, en realidad la mayoría no quiere saber y son múltiples sus motivos. No somos una sociedad que pone el foco en la prevención y se prepara para enfrentar la crisis ecológica y climática. Al contrario, optamos por sufrir las consecuencias y después trabajar en su reparación.
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